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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Qué es pecado?

El pecado es rechazar o ignorar a Dios en el mundo que Él creó, rebelándonos contra Él al vivir sin referencia a Él, sin ser ni hacer lo que requiere Su ley —resultando en nuestra muerte y en la desintegración de toda la creación.

1 Juan 3:4: “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley”.

Es muy importante entender que el pecado es rebelión con­tra la ley de Dios; es no hacer lo que Él requiere de nosotros, no vivir como Él nos ha llamado a vivir y, por tanto, no ser lo que Él nos ha creado para ser. El pecado es vivir sin refe­rencia a Dios, sin contemplarlo como la realidad suprema sobre la que debe girar toda nuestra vida. Y cuando no vi­vimos como Dios quiere, violamos Su ley y todas las pautas que nos ha provisto en Su amor y cuidado para que vivamos en plenitud.

Cuando no vivimos como si Dios fuera Dios, cuando quebrantamos Su ley de amor, fallamos en ser las personas que Dios nos creó para ser

Piénsalo de esta manera. Si fueras a tirarte por un ba­rranco diciendo: “No tengo que vivir según la ley de la gra­vedad; puedo vivir según mis propias reglas”, por un lado, estarías desobedeciendo una regla muy específica —es decir, “No te tires por un barranco”. Pero, por otro lado, no esta­rías viviendo en referencia a la gravedad. Estarías viviendo como si la gravedad no tuviera consecuencias o no importara en tu vida. Nunca dirías que la ley de la gravedad es arbitraria, o que es incoherente que tengas que obedecerla. Nunca dirías eso porque entiendes que la gravedad es algo con lo que tenemos que vivir. Sabes bien que existen pautas que debemos honrar y límites que debemos reconocer. Sabes cuál es el resultado de tirarte por un barranco e intentar romper la ley de la gravedad: muerte y desintegración. 

Cuando no vivimos como si Dios fuera Dios, cuando quebrantamos Su ley de amor, cuando fallamos en honrar Su nombre, cuando decimos o implicamos con nuestras ac­ciones que Él es irrelevante en nuestras vidas, fallamos en ser las personas que Dios nos creó para ser. Y eso nos lleva a la muerte y a la desintegración.

Vivir sin referencia a Dios es la razón por la que todo el cos­mos está sujeto a la muerte y a la desintegración

Esta ilustración podría ser de ayuda. Nuestro sistema solar existe en armonía cuando todos los planetas orbitan alrededor del mismo centro: el sol. Sin embargo, si los pla­netas decidieran por sí mismos alrededor de qué orbitar, o si algunos de los planetas decidieran no orbitar, ¿qué sucede­ría? Muerte y desintegración. Si los planetas dejan de orbi­tar alrededor del centro correcto, el sistema solar dejaría de existir. Si los planetas dejan de vivir en referencia al sol, todo se desmoronaría y sería destruido. 

Vivir sin referencia a Dios no solo conduce a nuestra muerte y desintegración; es la razón por la que todo el cos­mos está sujeto a la muerte y a la desintegración. Dios creó a Adán y a Eva para que fueran la pieza central de la creación. Cuando ellos pecaron, su desobediencia a la ley amorosa de Dios no solo tuvo implicaciones en sus vidas, también tuvo implicaciones en todo el cosmos. 

El pecado conduce a la muerte. Y, sin embargo, el evangelio es que Jesucristo experimentó la muerte para que nosotros pudiéramos vivir

Pablo escribe que “la paga del pecado es muerte” (Ro 6:23). El pecado conduce a la muerte. Y, sin embargo, el evangelio es que Jesucristo experimentó la muerte para que nosotros pudiéramos vivir. En un sentido, Él fue desintegra­do en la cruz, espiritualmente deshecho, para que nosotros pudiéramos tener plenitud. Él murió por nuestro pecado para que podamos tener vida. Él experimentó muerte y des­integración. Él pagó el precio de nuestro pecado para que no tuviéramos que hacerlo.

Oración. Señor del universo, todos Tus caminos son buenos. Cuando decidimos ir por nuestra propia senda estamos escogiendo el camino de la muerte. Ayúdanos a ver el pecado como el veneno que es. Permite que sea Tu ley, y no un espíritu de desobediencia, lo que moldee nuestras mentes y nuestras vi­das. Amén.


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