Las palabras son vitales porque Dios nos ha hablado a través de ellas. Cuando leemos y meditamos en Su Palabra, ¿qué estamos haciendo? Estamos escuchando de Él. Cuando escuchamos un sermón, somos oidores de la Palabra de Dios. Sí, Dios quiere personas que hablen, pero más que eso, como sostiene David Powlison en su libro Speaking Truth in Love [Hablando la verdad en amor], quiere personas que escuchen. Quiere personas que no solo escuchen, sino que lo hagan con todo su corazón.
Dios quiere personas que no solo escuchen, sino que lo hagan con todo su corazón.
Dios quiere personas que no solo escuchen, sino que lo hagan con todo su corazón
La mayoría de las veces, crecemos por medio de escuchar, no de hablar. Considera nueve formas de convertirte en un mejor oyente.
1. Escucha antes de responder.
Debes escuchar lo que la otra persona está diciendo. No seas como los amigos de Job, que aparentemente escuchaban de forma selectiva. Escucha bien para poder responder con palabras de vida bien enfocadas. Sin lo que Ken Sande llama «esperar», a menudo no entenderás la raíz de un conflicto y luego empeorarás las cosas reaccionando de forma inadecuada. Es fundamental aprender esta lección: «El que responde antes de escuchar, cosecha necedad y vergüenza» (Pr 18:13).
2. No te adormezcas.
Mi tendencia, tanto si estoy haciendo una entrevista para un artículo como si estoy en una sesión de consejería pastoral, es dejar que una niebla mental me envuelva y dejo de escuchar, especialmente cuando estoy escuchando a alguien que habla sin parar. Como señala Sande, la mente humana puede pensar al menos cuatro veces más rápido de lo que una persona puede hablar, por lo que nuestra mente tiende a aburrirse y a buscar algo más que hacer, como ensayar nuestras respuestas, lo que corta una buena escucha.
3. Mantén un contacto visual regular.
Elimina las distracciones. Apaga el teléfono o la televisión, o cierra la puerta si hay ruido en el exterior. Inclínate hacia delante, lo que demuestra interés, e intenta utilizar expresiones faciales suaves. Una mirada aburrida o enfadada puede apagar a la otra persona. Asiente con la cabeza de vez en cuando y utiliza señales verbales que indiquen que estás escuchando y comprendiendo.
4. No te irrites, sobre todo si te dicen cosas que no te gustan.
Si estás irritado, no lo demuestres con expresiones faciales. Dios manda que seamos pacientes unos con otros porque Él es paciente con nosotros.
Dios manda que seamos pacientes unos con otros porque Él es paciente con nosotros
5. No dejes que se vayan por las ramas.
Haz preguntas bien enfocadas para poner algunos límites a la discusión.
6. Busca claridad.
Haz preguntas como «¿Te he entendido bien?», y luego vuelve a explicar lo que has entendido que te han dicho. Así podrás aclarar los malentendidos y las comprensiones parciales y obtener más información.
7. No dejes que formas pecaminosas de hablar te repelan.
Una vez estaba en una sesión de consejería cuando el aconsejado (un hombre no cristiano que buscaba reconciliarse con su esposa cristiana) salpicó su discurso con malas palabras. No me sorprendió ni me ofendió el uso de palabrotas (después de todo, crecí rodeado de jugadores de béisbol y trabajadores de construcción), pero me distrajo y me desconcentró de mi labor como consejero. Como señala David Powlison, «casi siempre escucharás pecados en el proceso (de escuchar). Escucharás amargura, chismes, autocompasión, falsas creencias, racionalización, obsesión, evasión, fabricación: las mil lenguas de palabrería necia y vacía».
8. Muestra acuerdo tanto como sea posible
Esta es una táctica valiosa que recomienda Ken Sande y que yo he intentado utilizar, especialmente cuando la conversación es desagradable o implica un conflicto. Por ejemplo, puedes decir: «Puedo entender que te moleste que hayamos hecho cambios en el programa de música de la iglesia», o «Tienes razón, no tengo tanta experiencia en esta área como me gustaría, y tú sabes mucho más que yo». Sande escribe:
Concordar no significa que tú dejes de lado tus convicciones, sino más bien que reconozcas lo que sabes que es cierto antes de abordar los puntos de desacuerdo. Concordar con la otra persona que está hablando a menudo la alentará a hablar más abiertamente y evitar repeticiones innecesarias. Concordar es especialmente importante cuando te has equivocado… esto puede marcar la diferencia entre una discusión y un diálogo significativo.
Estas admisiones también muestran una medida de humildad que puede animar a los demás a hablar contigo y usar un tono más amable, especialmente si te están criticando, un tipo de conversación que a todos nos resulta especialmente difícil de escuchar.
9. Escucha para oír, no para corregir, juzgar o entrenar.
Tanto si eres pastor o laico, a veces solo necesitas estar con una persona herida y proporcionarle un oído atento, comprensivo o incluso empático.
Tanto si eres pastor o laico, a veces solo necesitas estar con una persona herida y proporcionarle un oído atento, comprensivo o incluso empático
A los dos años de mi primer pastorado a tiempo completo, una familia de nuestra iglesia perdió a su nieto en la cuna. Naturalmente, estaban destrozados más allá de las palabras. Mi esposa y yo pasamos gran parte de la mañana siguiente con ellos y lo único que hice fue orar con ellos cuando llegamos y cuando nos fuimos; era un domingo por la mañana y tenía que predicar para nuestra congregación. No estaba seguro de haber hecho nada para aliviar su sufrimiento más que llorar con ellos y escuchar su dolor.
Varias semanas después, se reunieron conmigo y me felicitaron por la forma en que les había ministrado solo con estar allí. «Nos has enseñado sobre la soberanía de Dios y cómo la vida en un mundo caído está llena de dolor, y nos has enseñado sobre el sufrimiento de Cristo por nosotros», dijo la abuela entre lágrimas. «No era necesario que lo hicieras de nuevo, y no lo hiciste. Tú y Lisa estuvieron ahí con nosotros, sufriendo junto a nosotros y nos reconfortaron con su presencia y sus oraciones».
Como intento enseñar a mis pastores en formación, a veces solo es necesario estar con las personas y la mejor manera de hablarles es no decir nada en absoluto. Cuando Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos, no le dijo a María que dejara de llorar, ni que iba a arreglar todo en unos minutos, aunque lo iba a resucitar. Él lloró con ella.
¿Debí haber escuchado más?
Mi padre fue un hombre piadoso y sabio. Combatió en la Segunda Guerra Mundial, hizo tres saltos en combate y ganó un Corazón Púrpura y otras medallas al valor. Era humilde y lento al hablar. Las personas de nuestra iglesia y de nuestra comunidad le escuchaban. Papá murió en 1991, cuando yo estaba en el último año de la universidad. Pero una de las cosas que todavía puedo oírle decir hasta el día de hoy, si cierro los ojos, es la siguiente: «Jeff, casi nunca te arrepentirás de no haber dicho nada. Es difícil pecar verbalmente con la boca cerrada». Es un gran consejo. Es Proverbios, Santiago, Pablo y Jesús aplicados.