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“Por tanto, sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto”, Mateo 5:48.

Este llamado a la perfección de Jesús a sus discípulos hace eco del mandato que Dios entregó al pueblo de Israel en Levítico 19:2: “Santos serán porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Ante una lectura superficial, podríamos pensar que el Señor demanda de nosotros una vida inmaculada. Pero de ninguna manera se trata de un llamado a una vida sin pecado. De hecho, la evidencia bíblica nos muestra que todos somos pecadores y portadores de la naturaleza caída que nos aparta de Dios (Sal. 130:3; Ro. 3:10-18; 7:1-25;1 Jn. 1:8).

Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando llamó a sus discípulos a la perfección? Algunos comentaristas argumentan que estas palabras constituyen la conclusión de la antítesis que encontramos en Mateo 5:43-47, aludiendo a una perfección en el amor que debemos mostrar hacia el prójimo.

Sin embargo, otros argumentan que el sentido de la palabra “perfectos” es más amplio y, por lo tanto, debe ser interpretado a la luz de Mateo 5:17-47, donde “Jesús nos enseña que la ley no apunta a meras restricciones judiciales o concesiones que surgen de la dureza de los corazones humanos, y ni siquiera a la ley del amor. Más bien, apunta a toda la perfección de Dios, ejemplificada por la interpretación autoritativa de la ley. Esta es la perfección que los discípulos de Jesús deben imitar, si en verdad son seguidores de Aquel que cumple la Ley y los Profetas (v. 17)”.

En otras palabras, el llamado de Jesús a la perfección es un llamado a una vida que no se basa en el cumplimiento programático y superficial de la ley de Dios, como si se tratara de un simple código de ética y moral para el creyente. Más bien, es el llamado a una vida que encuentra su inspiración en el carácter de Dios (“perfectos como su Padre celestial”) y que observa a Aquel a quien la ley apunta: a Cristo Jesús (Ro. 10:4).

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