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El pecado según la Biblia es cualquier desobediencia a la ley de Dios.

El pecado original

El pecado original se refiere a los efectos del pecado de Adán en su posteridad, lo que resulta en que todo ser humano después de Adán y Eva nace en un estado pecaminoso y alienado de Dios (Ro 3:23; 6:23).

Dios hizo a nuestros primeros padres sin pecado y en comunión con Él. Sin embargo, se rebelaron contra su Creador, pecaron e introdujeron la maldición de Dios al mundo (Gn 3:6-7). El primer pecado de Adán es la causa del pecado y la muerte que entra en el mundo de los humanos. Hay varias posturas sobre cómo interpretar el pecado original descrito en la Biblia.

El pelagianismo (llamado así por el monje irlandés Pelagio) se equivocó y sostuvo que Adán era simplemente un mal ejemplo que otros siguen.

El agustinismo (por Agustín de Hipona) se opuso a Pelagio, insistiendo en que el pecado de Adán hundió a la raza humana en el pecado.

Las posturas de la jefatura dicen que la posición de Adán por su raza es la razón por la que los humanos heredan la culpa del pecado (condenación ante Dios) y la corrupción (profanación moral).

La jefatura natural (o realismo) sostiene que realmente estábamos en Adán en forma de simiente (semilla); por lo tanto, su pecado es nuestro.

La jefatura federal sostiene que Adán era nuestro representante, y su pecado es contado (imputado) a nuestras cuentas bancarias espirituales (Gn 3; Ro 5:12–19; Ef 2:1–3).

Los pecados actuales son actos de pecado que los humanos cometen. Es digno de destacar que, antes de que Pablo trate el pecado original en una de sus cartas (Ro 5:12–19), el apóstol trata los pecados actuales al principio de la misma (Ro 1:18–3:20; cp. Gn 6:5; Gá 5:19–21).

La naturaleza del pecado

La Biblia revela que desde la caída, la tendencia natural al pecado está presente en todos los humanos desde su nacimiento (Ro 3:9-18). Permanece en los creyentes, aunque Dios los regenera y les da Su Espíritu, quien los guía en santidad. Como testifica la Escritura:

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y Su amor hacia la humanidad, Él nos salvó, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que Él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por Su gracia fuéramos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna (Tit 3:4-7; cp. 2 Co 5:17; Ro 8:1).

La morada del pecado

Se refiere a la presencia y actividad del pecado en la vida de los creyentes. Desde la caída, el pecado es un aspecto universal de la condición humana. También es una condición inherente. Todo ser humano nace con una naturaleza pecaminosa, una tendencia al mal que es la fuente de pecados reales. Aunque esta verdad está implícita en otras Escrituras, Pablo enseña de forma explícita que el pecado sigue viviendo en cada cristiano.

En un pasaje en el que lucha con el pecado que abruma su deseo de hacer el bien, Pablo habla del pecado que mora en él y reconoce que «el pecado habita en mí» (Ro 7:17, 20–21). Aunque la morada del pecado no es una excusa para que los creyentes se entreguen a un estilo de vida pecaminoso, el pecado estará, lamentablemente, dentro y con nosotros hasta que Cristo regrese para confirmarnos en perfecta santidad. No es de extrañar que los primeros cristianos clamaron: «¡Maranata!», que significa «El Señor viene» y «Amén, ven, Señor Jesús» (1 Co 16:22; Ap 22:20).

El pecado imperdonable

Por último, el pecado imperdonable es el pecado descrito por la afirmación de Jesús de que «cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno» (Mr 3:29).

¿Qué es la blasfemia contra el Espíritu Santo? Según varias posturas, Jesús se refiere a la negación de la fe, la incredulidad hasta la muerte o un pecado atroz, como asesinato o adulterio. La apostasía es un gran pecado; aunque los apóstatas a veces se arrepienten, muchos no lo hacen, demostrando que su fe no era genuina.

No confiar en Cristo y morir en pecado es pecado imperdonable, pero eso difiere de cometer el pecado imperdonable mientras está todavía vivo. El asesinato y el adulterio son malvados, pero la Escritura da ejemplos de ofensores que fueron perdonados, como David.

El contexto de la declaración de Jesús sugiere una mejor postura. Justo antes de las palabras de Jesús, Sus enemigos atribuyeron a Satanás los milagros que fueron hechos en el poder del Espíritu Santo. Este es el pecado imperdonable: atribuir de forma deliberada la obra de Jesús al diablo. Aquellos que temen haber cometido el pecado imperdonable no lo han hecho; porque si lo hubieran hecho, no buscarían el perdón.

Si eres creyente, puedes tener esta certeza: «Por tanto, les hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo» (1 Co 12:3).

Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson (B&H Español, 2022).

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