La celebración de la pascua es uno de los eventos más significativos en la historia bíblica. Al recordarlo, los creyentes celebramos visible y activamente la obra redentora de Dios por su pueblo a lo largo de las Escrituras.
Sin embargo, muchos cristianos a veces no comprendemos de qué se trata esta celebración. Para identificar, analizar, y meditar en los aspectos fundamentales de la pascua, necesitamos considerar la historia de la redención. Por eso, a continuación, buscamos ofrecer una breve teología bíblica elemental de la pascua que informe y transforme nuestra predicación y adoración.
La pascua en el Antiguo Testamento: Redención divina y memorial perpetuo
De acuerdo al Nuevo diccionario ilustrado de la Biblia, la palabra pascua “viene del vocablo hebreo pesaj, que literalmente significa ‘pasar por alto’ o ‘encima’, y figuradamente ‘preservar’, ‘mostrar misericordia’”. Su primer uso en las Escrituras se encuentra en Éxodo 12, y nos ofrece todos los elementos esenciales que serán considerados en el resto de la Biblia:
En la tierra de Egipto el Señor habló a Moisés y a Aarón y les dijo: “Este mes será para ustedes el principio de los meses. Será el primer mes del año para ustedes. Hablen a toda la congregación de Israel y digan: ‘El día diez de este mes cada uno tomará para sí un cordero, según sus casas paternas; un cordero para cada casa. Pero si la casa es muy pequeña para un cordero, entonces él y el vecino más cercano a su casa tomarán uno según el número de personas. Conforme a lo que cada persona coma, dividirán ustedes el cordero. El cordero será un macho sin defecto, de un año. Lo apartarán de entre las ovejas o de entre las cabras. Y lo guardarán hasta el día catorce del mismo mes. Entonces toda la asamblea de la congregación de Israel lo matará al anochecer. Ellos tomarán parte de la sangre y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas donde lo coman.
Comerán la carne esa misma noche, asada al fuego, y la comerán con pan sin levadura y con hierbas amargas. Ustedes no comerán nada de él crudo ni hervido en agua, sino asado al fuego, tanto su cabeza como sus patas y sus entrañas. No dejarán nada de él para la mañana, sino que lo que quede de él para la mañana lo quemarán en el fuego. De esta manera lo comerán: ceñidas sus cinturas, las sandalias en sus pies y el cayado en su mano, lo comerán apresuradamente. Es la Pascua del Señor.
Porque esa noche pasaré por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, tanto de hombre como de animal. Ejecutaré juicios contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre les será a ustedes por señal en las casas donde estén. Cuando Yo vea la sangre pasaré de largo, y ninguna plaga vendrá sobre ustedes para destruirlos cuando Yo hiera la tierra de Egipto. Y este día será memorable para ustedes y lo celebrarán como fiesta al Señor. Lo celebrarán por todas sus generaciones como ordenanza perpetua’”, Éxodo 12:1-14.
Luego de leer ese pasaje, hay varias cosas que resaltan:
1. Dios es el personaje central de esta historia
Al observar el texto bíblico, todo texto bíblico, Dios (Padre, Hijo, y Espíritu Santo) es siempre la palabra más importante. Nuestra primera tarea al estudiar la Biblia debe ser descubrir la voz de Dios y su obra en la historia.
En nuestras celebraciones y servicios de adoración, hemos de asegurarnos que nada llegue a ser más visible o admirable que Dios mismo y su obra gloriosa de redención.
En el caso de la pascua, es evidente que se trata de una institución divina. Fue idea de Dios (Éx. 12:1-2, 11). No pasemos por alto ni olvidemos que la pascua es “la pascua del Señor”. Su propósito y valor están eternamente ligados a la obra de Dios por medio de ella. En nuestras celebraciones y servicios de adoración, aun hasta este día, hemos de asegurarnos que nada llegue a ser más visible o admirable que Dios mismo y su obra gloriosa de redención.
También podemos ver en el pasaje que la pascua es una expresión del amor de Dios manifestado en la redención de su pueblo y el juicio de sus enemigos, en fidelidad a su pacto (Éx. 12:7-13). En la pascua, Dios recuerda su pacto y actúa con amor fiel hacia su pueblo. El amor y la misericordia del Señor se ofrecen a su pueblo mediante el sacrificio y la sangre de un cordero inocente (Éx. 12:13).
2. En el Antiguo Testamento la pascua es en esencia una celebración que mira hacia el pasado
Ella marca el día de independencia de Israel y el nacimiento de la nación (Éx. 12:1-2).
Posterior al evento histórico de la primera pascua, el propósito de la celebración era que el pueblo recordara, una vez al año, con sus cinco sentidos, los detalles específicos de la obra maravillosa de redención que Dios había realizado a su favor en Egipto (Éx. 12:14; 42, 50-51; 23:15; Dt. 16:3).
En la pascua, Dios derramó sangre, la sangre de los primogénitos de Egipto. Pero al mismo tiempo pasó por alto (heb. pesaj) los hogares de aquellos israelitas quienes, con fe obediente, cubrieron los dinteles de sus casas con la sangre del cordero sin defecto que habían inmolado con sus propias manos.
3. Celebrar la pascua motivaba al pueblo a recordar constantemente para vivir fielmente
Para Israel, recordar los detalles específicos de la obra redentora de Dios en Egipto era importantísimo por una razón sencilla: En la Biblia, el olvido del pueblo de Dios está intrínsecamente ligado a la apostasía. Al mismo tiempo, la Biblia testifica repetidamente la fidelidad de Dios para recordar sus promesas. Observe los siguientes pasajes en Deuteronomio 4:
(4) Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos. (9) Tengan cuidado, pues, no sea que olviden el pacto que el Señor su Dios hizo con ustedes, y se hagan imagen tallada en forma de cualquier cosa que el Señor tu Dios te ha prohibido. (30) En los postreros días, cuando estés angustiado y todas esas cosas te sobrevengan, volverás al Señor tu Dios y escucharás Su voz. (31) Pues el Señor tu Dios es Dios compasivo; no te abandonará, ni te destruirá, ni olvidará el pacto que Él juró a tus padres.
El contraste que se observa en éstos y otros muchos pasajes es evidente. En relación a Dios, las Escrituras nos muestran que Él no se olvida su pacto y sus promesas (Dt. 4:31; 26:13). Dios es fiel. Pero en relación al pueblo de Dios, constantemente vemos que, cuando el pueblo olvida las obras de Dios, inevitablemente se vuelve a la idolatría (Dt. 4:9; 2 R. 17:38).
En otras palabras, al instituir la celebración memorial de la pascua, Dios proveía a su pueblo un medio de gracia que les permitiría perseverar en la fe y la obediencia al pacto al recordar “todos los días de su vida” la maravillosa obra de redención de Dios (Dt. 16:1-3).
De la misma manera que olvidar nos conduce a apostatar, recordar bíblicamente nos mueve a adorar.
Principios fundamentales
Al estudiar y enseñar acerca de la pascua en el Antiguo Testamento, necesitamos asegurarnos de enfatizar los siguientes principios:
- La pascua es una celebración de la obra amorosa de Dios por su pueblo. En ella, Dios pasó por alto las casas de israelitas imperfectos y pecadores el día que juzgó a Egipto, y las pasó por alto en base al sacrificio de un cordero inocente. Debemos celebrar a Dios en la pascua.
- El propósito de la celebración perpetua es dar al pueblo de Israel una motivación constante, además de una memoria visible y activa que les fortalezca espiritualmente para permanecer fieles en su adoración y servicio al Dios que les redimió. De la misma manera que olvidar nos conduce a apostatar, recordar bíblicamente nos mueve a adorar.
La pascua en el Nuevo Testamento: Certeza de redención y anhelo de comunión
En el Nuevo Testamento los pasajes asociados a la celebración de la pascua se encuentran en los evangelios (Mt. 26:17-19; Mr. 1412–25; Lc. 22:7–23; y Jn. 13:21–30). La pascua judía fue celebrada, consumada, y redefinida por nuestro precioso Salvador. Él utilizó esta, la más importante de las fiestas judías, como el punto de partida para la institución de la Cena del Señor y la inauguración del Nuevo Pacto.
Aquí analizaremos solo el texto en Lucas 22:14-20. En él encontramos todos los aspectos esenciales de la pascua y su significado en el Nuevo Pacto:
Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y con El los apóstoles, y les dijo: “Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios.”
Y tomando una copa, después de haber dado gracias, dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.”
Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: “Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí.” De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por ustedes.
Luego de leer ese pasaje, hay varias cosas que resaltan.
1. Un profundo anhelo de entrar en comunión
Esto es vital para comprender la cena. Para Dios, es un momento anhelado de comunión con su pueblo elegido; un momento de gozo expectante, sostenido en la certeza de la redención futura.
El anhelo del Salvador no ignora el padecimiento de la cruz, sino que más bien lo reconoce como el perfecto cumplimiento de la promesa que Dios hizo de otorgar a su pueblo su presencia para siempre. Cuando nuestra redención sea consumada, el Reino de Dios será final y completamente establecido. Y en ese gran momento celebraremos la cena en la presencia inmediata de nuestro Salvador. ¡Dios anhela darnos la gloriosa comunión de su presencia!
2. Una ceremonia modificada y un nuevo significado otorgado
Ahora damos gracias, no por el cordero que libró a Israel de Egipto, sino por el Salvador, el cordero de Dios, que con su cuerpo y su sangre otorga eterna redención a todo aquél que cree.
De esta manera, la última pascua se convirtió en la primera Santa Cena, el símbolo visible de la inauguración del Nuevo Pacto (Lc. 14:20). Esta cena ya no apuntaría más al pasado, a la liberación de la esclavitud temporal en Egipto, sino al sacrificio de Cristo, el cordero de Dios, quien entregó su vida y derramó su sangre en la cruz para darnos eterna libertad y redimirnos de la esclavitud del pecado para siempre.
Ahora damos gracias, no por el cordero que libró a Israel de Egipto, sino por el Salvador, el cordero de Dios, que con su cuerpo y su sangre otorga eterna redención a todo aquél que cree.
3. La copa y el pan: elementos memoriales (Lc. 14:19-20)
Por esta razón, en la Santa Cena no sacrificamos un cordero, ni derramamos sangre. Nuestro cordero fue sacrificado por nosotros, en aquella pascua, una vez para siempre, y con ello obtuvo eterna salvación para su pueblo escogido (1 Co. 5:7; He. 10:12-14).
4. Una celebración
Al igual que el pueblo de Israel celebraba la fiesta de la pascua, nosotros también celebramos con gratitud el sacrificio del Hijo de Dios. La Cena del Señor nos recuerda que ahora vivimos en una nueva etapa en el programa del Reino de Dios. Ahora somos beneficiarios del Nuevo Pacto inaugurado en la cruz (Lc. 14:16, 20).
Además, la cena nos recuerda que nuestra esperanza está en el futuro, en la consumación del Reino de Dios (Lc. 14:16). Al comer el pan y beber la copa, esperamos con plena certidumbre el día en que el Reino de Dios sea establecido por completo. El día en que nuestra redención llegue a su conclusión gloriosa. Ese día la celebraremos una vez más en la presencia inmediata de nuestro Salvador.
5. Una invitación a recordar activamente
Hacemos esto en memoria de Él. El cristiano no celebra con recuerdos pasivos sino con actos significativos. Recordamos al Señor, su amor, su misericordia, y su gracia. Recordamos su obra sacrificial por nosotros. Actos que, en el presente, nos trasladan al pasado y al futuro. Comemos el pan y bebemos el vino, y al hacerlo regresamos a aquél viernes donde el perfecto amor de Dios por nosotros se desplegó en la cruz.
Al mismo tiempo, al celebrar la pascua saltamos también al domingo, al gozo de la tumba vacía, a la realidad del Cristo resucitado y glorificado. Y de allí somos llevados al futuro, a la consumación del Reino, cuando nos sentaremos con Él y celebraremos su sublime gracia, y adoraremos para siempre a nuestro Rey soberano.
6. Una celebración no solo de la muerte, sino de la resurrección
Podemos celebrar gozosos la muerte de nuestro Mesías, porque proclamamos su resurrección. ¡Él ha resucitado! ¡Él está a la diestra del Padre! ¡Él vendrá otra vez! ¡Él nos llevará consigo para gozar junto a Él para siempre! La cruz consuma la expiación, pero no es el fin de la salvación. El fin de la salvación está en la resurrección corporal de Cristo y de cada uno de sus hijos.
Podemos celebrar gozosos la muerte de nuestro Mesías, porque proclamamos su resurrección.
Una última mirada a la pascua
Antes de terminar, observemos algunos aspectos adicionales en relación a la pascua y la Cena del Señor presentes en el último pasaje en el Nuevo Testamento asociado a la pascua cristiana, que es la Cena del Señor:
“Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que El venga. De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí”, 1 Corintios 11:26-29.
Como hemos visto, a lo largo de las Escrituras, la pascua y la cena son una celebración. En la cena y en el domingo de resurrección celebramos al Salvador. Sin embargo, existe siempre un elemento sagrado y solemne. Existe el dolor de la realidad presente del pecado. Tal como en el Antiguo Testamento celebraban primero comiendo pan de aflicción y hierbas amargas, símbolos de las angustias de Egipto, nosotros también llegamos al Domingo de Resurrección cargados con el dolor del mundo y de nuestro pecado.
Tal como nuestro Salvador anhelaba la comunión de la última cena con sus discípulos, Dios aún anhela nuestra comunión.
Pero observe las Escrituras. En este pasaje, contrario a la práctica de muchas congregaciones, la realidad del pecado en el creyente no es una exhortación a la abstención, sino una invitación a la comunión y al arrepentimiento. El texto no dice, “pruébese cada uno a sí mismo, y absténgase”. En cambio dice, “examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa” (v. 27).
Tal como nuestro Salvador anhelaba la comunión de la última cena con sus discípulos, Dios aún anhela nuestra comunión. Nuestro pecado cotidiano es un obstáculo autoimpuesto. ¡Cristo lo venció en la cruz! Y en cada celebración de la Cena del Señor, nos exhorta a arrepentirnos. Nos exhorta a venir, a comer, a recibir nuevamente la gracia del perdón que el pan y la copa simbolizan.
En la cena, nuestro Salvador está verdaderamente presente y aún nos ofrece su gracia. Solo necesitamos un corazón contrito y humillado. ¡Acerquémonos al Salvador! Él nos espera anhelante.
Nota del editor: Este artículo ha sido modificado de una serie publicada originalmente en La Voz Logos. Usado con permiso.