Este es un fragmento adaptado del libro ¿Qué es la Teología Reformada? (Poiema Publicaciones, 2016), por R. C. Sproul. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
La justificación en el evangelio involucra el perdón y remisión de nuestros pecados. Comúnmente usamos la palabra remisión en dos sentidos. Cuando un tumor canceroso se reduce o desaparece, decimos que el cáncer está en remisión. Cuando pagamos una cuenta podemos decir que está remitida. La raíz de la palabra remisión significa “enviar». De ahí deriva la palabra misión o misionero (las palabras misiva y misil provienen de la misma raíz).
En su sentido fundamental la remisión de pecados significa enviar los pecados lejos. Es una especie de eliminación de los pecados desde nuestra cuenta. En la remisión de pecados Dios borra nuestras transgresiones del registro divino y aleja de nosotros los pecados. Esta remisión es esencial para el perdón divino. Juan Calvino dijo:
“La justicia de la fe es una reconciliación con Dios, que consiste en la remisión de los pecados… Porque si quienes el Señor ha reconciliado consigo son estimados por sus obras se verá que todavía siguen siendo pecadores; y sin embargo tienen que estar totalmente puros y libres de pecado. Se ve, pues, claramente que quienes Dios recibe en Su gracia, son hechos justos únicamente porque son purificados, en cuanto sus manchas son borradas al perdonarles Dios sus pecados; de suerte que esta justicia se puede llamar, en una palabra, remisión de pecados”.
Pablo enfatiza este aspecto de la justificación:
“En realidad, si Abraham hubiera sido justificado por las obras, habría tenido de qué jactarse, pero no delante de Dios. Pues ¿qué dice la Escritura? ‘Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia’. Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor, sino como una deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras: ‘¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!’”, Romanos 4:2-8 NVI.
Aquí el apóstol explica claramente la relación entre la remisión del pecado y la imputación. Habla de la bendición que significa que Dios traspase la justicia de Cristo al creyente. También habla de la bendición de que Dios no impute algo, es decir, nuestro pecado. Ese es el aspecto negativo. Al justificarnos Dios imputa algo (la justicia de Cristo) y no imputa algo (nuestro pecado). Lutero resume la noción de la remisión de pecados:
“El cristiano es santo y pecador al mismo tiempo; es malvado y piadoso simultáneamente. Porque en lo que concierne a nuestra persona, estamos en pecado y somos pecadores a nombre nuestro. Pero Cristo nos trae otro nombre, en el cual hay perdón de pecados para que los pecados sean remitidos por Su causa.
Así que ambas afirmaciones son verdaderas. Hay pecados pues el antiguo Adán aún no está totalmente muerto; pero los pecados no están ahí. La razón es esta: por causa de Cristo Dios no quiere verlos. Yo los veo y los siento con claridad. Pero ahí está Cristo quien ordena que se me diga que me debo arrepentir, reconocer que soy pecador y creer en el perdón de pecados en Su nombre.
Puesto que el arrepentimiento, el pesar por el pecado y el conocimiento del pecado son necesarios pero no suficientes, se debe agregar fe en el perdón de pecados en el nombre de Cristo. Pero donde existe tal fe, Dios ya no ve pecado; pues uno está delante de Dios en el nombre de Cristo y no en el propio. Cristo nos adorna con Su gracia y justicia, aunque a nuestros ojos seamos pobres pecadores, llenos de debilidades e incredulidad”.
La remisión de pecados está ligada a la obra expiatoria de Cristo. La expiación involucra también la propiciación. La propiciación se refiere a que Cristo satisface la justicia de Dios, haciendo “propicio” que Dios nos perdone. La propiciación puede verse como el acto vertical de Cristo dirigido al Padre.
Al mismo tiempo, Cristo es la expiación de nuestros pecados, quitando o cargando todos nuestros pecados, lejos de nosotros. Como el Cordero de Dios, Jesús es quien carga el pecado, llevándolo en nuestro lugar. En la cruz, Cristo cumple lo que simboliza el cordero sacrificado del Antiguo Testamento y el chivo expiatorio sobre el cual se transfieren los pecados del pueblo. El chivo expiatorio no era sacrificado, sino que era enviado al desierto para que se llevara los pecados lejos del pueblo. Esta acción simbolizaba la remisión de pecados.