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¿Cuándo fue la última vez que intencionalmente te abstuviste de ejercer un privilegio o derecho por el bien del evangelio, o el bien de un hermano? Ejercitar nuestros derechos no siempre es lo mejor. Jesús siempre consideró cómo su manera de actuar –o dejar de actuar– beneficiaría la difusión de las buenas noticias de Dios, y a través del ejemplo de Jesús aprendemos cómo ejercitar nuestras propias libertades poniendo el evangelio primero.

Un excelente ejemplo de esto está en Mateo 17:24-27, que cuenta de una situación en particular en la que Jesús rinde sus derechos con el fin de evitar cualquier obstáculo de compartir las buenas noticias de Dios con la gente.

La pregunta del tributo

En este pasaje nos encontramos con Jesús y sus discípulos habiendo llegado a Capernaúm (v. 24), donde vivía Pedro y su hermano Andrés (Mr. 1:29), que era la ubicación central para el ministerio de Jesús en Galilea (Mt. 4:13, 9:1). Los recolectores de impuestos del templo en Jerusalén se acercan a Pedro, no a Jesús, para preguntarle acerca del pago de impuestos del templo que debía Jesús.

No sabemos exactamente por qué los recaudadores de impuestos fueron a Pedro en lugar de a Cristo. También sería una presunción adivinar la actitud detrás de la pregunta. No queremos caer en la falacia de pensar que, ya que Jesús tenía problemas con algunos de los líderes religiosos, sus interacciones con todas las personas relacionadas con el templo eran desagradables. Al mismo tiempo, no sabemos si se acercaron a Pedro con esta pregunta como un recordatorio amistoso para Jesús, o una ocasión planeada para avergonzarlo junto con sus seguidores y denunciarlo como un líder impío. Simplemente carecemos de detalles para hacer una deducción educada.

Pero lo que sí sabemos es que los líderes religiosos hicieron la pregunta sobre un impuesto legítimo.

“Cuando llegaron a Capernaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban las dos dracmas del impuesto del templo y dijeron: ‘¿No paga su maestro el impuesto del templo?’”, Mateo 17:24.

La mitad de un siclo era el impuesto obligatorio del templo, requerido por la Torá (Ex. 30:13-16). De acuerdo a la Torá, todos los hombres mayores de 20 años tenían que pagar el impuesto de la expiación que fue introducido originalmente para el servicio del tabernáculo. Muchos años después de esto, durante el reinado del rey Salomón, el templo fue construido en Jerusalén para reemplazar el tabernáculo, que era portátil. El templo de Salomón —el primer templo— fue destruido por los babilonios en el 586 a. C (Jer. 52:17-23). Posteriormente fue reconstruido por Esdras (1:1), marcando el comienzo del período del segundo templo. Este segundo templo fue renovado y aumentado por Herodes el Grande en aproximadamente 19 a. C. (Jn. 2:20). Los recolectores del impuesto del templo estaban hablando con Pedro acerca del impuesto del templo de Herodes.  

¿Un impuesto legítimo?

Sin embargo, en Éxodo 30:13-16, Dios, a través de su siervo Moisés, establece un impuesto de medio siclo para el servicio del tabernáculo. En cambio, en Mateo 17:24, los recaudadores de impuestos hablan de dos dracmas. ¿Cómo es posible saber que los recaudadores están pidiendo el mismo impuesto indicado en el Pentateuco? ¿O será que están pidiendo más, o algo diferente?

Para contestar esta pregunta, hay que considerar los cambios sociales, políticos, y especialmente económicos causados por la gran cantidad de tiempo (1,500 años) que había pasado entre el libro de Éxodo y los acontecimientos descritos en Mateo 17. Durante el intervalo entre la época de Moisés y el periodo del segundo templo, la moneda que usaba la gente de Israel cambió. Durante la época de Jesús (el fin del período del segundo templo), los residentes de Israel aparentemente utilizaban varias monedas: romana, griega, y la tradicional judía. El dracma era una moneda griega de plata que valía casi lo mismo que un denario romano, que era aproximadamente 1/4 de un siclo (moneda israelita antigua), y equivalía aproximadamente al salario de un día para el jornalero promedio durante este período. Por lo tanto, al preguntar sobre el impuesto de dos dracmas, los recaudadores de impuestos estaban solicitando el equivalente a 1/2 siclo, el mismo impuesto que Dios específicamente le pidió a Moisés (Ex. 30:15-16) para el mantenimiento del tabernáculo de reunión, que luego se convirtió en el templo en Jerusalén.

La respuesta confiada de Pedro

Así que cuando los líderes religiosos se dirigieron a Pedro, preguntando si Jesús contribuía al templo judío con un impuesto que era requerido a todos los hombres bajo la antigua ley israelita (y posteriormente judía), la respuesta de Pedro fue, no solo aquella que Jesús habría dado, sino la respuesta que todo hombre judío debería haber dado: “Sí” (Mt. 17:24).

¡Por supuesto que Jesús pagaba el impuesto! Como hombre judío, y siendo que el templo era la representación terrenal de cómo Dios moraba con la humanidad, naturalmente Jesús participaba en el mantenimiento del templo. No hubiéramos esperado otra cosa de Jesús el hombre.

Sin embargo, tomando en consideración el hecho de que Jesús era completamente divino, y que en Él habitaba corporalmente toda la plenitud de la deidad (Co. 2:9), es sorprendente que tuviera que pagar el impuesto. ¡Jesús, el Mesías e Hijo del Dios viviente (Mt. 16:16), no estaba bajo ninguna obligación con nadie por nada! En su posición divina, como la segunda Persona de la Trinidad, Jesús no estaba ligado a ninguna cosa terrenal o regla impuesta a los humanos. Él deja este punto claro en su conversación subsiguiente con Pedro.

Jesús y el tributo

Puesto que es Pedro quien interactúa con los recaudadores de impuestos, uno podría esperar que él fuera quien se acercara a Jesús con respecto a su reciente conversación. Curiosamente es Jesús quien aborda el tema cuando Pedro entra en la casa.

“Y cuando él llegó a casa, Jesús se le anticipó, diciendo: ‘¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes cobran tributos o impuestos los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?’. ‘De los extraños’, respondió Pedro. ‘Entonces los hijos están exentos’, le dijo Jesús”, Mateo 17:25-26.

En estos versos, Jesús toma todo lo que Pedro podría estar pensando en esta situación y lo reduce a una simple pregunta: ¿Están obligados los hijos de reyes a financiar la obra del rey? Es decir, ¿está Jesús, como Hijo de Dios (y Pedro por medio de Jesús), forzado a patrocinar financieramente la obra del Padre? Esta es una pregunta interesante, y si la conversación terminara aquí, después del v. 25, podríamos quedarnos con la impresión de que el apoyo financiero de Jesús (y de Pedro) es la principal preocupación de Dios.

Sin embargo, Pedro responde en el v. 26, “de los extraños”, implicando que ni siquiera los reyes de la tierra requieren tributos e impuestos de sus propios hijos. Jesús responde: “Entonces los hijos están exentos”. Al afirmar esto, Jesús alude a dos verdades importantes.

1. Jesús es el Hijo único de Dios.

Inicialmente, Jesús asume la posición como el Hijo único de Dios. El hecho de que Jesús es el Hijo especial de Dios (es decir, que su relación con el Padre como Hijo es totalmente diferente a la de los demás seres humanos) se confirma en el v. 27, cuando le informa a Pedro que hay una moneda igual al valor de los impuestos debidos tanto por Jesús como por Pedro en la boca de un pez.

“Sin embargo, para que no los escandalicemos, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que salga; y cuando le abras la boca hallarás un siclo; tómalo y dáselo por ti y por Mí”, Mateo 17:27.

No perdamos esto: hay algo especial acerca de Jesús en relación a Dios aquí. ¡Jesús sabe que un pez proveerá el dinero! Esto es solo obra del Hijo de Dios.

2. Jesús se somete a la ley por amor a otros

En las palabras de Jesús vemos que la relación con Dios es significativamente más importante. Es decir, por ser Hijo de Dios, no tiene obligación a pagar un impuesto, aunque fuera para el del templo en Jerusalén. Si alguien debería estar exento, ¡es Él!

Sin embargo, Jesús aun así pagó el impuesto.

Jesús no tenía obligación a hacerlo. De hecho, sabemos que Jesús era el verdadero templo en el sentido de que, siendo Dios encarnado, Él era el lugar de la morada definitiva de Dios (Jn. 1:1; Co. 2.9). Jesús era el único sumo sacerdote perfecto, y el único sacrificio perfecto (He. 7:26-28). La sangre de Jesús es la única restitución aceptable para el pecado. El sistema de sacrificios que se llevaba a cabo en el templo solo se completaría verdaderamente a través de su obra.

A pesar de ello, Jesús pagó el impuesto del templo. ¿Por qué?

La verdad más grande: no causar tropiezo

Bueno, en primer lugar, miremos este pasaje en su contexto bíblico más amplio. Jesús nunca estuvo en contra de la adoración auténtica en el templo. Al contrario, esta llevó a la gente a comprender la profundidad de su depravación ante un Dios santo. La adoración auténtica en el templo guiaba a una persona a entender la necesidad de derramar la sangre de un sacrificio perfecto a cambio de la restauración con un Dios excelso y santo. La adoración auténtica señalaba inconfundiblemente a la persona y obra del mismo Jesús.

Además, y más directamente relacionado con este pasaje, Jesús dice exactamente por qué pagó el impuesto del templo (v. 27): “para que no los escandalicemos”. Es decir, pagó el impuesto para no ofender.

¿Qué?

¿Qué está haciendo Jesús aquí? ¿Está Jesús actuando como uno que no quiere defender sus propios derechos divinos como el Hijo de Dios? Negativo. Las Escrituras describen a Jesús como valiente, defendiendo con osadía ciertos fundamentos teológicos que estaba dispuesto a apoyar. Vemos a un Jesús audaz, defendiendo su relación con el Padre a través de declaraciones como: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). Vemos a Jesús defendiendo la teología nada popular de que Dios es amoroso y misericordioso hacia los discapacitados (Mt. 9:1-8) y hacia las mujeres impuras (Jn. 4:1-45, 8:1-1; Lc. 7:36-50). Incluso, vemos a Jesús defendiendo la adoración auténtica de Dios en el templo al volcar las mesas allí (Jn. 2:13-22; Mt. 21:12-13; Mr. 11:15-18; Lc. 19:45-46).

Jesús no era un débil. Al contrario, Jesús estaba dispuesto a morir, y murió por esas convicciones que eran fundamentales para llevar a los seres humanos a una relación con Dios. Sabemos por el ejemplo de Jesús, así como por la experiencia humana, que una persona dispuesta a renunciar a sus derechos y privilegios por el evangelio demuestra más fuerza que la persona que ejerce sus derechos a costa del evangelio.

Una persona dispuesta a renunciar a sus derechos y privilegios por el evangelio demuestra más fuerza que la persona que ejerce sus derechos a costa del evangelio.

¿Podrías imaginarte si Jesús no hubiera pagado este impuesto y luego se hubiera defendido, denunciando a los recaudadores de impuestos por su desprecio a su filiación divina? ¿Qué tipo de conmoción habría causado? Lo más probable es que hubiera causado una discusión amarga concerniente a la exención reclamada de Jesús. Entonces los recaudadores de impuestos hubieran tenido que reportar a Jesús, presumiblemente a los oficiales religiosos en Jerusalén. ¿Quién sabe qué tipo de confusión hubiera causado? ¡Y qué distracción hubiera sido para su ministerio!

Si Jesús hubiera defendido su derecho de no pagar el impuesto del templo, quizá las multitudes jamás hubieran proclamado que Jesús era el hombre que daba a los cojos la capacidad de caminar, la vista al ciego, amaba a los gentiles y los pecadores, y resucitaba a los muertos.

¿Por qué digo eso? Pues porque si Jesús hubiera insistido en proteger sus derechos como Hijo de Dios, ¡la gente habría condenado al hombre que no pagaba el impuesto del templo! Las multitudes lo habrían tachado de mentiroso y tacaño, a aquel que dijo ser de Dios, pero que no se preocupaba suficiente por el Dios de Israel para ayudar en el mantenimiento de los recintos del templo. ¡Imagínate!

Sin embargo, manteniéndose en línea con el carácter que vemos en los Evangelios, Jesús voluntariamente renunció a su derecho como Hijo de Dios por el bien de la humanidad. Jesús se comprometió a pagar el impuesto del templo para que la ofensa que podría haber causado nunca se convirtiera en un obstáculo para que la gente llegara a conocer verdaderamente a Dios a través de Él.

¿Qué tan comprometido estoy con el evangelio?

A medida que nos esforzamos a aprender del ejemplo de Jesús, las preguntas principales que debemos hacer en este punto son: ¿Estamos tan comprometidos con el evangelio que somos capaces de renunciar voluntariamente a nuestros derechos por la difusión del mensaje del Mesías Jesús? ¿Nos preocupamos lo suficiente por nuestros hermanos que estamos dispuestos a sacrificar nuestros privilegios, incluso nuestros derechos bíblicamente permisibles, para que nunca sean un obstáculo y para que Dios pueda trabajar en la vida de alguien?

A medida que aprendemos de Jesús, nuestra relación con Dios toma prioridad sobre los privilegios que se nos otorgan sobre la tierra.

¿Qué tipos de “derechos” podrías abandonar en tu vida? ¿Podría tu comportamiento ser un obstáculo para tus vecinos? ¿Para tus hijos? ¿Para tu cónyuge? ¿Qué tipos de películas ves? ¿Qué tipos de música escuchas? ¿Cómo se ven tus mensajes en las redes sociales? Si hay cosas que sabemos que tienen que cambiar en nuestras vidas, necesitamos pedirle a Dios inmediatamente que las cambie a través del poder de su Espíritu Santo.

No malinterpreten: hay gran libertad en esta vida para los creyentes en Jesús. Debemos deleitarnos en nuestras libertades y disfrutar del tiempo que tenemos en la tierra. Sin embargo, nuestras libertades deben ser llevadas a cabo con una mentalidad que pone al evangelio primero.

A medida que aprendemos de Jesús, nuestra relación con Dios toma prioridad sobre los privilegios que se nos otorgan sobre la tierra. El bienestar espiritual de nuestros hermanos y hermanas, y nuestra relación con la comunidad creyente, vencen nuestros privilegios terrenales. Jesús nos enseña que debemos de ser prudentes si nuestras acciones pueden ofender, especialmente si la ofensa no va a proporcionar a la gente una mejor comprensión del evangelio. Las prioridades de Jesús deben convertirse en nuestras prioridades, porque nuestras acciones deben reflejar a Jesús en nuestras comunidades y en nuestro mundo.


Imagen: Lighstock. 
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