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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del ensayo La relación entre la Iglesia y el Estado.

Dios ha dado el poder de la espada a los gobiernos (Ro 13:4) y el poder de las llaves a las iglesias (Mt 16:19; 18:18), y pretende que trabajen por separado pero en cooperación hacia el mayor fin de la adoración.

Los gobiernos deben emplear la espada con el fin de proteger la vida, hacer posible el mandato cultural y proporcionar una plataforma para el trabajo de la iglesia. Son los guardianes de la era presente.

La autoridad que Dios ha dado a los gobiernos

¿Qué significa que Dios ha dado el poder de la espada a los gobiernos?

Si Jesús es el Rey de toda la tierra, de cada centímetro cuadrado, como dijo célebremente Abraham Kuyper en su día, ¿significa eso que los cristianos deben usar el poder del gobierno para someter todas las cosas a Él? ¿Deben criminalizar todo pecado y obligar a la gente a adorarle con el poder del gobierno, como hizo Carlomagno en el siglo IX con el cristianismo y algunos musulmanes hacen hoy con el islam?

Por supuesto que no. Jesús gobierna cada centímetro cuadrado, pero no gobierna cada centímetro de la misma manera. Él otorga diferentes autoridades a diferentes partes. A los padres les da el poder de la vara. A los gobiernos les da el poder de la espada. A las iglesias les da el poder de las llaves. Sin embargo, a ninguna de las partes le da Dios la autoridad para coaccionar el verdadero culto o criminalizar el falso. Tampoco da a los gobiernos la autoridad para criminalizar todo pecado.

Todo lo que hace un gobierno debe hacerlo con el propósito de proteger y afirmar a sus ciudadanos como imagen de Dios

Retrocedamos. Pablo es quien llamó al poder del gobierno el poder de la espada (Ro 13:4). Sin embargo, la autorización original ocurrió justo después del diluvio. Dios acababa de repetir el encargo que había hecho a Adán: «Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra» (Gn 9:1,7). Sin embargo, ahora, en este mundo posterior a la caída, para evitar que los caínes mataran a los abeles, Dios incluyó esta salvedad:

De la sangre de ustedes, de la vida de ustedes, ciertamente pediré cuenta: a cualquier animal, y a cualquier hombre, pediré cuenta; de cada hombre pediré cuenta de la vida de un ser humano.

El que derrame sangre de hombre,
por el hombre su sangre será derramada,
porque a imagen de Dios
Hizo Él al hombre (9:5-6).

Dios no estableció en estos versículos una forma de gobierno particular, ya sea una monarquía, una aristocracia o una democracia. Más bien, entregó a los seres humanos el ingrediente básico necesario para reunirse y formar gobiernos en este mundo caído: la capacidad de usar la fuerza coercitiva moralmente legítima para Sus propósitos de justicia.

Vale la pena destacar varias cosas más en este pasaje.

La autoridad del gobierno proviene de Dios

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos puede decir que los gobiernos «derivan sus poderes justos del consentimiento de los gobernados», como si dijera que cualquier poder que no se derive del consentimiento del pueblo es injusto. Pero eso no es lo que Dios le dijo a Noé. Tres veces dijo que Él «exigiría» estas cosas. Sus poderes de justicia derivan de Él. Una persona puede retirar su consentimiento, pero eso no hace que la autoridad de un gobierno sea necesariamente injusta o inmoral.

Pablo diría más tarde: «Por tanto, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, recibirán condenación sobre sí mismos» (Ro 13:2). Pablo no quiere decir que Dios apruebe todo lo que hace un gobierno determinado, ni que debamos obedecer a los gobiernos sin importar en qué. Lo que sí quiere decir es que su autoridad proviene de Él, y que debemos obedecerlos, al menos cuando actúan dentro de la jurisdicción que Él les dio.

Dios no autoriza a los gobiernos a hacer lo que quieran

No les autoriza a redefinir el matrimonio o la familia. No les autoriza a decir a las iglesias lo que deben creer o quiénes son sus miembros. No les autoriza a utilizar la fuerza de forma injusta o indiscriminada, no sea que la fuerza de estos versículos se vuelva y acuse al gobierno mismo. Ningún gobierno está «por encima» de las exigencias de estos versículos.

Por último, no autoriza a los gobiernos a perseguir los delitos contra Dios (como la blasfemia o el falso culto) ni a criminalizar todos los pecados imaginables (como el adulterio o la homosexualidad). De hecho, parece que los gobiernos deben tolerar las falsas religiones, siempre que no causen un daño directo a los seres humanos: «el que derrame sangre de hombre» no «de Dios». Dicho sea de paso, ¿cómo recompensas a Dios?

Dios autoriza a los gobiernos a proteger la vida de quienes son hechos a Su imagen

Por decirlo de otro modo, les concede la capacidad de establecer una forma básica de justicia que podemos llamar «justicia noética». La justicia noética no es una forma de justicia maximalista, una forma de justicia perfeccionista, del tipo que Dios exigía al Israel del antiguo pacto o a la iglesia del nuevo pacto: «sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5:48). Se trata más bien de una forma de justicia conservadora o proteccionista estrechamente definida. Dios pretende que todos los gobiernos de todas las naciones establezcan esta forma de justicia sobre sus ciudadanos, reconozcan o no a Dios. «El rey con la justicia afianza la tierra» (Pr 29:4). Tal justicia asegura la paz y el orden (1Ti 2:2).

Cualquier cosa que dañe, oprima, explote, obstaculice, pisotee, degrade o amenace a los seres humanos como imagen de Dios se convierte en un blanco de la oposición del gobierno

Todo lo que hace un gobierno —cada ley que dicta, cada fallo judicial que declara, cada código de la agencia ejecutiva que hace cumplir— debe hacerlo con el propósito de proteger y afirmar a sus ciudadanos como imagen de Dios. Su labor de establecer o mantener la justicia debe medirse siempre bajo el estándar de la imago Dei.

Cualquier cosa que dañe, hiera, oprima, explote, obstaculice, pisotee, degrade o amenace a los seres humanos como imagen de Dios se convierte en un blanco de la oposición del gobierno. Por implicación, cualquier cosa que ayude, anime, promueva o fomente una serie de condiciones que contribuyan a la capacidad de los imagen de Dios para vivir su vocación de ser imagen de Dios debería considerarse como un candidato para un posible estímulo gubernamental. Castigar lo malo y premiar lo bueno, como dice Pablo en Romanos 13.

Tenemos una norma básica

Sin duda, los cristianos discreparán sobre hasta qué punto las exigencias de la justicia justifican tal actividad. ¿La protección y la afirmación de la imago Dei justifican la asistencia sanitaria universal, o una estructura fiscal progresiva, o un límite a las emisiones de dióxido de carbono, o unos estándares nacionales de matemáticas para los alumnos de octavo grado, o la existencia de una autoridad federal de aviación y unos requisitos para la construcción de aerolíneas comerciales? Cada cristiano juzgará de forma diferente.

Es bueno entablar esos debates y pertenecen a la categoría de la libertad y la prudencia cristiana. La cuestión es que tenemos una norma básica para evaluar nuestras respuestas y calibrar nuestros argumentos: ¿qué protege y establece la plataforma sobre la que quienes son la imagen de Dios pueden cumplir su vocación divina como tales?

Martin Luther King Jr. captó la idea básica cuando dijo: «Cualquier ley que eleve la personalidad humana es justa. Cualquier ley que degrade la personalidad humana es injusta».

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