Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson (B&H Español, 2022).
La doctrina de la humanidad de Cristo se refiere a la condición de Jesús como ser humano genuino. Esta es una verdad esencial, porque la salvación depende de la humanidad (y deidad) auténtica de Jesús. La Biblia enseña la humanidad de Jesús de muchas maneras.
El testimonio bíblico de la humanidad de Cristo
El Hijo eterno de Dios vino a ser un ser humano, el Hijo del Hombre (Jn 1:14; Heb 2:14). Jesús tenía necesidades humanas (p. ej., se cansaba, tenía hambre y sed Jn 4:6; 19:28; Mt 4:2; 21:18). Jesús mostró emociones humanas, como una pena intensa (Mt 26:38). Jesús tuvo experiencias humanas, como el nacimiento, el crecimiento y la muerte (Lc 2:6-7; 2:52; Jn 19:18, 30, 33). Jesús tuvo una relación humana con Su Padre al honrarlo y obedecerlo (Jn 8:49; 12:49). Jesús fue «perfeccionado» en Su humanidad; puesto que aprendió la obediencia por medio del sufrimiento, este hecho lo calificó perfectamente por experiencia para redimir a todos los que confían en Él como Salvador (Heb 5:8–9).
Implicaciones teológicas de Su humanidad
El hecho de que Cristo se encarnara implica Su estado de humillación y posterior exaltación.
«Estado de humillación» y «estado de exaltación» son términos que se refieren a dos fases cronológicas y las condiciones correspondientes por medio de las cuales el Hijo de Dios avanza para lograr la redención.
El estado de humillación incluye el nacimiento de Jesús, vida terrenal, tentaciones, sufrimientos, pruebas, crucifixión, muerte y sepultura. El estado de exaltación incluye la resurrección, ascensión, sesión (sentado a la diestra de Dios), intercesión y regreso de Jesús.
Negaciones de la humanidad de Cristo
Así como hay herejías que niegan la deidad de Cristo, también hay negaciones que rechazan la enseñanza bíblica de que Cristo es verdadera y plenamente humano. Dos de tales negaciones históricas son el docetismo y el apolinarianismo, el primero es notorio y el segundo más sutil.
La filosofía griega mantenía que había gradaciones de la realidad, con el espíritu como lo más elevado y la materia como lo menos real. Las gradaciones éticas eran paralelas a estas ontológicas, de modo que el espíritu era bueno y la materia mala. Los griegos, entonces, pensaban que era imposible que Dios viniera a ser humano.
El docetismo (gr. dokeō, «pienso, parezco, aparezco») enseñó que Cristo solo parecía ser humano. El apolinarianismo, que lleva el nombre de Apolinario (siglo IV d. C.), negó la integridad de la humanidad de Cristo. Sostuvo que Jesús tenía un cuerpo humano pero no un alma humana, «el Verbo» tomando el lugar del alma.
En 381 d. C., el Concilio de Constantinopla I condenó esta herejía. Aunque rechazamos estos errores, a veces nos resulta difícil a nosotros que afirmamos con razón la deidad de Cristo, afirmar Su humanidad con la misma fuerza. Hay dos puntos cruciales:
1) Nuestra salvación depende de la deidad de Jesús y Su humanidad. La humanidad de Jesús le permitió morir en lugar de Sus congéneres humanos para rescatarlos de sus pecados.
2) Confesamos el misterio en la persona de Cristo. No podemos entender por completo cómo Él es Dios y hombre en una sola persona.
En Su primera venida, el Hijo de Dios sufrió, fue tentado, rechazado, maltratado y muerto. En Su segunda venida, regresará con poder y gloria para rescatar a los creyentes y castigar a Sus enemigos (2 Co 8:9; Ef 1:20-21; Fil 2:6-11; Heb 9:26-28).