Este es un fragmento adaptado de Cómo entender la salvación (Vida, 2014), por Wayne Grudem.
Cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron dignos de castigo eterno y de separación de Dios (Gn. 2:17). De la misma manera, cuando los seres humanos pecan hoy se hacen merecedores de la ira de Dios y del castigo eterno: “Porque la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Esto quiere decir que, una vez que las personas pecan, la justicia de Dios requiere solo una cosa: que queden eternamente separados de Dios, alejados de la posibilidad de experimentar sus cosas buenas y que vivan para siempre en el infierno, recibiendo solo la ira divina para siempre.
De hecho, esto es lo que les sucedió a los ángeles que pecaron, y nos podría haber sucedido a nosotros también: “Porque Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio” (2 Pe. 2:4).
Pero en realidad Adán y Eva no murieron de inmediato (aunque la sentencia de muerte empezó a cumplirse en sus vidas a partir del día que pecaron). La plena ejecución de la sentencia de muerte quedó demorada por muchos años. Además, millones de sus descendientes aun hasta el día de hoy no mueren y van al infierno tan pronto como pecan, sino que continúan viviendo por muchos años, disfrutando de innumerables bendiciones en este mundo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede continuar Dios dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte, no solo a aquellos que al final serán salvos, sino también a millones que nunca lo serán, cuyos pecados nunca serán perdonados?
La respuesta a estas preguntas es que Dios otorga gracia común.
Podemos definir la gracia común de la siguiente manera: la gracia común es la gracia de Dios mediante la cual Él da a las personas innumerables bendiciones que no son parte de la salvación. Se le llama común porque es común a todas las personas y no está restringida a los creyentes ni a los elegidos.
Para distinguirla de la gracia común, identificamos como “gracia salvadora” la gracia de Dios que trae salvación a las personas. Por supuesto, cuando hablamos de “gracia común” y “gracia salvadora” no estamos indicando que haya dos clases de gracia en Dios, sino que la gracia de Dios se manifiesta a sí misma en el mundo en dos formas diferentes.
La gracia común es diferente de la gracia salvadora en sus resultados (no produce salvación), en sus receptores (la reciben por igual los creyentes y los incrédulos), y en su fuente (no fluye directamente de la obra expiatoria de Cristo, puesto que la muerte de Cristo no gana ninguna medida de perdón para los incrédulos y, por tanto, tampoco hace que tengan mérito las bendiciones de la gracia común para ellos). Sin embargo, sobre este último punto debiéramos decir que la gracia común fluye indirectamente de la obra redentora de Cristo, debido al hecho de que Dios no juzgó al mundo de una vez cuando entró el pecado debido primaria y quizá exclusivamente a que planeaba salvar al final a algunos pecadores a través de la muerte de su Hijo.
La gracia común no cambia el corazón humano ni lleva a las personas al arrepentimiento genuino y a la fe, y, por tanto, no puede salvar a las personas (aunque en la esfera intelectual y moral puede proporcionar algo de preparación para hacer que las personas estén más dispuestas a aceptar el evangelio). La gracia común restringe el pecado, pero no cambia la disposición fundamental de nadie hacia el pecado, ni en ninguna medida significativa purifica la naturaleza humana caída.