Muchos tienen opiniones fuertes sobre cuánto tiempo debería dedicar un pastor a preparar su sermón semanal, y varios sostienen que aproximadamente veinte horas no solo es lo normal, sino también lo recomendable.
Es común ver a pastores apilando comentarios sobre el libro que están predicando (acompañado de la casi obligatoria foto y publicación en redes sociales), mientras inician su arduo trabajo semanal para desentrañar los misterios del texto. Este pastor dedica algunas horas a lecturas adicionales, otras al trabajo exegético en griego o hebreo, más horas a escribir un manuscrito, para orar y otras para revisar y familiarizarse con el sermón. Si se considera que dedicar veinte horas es recomendable, ¿se aplica esto también al pastor que predica dos sermones diferentes cada semana?
Cuando me preguntan cuánto tiempo dedico a preparar un sermón, honestamente no lo sé. Y hay una buena razón para ello: en cierto sentido, siempre estoy preparándome. Claro, hay momentos más formales dedicados al escritorio o a la oración, pero también me preparo de otras maneras y en distintos momentos.
El ejemplo de nuestro Señor Jesucristo resulta instructivo en este aspecto. Su vida temprana y adulta fue una constante preparación para el ministerio, como lo expresa Isaías 50:4:
El Señor Dios me ha dado lengua de discípulo,
Para que Yo sepa sostener con una palabra al fatigado…
Las enseñanzas de Cristo, recibidas de Su Padre, formaron parte de toda una vida de preparación. En ella encontramos abundante evidencia de que nuestro Señor no solo fue un profundo estudiante de las Escrituras (Lc 4), sino también de la naturaleza y de las personas (Mt 13). Deberíamos practicar lo primero sin descuidar lo segundo.
Nuestro Señor pasaba tiempo frecuentemente con las personas, tanto religiosas como pecadoras. Podía predicarles porque estaba con ellas
Creo que, en círculos aparentemente reformados, muchos pastores corren el riesgo de dedicar demasiado tiempo en su oficina rodeados de libros, cuando deberían invertir más tiempo en el mundo real y entre las personas, como parte de la preparación de sus sermones.
La mayoría de los oyentes no disfrutan de historias repetitivas y prefabricadas, como las que se encuentran en libros de ilustraciones; prefieren ilustraciones tomadas de la vida real. Con frecuencia utilizo ejemplos de algo que sucedió durante la semana en mi vida cotidiana. Para que surjan este tipo de ilustraciones, que generalmente captan más la atención de la congregación, no puedo vivir encerrado en mi oficina. Debemos tener cuidado de no convertirnos en «monjes reformados» que, aparentemente, no pasan suficiente tiempo con las personas, ya sea en la sociedad o en su propia iglesia.
Nuestro Señor pasaba tiempo frecuentemente con las personas, tanto religiosas como pecadoras (Mt 9:11-13). Podía predicarles porque estaba con ellas. Creo que los pastores deberían dedicar en lo posible tiempo a servir como voluntarios en alguna actividad pública (p. ej., ayudar a entrenar un equipo deportivo o ser voluntario en un refugio) o buscar maneras de estar en lugares públicos interactuando constantemente con las personas (p. ej., unirse a un club de ajedrez, deportes, etc.).
Una de las razones por las que la predicación reformada puede resultar tan aburrida es que se dedica demasiado tiempo, y no demasiado poco, a la preparación formal de los sermones. Los sermones se transforman en conferencias porque, invariablemente, se elaboran casi por completo en una oficina.
Debemos tener cuidado de no convertirnos en «monjes reformados» que, aparentemente, no pasan suficiente tiempo con las personas, ya sea en la sociedad o en su propia iglesia
Como pastores, siempre nos estamos preparando a nosotros mismos mientras preparamos el sermón. La importancia de nuestra piedad personal no puede ser subestimada: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan» (1 Ti 4:16). Una de las razones por las que algunos pastores no predican bien es porque no son piadosos ni comprenden a las personas. Algunos quizás necesiten pasar más tiempo en su oficina, pero otros tal vez necesiten salir de ella y demostrar que el fruto del Espíritu es evidente en su vida. Normalmente, uno necesita interactuar con las personas para manifestar mansedumbre o bondad. Si deseas imitar a Jesús, invítate a cenar a la casa de alguien (Lc 19:5).
Los buenos predicadores aprovechan cada oportunidad para que sus sermones sean comprensibles, relevantes y claros para la persona común. Es fundamental entender cómo piensa y actúa la persona promedio para comunicar de manera eficaz la Palabra de Dios a sus almas.
Soy dolorosamente consciente de la falta general de conocimiento bíblico, incluso entre los pastores. Necesitamos estar mucho más en la Palabra de lo que estamos, y una vez más, nuestro Señor es nuestro ejemplo en esto (Mt 22:29). Un pastor debe hacer de la predicación y la oración una prioridad. Sin embargo, tiendo a pensar que muchos interpretan esto como una justificación para permanecer encerrados en sus oficinas por demasiado tiempo, con el pretexto de estar preparando un sermón.
A medida que uno madura en el ministerio, la preparación para el púlpito también cambia. Los predicadores jóvenes, quienes predican ocasionalmente, pueden necesitar más tiempo «formal» en sus oficinas mientras aprenden a estructurar un mensaje. El estilo de cada uno también puede cambiar. Algunos comienzan dependiendo en gran medida de un manuscrito o notas y con el tiempo se sienten más cómodos y confiados usando menos. Otros no cambian nada porque simplemente son como son. No me preocupan tanto los detalles específicos o los estilos de cada predicador como me inquieta la idea de pensar que podemos medir cuántas horas se dedican a la preparación de un sermón o asumir que dicha preparación se limita exclusivamente a una oficina.
No es que veinte horas sean demasiadas, sino que veinte horas dedicadas exclusivamente a la preparación en la oficina pueden ser excesivas
¿Cuánto tiempo debe uno dedicar a preparar cada sermón? Personalmente, no lo sé. Leo lo que debo leer; tal vez escuche un sermón de alguien más sobre ese texto mientras estoy conduciendo; oro, y con frecuencia encuentro que esto trae a la luz pensamientos e ideas que, de otro modo, habrían permanecido ocultos para siempre. Paso tiempo con las personas de mi iglesia, así como con quienes están fuera del reino y procuro cuidar mi vida (y mi doctrina) para poder predicar sobre todos los pecados y virtudes con una conciencia limpia. Como prefiero predicar sin muchas notas, a lo largo de la semana ocurre mucha memorización interna (es decir, la preparación del sermón rara vez se aleja de mi mente por mucho tiempo).
Siempre habrá debates y opiniones sobre la predicación, pero he aprendido que una buena predicación rara vez surge únicamente en un estudio. No es que veinte horas sean demasiadas, sino que veinte horas dedicadas exclusivamente a la preparación en la oficina pueden ser excesivas e incluso una pérdida de tiempo si no logras comprender realmente a las personas a las que predicas cada Día del Señor. Pocas cosas son más importantes en un ministerio fiel que la preparación del sermón, pero podrías sorprenderte al descubrir dónde ocurre parte de esa preparación.