Por mucho tiempo ignoré la profundidad con que la Biblia aborda el pacto matrimonial. Mi conocimiento sobre el matrimonio se reducía a que era algo sagrado para Dios, y que hay un claro llamado al hombre a ejercer el rol de cabeza del hogar y a la mujer de sujetarse a él.
Sin embargo, mi trabajo como abogada de derechos humanos dentro de organizaciones que apoyan a familias refugiadas incluía brindar orientación jurídica y psicosocial a muchas familias en situación de vulnerabilidad que también enfrentaban dinámicas de abuso intrafamiliar.
A lo largo de diez años trabajando en esta área, mi comprensión de estas dinámicas aumentó. Se volvió más fácil para mí reconocer la presencia de situaciones abusivas en la primera o segunda entrevista con la familia, o tan solo con uno de sus miembros. Esto es porque el abuso en la familia, y más específicamente, en el matrimonio, no se limita a la agresión física.
Normalmente, la agresión física (sea que comience temprano o más adelante en un matrimonio) es el resultado de una dinámica que ya era abusiva a nivel psicológico y emocional. Por eso es tan importante saber reconocer a tiempo cuáles son esos comportamientos y dinámicas abusivas en las relaciones.
Estadísticas relevantes
Según ONU Mujeres y la Organización Mundial de la Salud, más del 30% de mujeres a nivel mundial ha sufrido de abuso físico y/o sexual por parte de su cónyuge o pareja. Las estadísticas sobre abuso no físico son más difíciles de cuantificar, ya que las tasas de denuncia suelen ser muy inferiores. La situación de confinamiento parcial o total que enfrentamos ante el COVID-19 ha exacerbado significativamente los casos de abuso de diversa índole en el entorno familiar, particularmente entre cónyuges, a nivel mundial.[1]
La mayoría de las legislaciones penales latinoamericanas contemplan diversos supuestos de abuso —en especial las leyes sobre violencia contra la mujer— y asignan una pena criminal a sus perpetradores. Solo de manera ilustrativa, la legislación aplicable en mi natal Venezuela, la Ley Orgánica sobre el derecho de la mujer a una vida libre de violencia, tipifica 21 tipos de comportamientos abusivos y penados por la ley, de los cuales 10 se refieren a abusos no físicos.
Sin embargo, he sido testigo de cómo registrar esto puede ser un reto en una cultura como la nuestra, en donde, si bien la violencia física es en general repudiada, muchas dinámicas y comportamientos abusivos no físicos son en ocasiones aceptados o ignorados por la sociedad, por considerar que se tratan de “asuntos privados entre marido y mujer”.
Conductas y patrones abusivos
Aunque no es una lista exhaustiva, es muy útil tener idea, aunque sea a grandes rasgos, de cuáles pueden ser algunas de las conductas abusivas en el contexto del matrimonio:
- Abuso físico: agresión física, golpes, cachetadas, arrojar objetos a la persona, acceso carnal violento (abuso sexual).
- Abuso narcisista: Love bombing (ciclo de afecto, control, y abuso); gaslighting (manipulación psicológica en el que se hace dudar a la víctima de su memoria, percepción, cordura, o de la validez de sus emociones); aislamiento (ejerciendo y fomentando la dependencia exclusiva a nivel emocional, económico, y psicológico); amenazas, humillación, e intimidación.
- Manipulación: Crear sentimientos de culpa o de deuda en el otro para lograr control. En el contexto cristiano, esto puede llegar a verse incluso en el uso de principios bíblicos para ejercer control, humillación, y abuso sobre el cónyuge (ejemplos: “debes hacer todo lo que yo digo porque yo soy la cabeza”, “dame todo lo que te pido porque tu deber es amarme sacrificialmente”, o “debes soportar cualquier conducta dentro del matrimonio porque esa es la voluntad de Dios”).
La Iglesia y el abuso dentro del matrimonio
Lamentablemente, como consecuencia de nuestra naturaleza pecaminosa y del mundo caído que aún habitamos, los matrimonios cristianos no están exentos de funcionar bajo patrones abusivos. Debido a ello, es fundamental que como individuos sepamos reconocer cuáles son las conductas abusivas, denunciándolas y pidiendo la ayuda necesaria y a tiempo.
En ocasiones, he visto con dolor casos de dinámicas que son obviamente abusivas en matrimonios cristianos en los que no se rechaza ni corrige el comportamiento por parte del liderazgo, muchas veces por creer que se trata de un asunto privado o, peor aún, del sacrificio de amor necesario para sostener un matrimonio. Aún hoy, existen liderazgos en nuestras iglesias que no condenan ni disciplinan situaciones de abuso, con base al principio de sujeción de la mujer al hombre o para preservar la unión matrimonial por encima de cualquier dinámica existente.
No obstante, ni siquiera la formación que obtuve como abogada en el tema me aportó tanta claridad en cuanto al diseño e intención original para el matrimonio, como lo hizo la Palabra de Dios. Cuando nos acercamos a lo revelado en la Biblia con respecto al matrimonio, y a los mandatos del Señor para las esposas y los esposos, entendemos que dentro del diseño de Dios para esta unión las conductas abusivas no tienen cabida:
“Sométanse unos a otros en el temor de Cristo.
Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.
Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.
Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de Su cuerpo. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.
Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido” (Efesios 5:21-33).
Cuando observamos las instrucciones que el Señor da por medio del apóstol Pablo a hombres y mujeres acerca de cómo conducirnos en el matrimonio, su dirección no termina siendo la de un manual de conducta moral, sino una revelación del carácter sagrado del matrimonio como un símbolo de la más sublime unión que esperamos un día: la de Cristo con Su Iglesia. Pablo nos deja claro que la dinámica matrimonial debe reflejar tanto la sujeción y obediencia por amor a Cristo, como el amor sacrificial que Él nos demostró, al extremo de darse a sí mismo por nuestro destino eterno.
Es en ese contexto que debemos comprender que un matrimonio entre personas que aman y siguen a Cristo no da cabida a dinámicas abusivas, violentas, o degradantes, porque el llamado de sujeción, obediencia, y respeto que se le hace a la mujer, así como el de amor y sacrificio que se le hace al hombre, constituyen la razón de ser de la unión matrimonial. El llamado al amor sacrificial y la sujeción parten, a su vez, de un llamado principal a someternos unos a otros como una expresión de nuestra reverencia al Señor Jesús.
El liderazgo en la iglesia tiene también una responsabilidad central en el tema, no solo de cuidar a su rebaño, sino de reconocer estas conductas, condenarlas, y servir como instrumento para la restauración que Dios desea para las familias. El abuso dentro del matrimonio trasciende en su impacto al cónyuge abusado. También afecta a los hijos y la forma en la que éstos entenderán los principios matrimoniales y el mismo evangelio.