En América Latina fuimos recientemente impactados con las imágenes de manifestantes que quemaron carpas, sacos de dormir y otros enseres de migrantes que se encontraban en situación de indigencia en la ciudad de Iquique, en el norte de Chile.
Son imágenes dolorosas, que reflejan con claridad la condición humana pecadora y que dan cuenta de una realidad que se resiste a análisis simplistas e ideológicamente sesgados. La tentación a solo considerar ciertos aspectos de esta realidad, omitiendo otros igualmente importantes, es grande.
Sin embargo, aunque es imposible para criaturas limitadas como nosotros tener una visión completamente objetiva de este fenómeno, como cristianos debemos al menos esforzarnos por impedir que nuestros sesgos ideológicos nos dominen y tener una visión bíblica de este tema tan doloroso a fin de actuar en consecuencia con dicha visión.
Solo para comenzar a entender este fenómeno, como pastor chileno de una congregación que ha recibido gozosamente en su seno a varias familias de migrantes, me parece que los creyentes en Cristo deberíamos tener claras, al menos, las siguientes verdades bíblicas antes de sacar cualquier conclusión.
1) Debemos tratar al extranjero con hospitalidad
La Escritura ordena tratar al extranjero con hospitalidad y enseña que es pecado contra el Señor tratarle con desprecio, prejuicio, abuso y/o violencia (Dt 10:18-19; Éx 22:21; Mt 25:38-40). Sin duda, las personas son libres para manifestar su opinión al respecto de cómo las autoridades de un país están tratando las olas migratorias, así como para tener visiones distintas sobre cuáles políticas públicas serían más adecuadas en ese tema tan sensible.
Pero que una manifestación termine con la quema de los pocos enseres que estas familias empobrecidas poseían (en su gran parte venezolanos que vienen huyendo de una situación catastrófica en su propia patria) es un acto que me avergüenza porque fue perpetrado por chilenos compatriotas míos. Desde la autoridad de la Palabra de Dios, son actos que condeno y repudio de forma vehemente. Nadie que se llame cristiano con temor de Dios debe justificar o minimizar tales actos de violencia, abuso y maltrato al extranjero. Las palabras del Señor para Israel son normativas para nosotros:
«El extranjero que resida con ustedes les será como uno nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto. Yo soy el SEÑOR su Dios» (Levítico 19:34).
2) Debemos reconocer que todos somos migrantes
La lógica divina desde el Antiguo al Nuevo Testamento es que todos éramos extranjeros y ajenos a la ciudadanía del reino de los cielos por igual y, en este sentido, nadie debería sentirse superior a otro por ser ciudadano de determinada tierra (Éx 22:21, 23:9; 1 Cr 29:15). Los israelitas del Antiguo Testamento fueron extranjeros y los creyentes del Nuevo Testamento somos extranjeros y peregrinos en este mundo hasta que Cristo regrese y heredemos nuestra verdadera patria (1 P 2:11).
Sentirnos superior a otra familia, persona o grupo de personas porque «este es mi país» y «ustedes no son de aquí» es una especie de supremacía nacional, territorial o, incluso, racial. Esta es una actitud de orgullo espiritual, superioridad pecaminosa y falta de realismo absolutamente incompatible con la compasión que el Señor nos muestra en el evangelio.
Quisiera ahondar un poco más en este punto solo para decir que basta dar un vistazo superficial a hechos comprobados para demostrar lo dicho hasta ahora: todos los seres humanos pertenecemos a grupos étnicos y/o familias que migraron de algún lugar. Décadas antes de que llegasen a Chile mis amigos venezolanos, mis padres, junto a otros miles de chilenos, migraron a Brasil donde yo nací. Mucho antes de eso, mi bisabuelo francés migró de ultramar para habitar en este territorio y tener un hijo con mi bisabuela que es aymara, la cual a su vez también migró del norte de Chile a la capital.
Cada uno de nosotros, si relata de forma honesta la historia de su familia, encontrará esta verdad evidente: todos somos migrantes o hijos de migrantes. Se ha demostrado que incluso los mapuches, diaguitas, aymaras y otras etnias que ocupaban territorio chileno antes de la colonización española, migraron desde otras tierras para llegar aquí. Las ciencias históricas y antropológicas demuestran lo que la Palabra de Dios ya decía: todos somos o hemos sido extranjeros. Por lo tanto, debemos vernos como iguales y tratarnos como lo que somos: imagen y semejanza de Dios. Volvemos, entonces, a ese énfasis que el Señor nos exhorta a reconocer:
«Cuando un extranjero resida con ustedes en su tierra, no lo maltratarán. El extranjero que resida con ustedes les será como uno nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto. Yo soy el SEÑOR su Dios» (Levítico 19:33-34).
3) Debemos llamar la atención sobre la responsabilidad de los gobernantes
La Escritura nos enseña claramente que cuando aquellos a quienes Dios ha puesto en autoridad no gobiernan con justicia, o son negligentes en su labor, el caos tiende a apoderarse de las calles y la confusión reina (Pr 28:2-3, 7, 12, 15-16). Eso es lo que vimos hace unos días en Iquique: una fuerte ola migratoria llegó al norte de Chile y las autoridades no han brindado todavía una respuesta adecuada y oportuna.
Por un lado, tenemos la crisis política y económica de los países de origen de quienes migran y el consecuente caos que esto produce. Por otro lado, está la falta de una política clara de parte de las autoridades chilenas para coordinar junto a otros actores (municipios, policía, iglesias, ONG, etc.) una manera eficiente de tratar esta situación que respete la dignidad de quienes migran y que presente soluciones efectivas. Incluso se necesitan soluciones respecto a aquellos migrantes que puedan cometer actos delictivos, ya que así como algunos chilenos cometen delitos, también algunos extranjeros lo hacen, pues la naturaleza pecaminosa no tiene nacionalidad ni clase social.
Ante la negligencia evidente de las autoridades clave de Chile, actualmente se están levantando todo tipo de líderes vociferando soluciones simplistas, ideológicamente sesgadas y otras, incluso, abiertamente xenófobas. Vemos así que, efectivamente, se comprueba la sabiduría bíblica: «Cuando hay rebelión en el país, los caudillos se multiplican; pero cuando el gobernante es entendido, se mantiene el orden» (Pr 28:2 NVI).
4) Debemos gozarnos porque Cristo vino para hacernos ciudadanos de su reino
El Señor tiene distintas maneras de llevar a cabo su decreto soberano en la historia y debemos estar atentos no solo a lo que Dios hace, sino a la forma en que lo hace.
Lo primero que debemos destacar es la maravillosa obra de salvación por la cual Dios mismo nos acogió por gracia a nosotros, que éramos extranjeros y advenedizos, y nos hizo ciudadanos de Su Reino (Efesios 2:14-19). Mediante su muerte en la cruz y su resurrección al tercer día, Jesús mismo nos reconcilió con Dios, de quien estábamos alienados, y no solo nos hizo conciudadanos sino que también nos hizo hijos de Dios y coherederos con Él (Ro 8:16-17). Por lo tanto, menospreciar al extranjero ¿no implica ir abiertamente en contra del ejemplo que el mismo Dios nos dejó? Él nos exhorta a ser santos de la misma manera en que Él es santo (1 P 1:16).
Además, en su historia personal, Jesús, cuando aún era muy pequeño, tuvo que huir y vivir como refugiado, junto a sus padres José y María en Egipto, debido al cruel decreto del tirano Herodes que ordenó la muerte de niños de dos años o menos (Mt 2:13-15). ¿No deberíamos los cristianos tratar con hospitalidad a los miles de refugiados que, al igual que nuestro Señor, están huyendo de situaciones dolorosas de injusticia, amenazas, falta de oportunidades, empobrecimiento e incluso persecución?
Finalmente, consideremos que sin las olas migratorias, el anuncio del evangelio jamás habría llegado a nosotros. Jesús mismo envió a sus discípulos a todas las naciones (Mt 28:19) y entre los primeros registros de cristianos predicando a gentiles estuvo un grupo de refugiados que, huyendo de la persecución en Judea, llegaron a Antioquía (Hch 11:19-21). Los relatos históricos se multiplican cuando analizamos cómo el evangelio llegó a todos los rincones de Europa, luego a América, y cómo los migrantes norteamericanos, ingleses y alemanes establecieron las primeras iglesias protestantes en Latinoamérica. Es más, oponerse por completo a la migración es oponerse a las misiones mundiales, ya que Jesús mismo nos ordenó: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones» (Mt 28:19a).
Sigamos reflexionando
No pretendo hacer un análisis completo y, ciertamente, estoy abierto a contemplar otras verdades y hechos que aquí no pude considerar. Sin embargo, estoy convencido de que al menos estas cuatro verdades bíblicas deben ser consideradas para comenzar a forjar una visión cristiana de la crisis migratoria que se está viviendo en el norte de Chile.
Más importante aún: que el análisis que hagamos de esta situación nos lleve a la acción como cristianos. Que en Iquique y en otras ciudades de Chile los creyentes en Cristo seamos conocidos como debemos serlo: por nuestra hospitalidad, humildad y compasión, y jamás por nuestra arrogancia ni menos por cualquier atisbo de supremacismo. El Señor nos ayude y haga su obra en nosotros y a través de nosotros.