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En un artículo anterior hablé de la revelación especial de Dios. Ella consiste en la intervención de Dios en la historia para dar a conocer su gracia por medio de teofanías, comunicados, milagros, y palabras. La revelación especial es necesaria para la salvación del ser humano porque sin ella no podemos conocer el evangelio.

Sin embargo, cuando esta revelación se dio, solamente llegó a unas cuantas personas. Una sola generación vio como Dios partió el mar rojo; relativamente pocas personas estaban presentes para ver a Cristo crucificado y después resucitado; el apóstol Pablo viajó, plantó iglesias y pastoreó a muchas personas, pero después murió. Los hechos divinos y las palabras proféticas o apostólicas que los interpretan no se repiten en cada generación (¡la muerte de Cristo y su resurrección es irrepetible por definición!). Entonces, ¿cómo se daría a conocer la obra redentora de Jesús en todo el mundo?

Como una expresión de su misericordia, Dios decidió dejar por escrito un registro de la revelación especial para que muchos otros pudieran tener acceso a ella y llegar a creer en Jesús (Jn. 20:31). Así que la Biblia tiene las funciones de preservar la revelación especial y publicarla en la medida que ella se reparte en todo el mundo.  

Debería ser evidente que el testimonio de las Escrituras solo nos sirve si es fiable. La Biblia misma afirma que Dios tomó medidas para asegurar que la preservación de su revelación especial fuera precisa e igual de poderosa para dar vida como cuando Dios la comunicó por primera vez. Esta medida fue la inspiración de los textos bíblicos.

Pablo dice en 2 Timoteo 3:16 que “toda la Escritura es inspirada por Dios”. Entonces, ¿qué significa decir que la Biblia es inspirada? Consideraremos brevemente dos maneras erróneas de pensar acerca de la inspiración, y al final miraremos cómo explicarla de manera que cuadre bien con los datos bíblicos.

Debemos recordar que Dios es soberano y plenamente capaz de usar seres humanos para transmitir su mensaje.

Errores acerca de la inspiración

Podemos equivocarnos en cuanto a la inspiración de las Escrituras yendo a uno de dos extremos: cuando se habla de la inspiración, algunos enfatizan de más la humanidad de la Biblia, y otros su divinidad.

1) Meramente humana

Los que sobre-enfatizan la humanidad de la Biblia dicen que ella no es propiamente la Palabra de Dios. Más bien, creen que es un resumen de cómo los creyentes han respondido a Dios a lo largo de la historia. Según esta postura, los autores bíblicos eran personas piadosas, quizá genios religiosos, “inspirados” en el sentido de ser conmovidos tras tener una experiencia con Dios, pero lo que escribieron eran solamente palabras suyas. Según esta idea, la Biblia no deja de ser un documento meramente humano, siendo la palabra de hombres acerca de Dios. 

Nadie niega que los autores humanos participaron en el proceso de la escritura de la Biblia. No obstante, si nos basamos en lo que dice la Biblia acerca de sí misma, hay por lo menos dos problemas con decir que ella es meramente humana:

  • Pablo dice que la Escritura es inspirada por Dios, no los autores. Es decir, la inspiración no se trata de la experiencia que los autores tuvieron con Dios, sino que se trata del texto. Técnicamente, el texto bíblico es inspirado, no sus autores.
  • La palabra en 2 Timoteo 3:16 que se traduce como “inspirada por Dios” se traduciría mejor (aunque no sonaría bien) como expirada o exhalada por Dios. Significa que Dios dio la Escritura, tiene su origen en Él y, por lo tanto, es en el fondo su Palabra. No es una palabra meramente humana, porque su autor final es Dios. 

2) Mecánicamente divina

Otros enfatizan demasiado la autoría divina de la Biblia. Algunos han creído que Dios dio palabras a los autores pasando por alto de sus conocimientos, personalidades, y voluntades. Han dicho que Dios les dictaba a los autores bíblicos las palabras que quería que escribieran. Se ha hablado de los autores bíblicos como “secretarios” o incluso como “flautas” tocadas por el Espíritu. Según este entendimiento, los autores eran instrumentos pasivos en el sentido de que ellos no pensaron sobre lo que escribieron. 

Esto quizás suena sumiso y respetuoso, pero no le hace justicia a lo que vemos en la Biblia en cuanto a la participación de sus autores humanos. Es cierto que en algunos pasajes tenemos lo que fue el resultado de un dictado (por ejemplo, las cartas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3). Pero otros pasajes nos dan entender que los autores bíblicos participaron de una manera libre e inteligente en la redacción de sus textos.

Por ejemplo, en la introducción de su Evangelio, Lucas habla de un proceso largo de investigación por su parte y un esfuerzo consciente de poner en orden su presentación de la vida de Jesús (Lc. 1:1-4). No nos da la idea de Dios dictándole a Lucas en su estudio. Más bien, Lucas dice: “me ha parecido a mí…”. Lucas escribió con un propósito consciente: aumentar la fe y seguridad a sus lectores. No era un mero secretario.

Como las Escrituras son dadas por Dios, en el sentido último Él es su autor, lo cual asegura que la Biblia sea enteramente la Palabra de Dios

La teoría orgánica de la inspiración

Es mejor entender que los autores bíblicos estuvieron plenamente involucrados en el proceso de la escritura de la Biblia. Esto es lo que propone la teoría orgánica de la inspiración.

Esta teoría dice que los autores humanos, mientras fueron guiados por Dios, participaron de manera consciente e inteligente en la redacción del texto bíblico. Tanto es así que emplearon y dejaron constancia en el texto de sus distintivos intelectuales, lingüísticos, culturales, e incluso personales.

Quizá acabo de afirmar demasiado. ¿Si permitimos tanta influencia humana en la redacción de la Biblia, no se vuelve falible, dejando lugar a errores por el pecado o las limitaciones humanas de los autores? En absoluto. Aquí hay dos consideraciones al respecto.

En primer lugar, debemos recordar que Dios es soberano y plenamente capaz de usar seres humanos para transmitir su mensaje, incluso seres humanos pecaminosos. Pedro nos dice que los profetas fueron “llevados por el Espíritu”. Estos profetas eran todos pecadores. No obstante, por el poder del Espíritu “hablaron de Dios” (2 P. 1:21). Transmitir su Palabra fielmente por autores imperfectos no es difícil para Dios.

El resultado de la inspiración de las Escrituras es una Palabra divina en una forma plenamente humana.

En segundo lugar, debemos recordar que Dios es omnisciente. Incluso un ser humano moralmente perfecto no deja de tener conocimiento incompleto. Su marco de referencia es limitada. Dios, en cambio, no está sujeto a semejantes limitaciones. Según su sabiduría y poder, Dios ordena las vidas de los autores bíblicos de modo que tengan el conocimiento necesario para comunicar lo que Él desea (véase de nuevo Lc. 1:1-4). Incluso hay momentos en que los profetas del Antiguo Testamento hablaron más allá de su contexto (1 P. 1:10-12). Hablaron más allá de su marco de referencia, pero no del marco del Dios eterno. Como las Escrituras son dadas por Dios, en el sentido último Él es su autor, lo cual asegura que la Biblia sea enteramente la Palabra de Dios (1 Ts. 2:13).

Conclusión

La inspiración de las Escrituras implicaba un proceso misterioso, según el cual Dios obró providencialmente por medio de autores humanos sin anularlos en ningún momento (¡la soberanía divina y la responsabilidad humana encajan perfectamente en la providencia de Dios!). El Espíritu de Dios obró por medio del conocimiento, la situación histórica, y el lenguaje de los autores bíblicos para asegurar que escribieran las palabras exactas que Él quiso.

El resultado de la inspiración de las Escrituras es una Palabra divina en una forma plenamente humana. Gracias a Dios que así sea, porque garantiza por un lado su plena fiabilidad, y por otro lado su inteligibilidad. Estudiemos la Biblia con reverencia, porque es la Palabra de Dios, y también con atención a sus contextos históricos y su lenguaje, porque nos viene acomodada a nuestro contexto humano.


Imagen: Lightstock.
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