Isaías 44-48 y 2 Corintios 2-3
“Porque así dice el Señor, que creó los cielos;
(el Dios que formó la tierra y la hizo,
La estableció y no la hizo un lugar desolado,
Sino que la formó para ser habitada):
‘Yo soy el Señor y no hay ningún otro’”
(Isaías 45:18).
Vandana Shiva tenía 13 años cuando le pidió a su madre dejar de vestirse con las ropas típicas de la India, hechas de algodón local, para vestirse de forma más occidental, con un vestido de Nylon muy de moda por aquellos días. Su madre no tuvo reparo en aceptar su demanda, pero no sin antes decirle: “Si eso es lo que quieres, por supuesto que puedes tenerlo. Pero recuerda, tu vestido ayudará a un hombre rico a comprarse un auto más grande, mientras el vestido de algodón que usas ayudará a una familia para que pueda comprar al menos una comida”.
Más de 40 años después, la doctora Shiva reconoce haber aprendido la lección. Comprendió que un estilo de vida agradable no es algo que dependa solamente de los gustos personales y la capacidad de poder satisfacerlos, sino también de entender que la forma en que vivimos tiene un tremendo impacto en lo que nos rodea. Hoy en día, ella está dedicada a la preservación de la diversidad en la agricultura, buscando aprovechar las condiciones y los métodos agrícolas locales, buscando una mejor producción que se sustente con lo que se tiene a la mano y no tratando de imitar modelos que son inalcanzables por sus altos costos, o porque no generan los mismos resultados en ambientes distintos. Ella dijo en una entrevista, : “Ustedes no son Atlas llevando el mundo sobre sus hombros… sería bueno recordar que el planeta es el que nos está llevando a nosotros”.
El profeta Isaías también tuvo que lidiar con la actitud egoísta y destructiva del ser humano. Muchos de los mensajes que proclamó en nombre de Dios tenían que ver con la incapacidad de la gente para percibirse con humildad frente al Creador, como mayordomos y no como señores de todo lo que les rodea. Por eso Isaías le dice al pueblo con mucha dureza: “Te sentiste segura en tu maldad y dijiste: ‘Nadie me ve’. Tu sabiduría y tu conocimiento te han engañado, Y dijiste en tu corazón: ‘Yo, y nadie más’” (Is. 47:10).
Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo también viven pensando que son tan originales que sienten que lo merecen todo y que el universo entero les debe pleitesía porque también dicen en sus corazones: “Yo, y nadie más”. No hay duda de que hemos olvidado el significado de vivir bajo la providencia divina.
Nada de lo que el Señor ha creado está hecho sin sentido, de manera arbitraria o antojadiza. Todo responde a su tremenda sabiduría y voluntad.
Los cristianos entendemos la palabra providencia como el propósito anticipado de Dios en todo asunto. Esta ampara las grandes decisiones, leyes, y principios de Dios que sustentan toda la creación. Nada de lo que el Señor ha creado está hecho sin sentido, de manera arbitraria o antojadiza. Todo responde a su tremenda sabiduría y voluntad.
Cada uno de nosotros también está dentro de sus designios porque somos sus criaturas. Por ejemplo, el día de tu nacimiento y las diferentes etapas de tu vida no le pasan inadvertidas: «Escúchenme, casa de Jacob, Y todo el remanente de la casa de Israel, Los que han sido llevados por Mí desde el vientre, Cargados desde la matriz. Aun hasta su vejez, Yo seré el mismo, Y hasta sus años avanzados, Yo los sostendré. Yo lo he hecho, y Yo los cargaré; Yo los sostendré, y Yo los libraré» (Is. 46:3-4).
El Señor espera que nosotros (así seas creyente o incrédulo, agnóstico, o hasta ateo) entendamos que dependemos absolutamente de Él. Aun el respirar y los latidos automáticos de nuestros corazones son producto de su gracia. Así como una familia permanece en el tiempo luchando junta en los momentos de adversidad y riendo en los momentos de dicha, también la presencia providencial de Dios se mantiene inalterable en todas las circunstancias de nuestra vida. Él siempre estará con nosotros… «Para que se sepa que desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, No hay ninguno fuera de Mí. Yo soy el Señor, y no hay otro. Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el Señor, es el que hace todo esto» (Is. 45:6-7).
Quizá te preguntes: ¿cómo saber que Dios participa en mi vida? En la medida en que te dispongas a oír su voz y ver el impacto de su Palabra en tus decisiones y en lo que emprendas, entonces podrás percibir más claramente la presencia del Dios que nunca te ha dejado solo. Lo podrás entender porque te has dispuesto a dejar de actuar erráticamente para empezar a escuchar su voz y actuar en sintonía con Él.
Muchos de nuestros fracasos y dramas personales son producto de nuestra disposición para poner a Dios «antes de» y no «después de». La religión nos ha enseñado falsamente a golpearnos el pecho después de los errores, y no recurrir en consejo y fortaleza a Dios antes de tomar decisiones. La providencia de Dios nos anima a descubrir la anticipación y la provisión de Dios, por lo que es necio caminar a oscuras y tanteando cuando nuestro buen Pastor va delante nuestro guiándonos a cada paso.
Es evidente que nos cuesta aceptar la providencia de Dios producto de nuestra rebelde autosuficiencia pecaminosa. Todo se nos hace cuesta arriba y mucho más difícil debido a nuestra obstinación que nos hace creer que somos los únicos entre 7,000 millones de seres humanos que podemos explicar las cosas de una manera distinta, o que podemos vivir bajo nuestras propias leyes particulares. ¡Nada más equivocado!
Isaías ya lo decía así hace más de 2,700 años: “¡Ay del que contiende con su Hacedor! ¡el tiesto entre los tiestos de tierra! ¿Dirá el barro al alfarero: ‘Qué haces’? ¿O tu obra dirá: ‘El no tiene manos’? ¡Ay de aquél que diga al padre: ‘¿Qué engendras?’ O a la mujer: ‘¿Qué das a luz?’” (Is. 45:9,10). Es tal nuestra rebeldía y soberbia que el Señor, en su providencia, tuvo que establecer su misericordia y perdón como la primera manifestación de su amor, porque es la primera evidencia de parte de nuestro Señor de querer mantenernos con vida. Isaías lo dice así: “Recuerda estas cosas, Jacob, Y tú Israel, porque eres Mi siervo. Yo te he formado, siervo Mío eres. Israel, no Me olvidaré de ti. He disipado como una densa nube tus transgresiones, Y como espesa niebla tus pecados. Vuélvete a Mí, porque Yo te he redimido» (Is. 44.21-22).
El perdón no es un símbolo de vasallaje, sino del amor más básico . Por ejemplo, nosotros amamos a nuestros hijos por lo que son, pero también desde muy chiquititos debimos aprender a perdonarlos por lo que también… son. Por ejemplo, podemos amar a nuestra hija de tan solo cinco años con todo mi corazón, pero también muchas veces debemos perdonarla por ser tan buena pintora… en mis mejores libros; por ser tan limpia… por lo que bañó todas sus muñecas y creó una inundación dentro de la casa. Por eso es que, si intentamos entender el perdón, nos daremos cuenta de que es un elemento necesario y providencial que acompaña a la formación, la instrucción, y la protección que permite hacer de nuestros hijos persona sabias que puedan vivir en medio de sus imperfecciones y fracasos.
¿Qué puede pasarme si desconozco la providencia de Dios y no estoy dispuesto a buscar su voluntad diariamente? El Señor mismo te responde: “¡Si tan sólo hubieras atendido a Mis mandamientos! Entonces habría sido tu paz como un río, Y tu justicia como las olas del mar” (Is. 48:18).
Dios nos da las fortalezas para poder ser como debemos ser, alejados de los temores y culpas propios de nuestros errores y fracasos.
Freud decía que la idea de Dios nos quita las fortalezas que como personas deberíamos tener, sumiéndonos en temores y culpas. No comparto esa opinión porque creo, más bien, que Dios nos da las fortalezas para poder ser como debemos ser, alejados de los temores y culpas propios de nuestros errores y fracasos. La providencia de Dios nos lleva a ser hombres y mujeres de verdad, plenos de vida y esperanza, que disfrutan todo lo bueno que la tierra y las relaciones producen; pero también seguros que no todo termina en esta vida, sino que estamos destinados para trascender y algún día estar de pie en la presencia de un Dios soberano.
Si estamos atentos a la providencia de Dios, podremos también entender algo del bondadoso corazón de nuestro Dios: “Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña para tu beneficio, Que te conduce por el camino en que debes andar” (Is. 48:17b). Setecientos años después, el apóstol Pablo lo decía así: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Co. 3:17-18).
¿Asumir la providencia de Dios es esclavitud para nuestras vidas? ¡De ninguna manera! Solo somos libres cuando asumimos nuestras propias limitaciones, descubrimos que somos criaturas diseñadas por Dios con propósito y así también descubrimos nuestro potencial. Si somos cristianos renacidos por la obra redentora de Jesucristo, entonces el Espíritu Santo realiza una obra sublime en nosotros: hacernos cada día más semejantes a Él.
Cada día, al observarlo y conocerlo, el Señor hace el milagro de incorporar de sus características a nuestro corazón. El espejo al que Pablo se refiere es de bronce (algo así como mirarse en una bandeja de metal de nuestro tiempo). Por lo tanto, aunque no existe una visión total de las realidades celestiales, con todo, esta transformación nos provee la libertad y las alas para remontar el vuelo más allá de nuestra propia y débil humanidad, siguiendo el modelo que solo la amorosa providencia de Dios puede proveer: “Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta la fragancia de Su conocimiento en todo lugar” (2 Co. 2.14).