La ortodoxia protestante divide el conocimiento de Dios en dos grandes bloques, a saber, el conocimiento natural de Dios (scientia necessaria), y el conocimiento libre de Dios (scientia definita). El primer tipo de conocimiento se refiere a todo lo que Dios sabe en cuanto a su propia naturaleza y a todas las posibilidades compatibles con su naturaleza; la segunda clase de conocimiento tiene que ver con lo que Dios ha decretado efectuar por su libre voluntad.
No obstante, ante el avance de los principios de la Reforma por el norte de Europa en el siglo XVI, un teólogo jesuita de la contrarreforma española llamado Luis de Molina (1535-1600), propuso una tercera categoría de conocimiento divino conocida como el conocimiento medio (scientia media), doctrina que la Sociedad de Jesús abrazaría de manera oficial nueve años después del fallecimiento de su destacado proponente (de allí el apodo “molinismo”).
De Molina quiso oponerse a la doctrina protestante de la predestinación, redescubierta y defendida tan hábilmente por Martín Lutero en La voluntad determinada y Juan Calvino en su Institución a lo largo del siglo XVI. El pensador español no quiso que el mensaje protestante eliminase el concepto de la libertad de la criatura. Creyó que el protestantismo estaba sofocando el libre albedrío.
La ciencia media
Entonces, ¿de qué se trata el conocimiento medio o la ciencia media?
La scientia media es un conocimiento hipotético acerca de lo que un determinado agente personal habría hecho en una situación que no se dio. Por ejemplo, digamos que hay un creyente evangélico colombiano llamado Gabriel, hijo de cristianos. Gabriel cree en Cristo. Pero si Gabriel hubiese nacido en algún desierto africano criado por padres politeístas, solo Dios sabe si Gabriel se habría convertido al Señor o no bajo aquellas circunstancias. No es conocimiento de eventos reales, sino de situaciones hipotéticas, condicionales. Dios, entonces, antes de crear todas las cosas, primeramente contempla todos los mundos posibles por medio de su conocimiento medio. Luego determina crear el mundo que más le agrade. Según la perspectiva del vocero contemporáneo más conocido de la escuela molinista, el apologeta estadounidense William Lane Craig, Dios decidió crear el mundo en el cual el mayor número de personas serían salvas.
De esta forma, razona Craig, se hace justicia a la soberanía de Dios en crear el mundo conforme a su voluntad, y simultáneamente a la libertad de la voluntad humana en el grandioso asunto de la salvación.
A primera vista, la perspectiva molinista parece atractiva. Sin embargo, hay varios problemas bíblicos y filosóficos que los molinistas no consiguen resolver.
¿Es la ciencia media correcta?
Antes que nada, el molinismo pone en tela de juicio la plena deidad de Dios ya que presupone que haya situaciones hipotéticas que podrían ocurrir independientes de su providencia. Estas situaciones hipotéticas están fuera del control de Dios y por lo tanto el Todopoderoso se ve obligado a escoger crear el mejor mundo posible de entre las opciones que le dan esas situaciones hipotéticas. Dios, pues, es como un jugador de cartas cósmico que solamente puede jugar conforme a las cartas que le fueron repartidas antes de la creación del mundo.
Tal Dios no es soberano en el sentido bíblico del término. ¿Acaso no estipula el Salmo 115:3 que Dios hace todo lo que quiere? Al abrir la puerta hacia un cosmos sin el pleno dominio de Dios, se coronan el azar y la suerte en lugar del Rey de los siglos.
En segundo lugar, el molinismo no toma en serio la corrupción radical del ser humano. Para volver al ejemplo de Gabriel, no hay ningún mundo posible en el cual nuestro hermano aceptaría a Cristo sin que la gracia del Espíritu le hiciera nacer de nuevo. La conversión es siempre la obra del Omnipotente, nunca la decisión autónoma de un ser humano espiritualmente neutral. Por lo tanto, la idea de que hay un mundo hipotético en el cual Gabriel podría escoger a Cristo libremente (o sea, sin la intervención del Señor) es simplemente ficticia. La salvación, nos recuerda el profeta Jonás, es del Señor (Jonás 2:8). Es precisamente esta verdad evangélica que de Molina procuró modificar.
Tercero, en términos puramente filosóficos, los teólogos protestantes ortodoxos destacan que sí creen en el conocimiento medio ya que están convencidos de que Dios sabe todo lo que pasaría en todos los diferentes mundos posibles. Sin embargo, para ellos este conocimiento forma parte del conocimiento natural de Dios (scientia necessaria), es decir, no hay una tercera clase de conocimiento separado del conocimiento o natural o libre de Dios. Proponer una tercera vía solo sirve para complicar la epistemología divina innecesariamente.
Finalmente, y de forma bastante irónica, el molinismo acaba negando la libertad del individuo que pretende defender. Volvamos a nuestro amigo, Gabriel. Si Dios decide crear un mundo en el cual Gabriel ha de aceptar a Cristo, sus decisiones ya están todas predeterminadas. Gabriel va a aceptar a Cristo sí o sí. En cada momento, todo lo que hace, piensa, dice, siente, y escoge nuestro hermano, está totalmente predestinado. Así que, en última instancia, el molinista acaba disparándose en el pie, hablando filosóficamente.
De hecho, su postura es más fatalista que la perspectiva protestante tradicional. ¿Por qué? Porque en el molinismo, Dios decide crear un mundo según las cartas que el azar le reparta. Gabriel, entonces, está sujeto al ciego proceso del azar. Pero en la teología reformada clásica, nuestro hermano se encuentra arropado por un Salvador bueno, misericordioso, y soberano, que dirige todas las cosas providencialmente para la gloria de su nombre y el bien de su pueblo (Gabriel incluido).
Conclusión
En suma, los protestantes contemporáneos haríamos bien en mantenernos anclados en los caminos de la ortodoxia. Tristemente, como ya hemos observado, el molinismo, que no deja de ser una especie de arminianismo sofisticado, atenta contra la deidad de Dios, la antropología bíblica, y la epistemología reformada clásica, además de ser incoherente con sus propios postulados filosóficos.
Al final, el único soberano es el Dios de las Sagradas Escrituras, no la voluntad autónoma de ningún agente personal. Escrito está: “Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del SEÑOR; Él lo dirige donde le place” (Pr. 21:1).