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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Gracia sobre gracia: La nueva reforma en el mundo hispano. Autores varios. Poiema Publicaciones.

¿Cuál es la condición del hombre antes de creer y recibir el evangelio de Cristo? Para responder a esta pregunta, necesitamos ir a la Palabra de Dios.

La Biblia presenta al hombre, no solo como un ser pecador que se rebela constantemente contra la ley de Dios, sino también como alguien que no puede ni quiere cambiar la condición en la que se encuentra. Pablo dice en Romanos 3:10-12 que en el mundo entero no hay un solo hombre que sea justo, ni uno solo que entienda o que busque a Dios. Muchas personas buscan cosas que tendemos a asociar con Dios, como la paz interior o la felicidad. Pero ningún ser humano busca al Dios de la Biblia por su propia inclinación natural porque venimos al mundo espiritualmente muertos (Ef. 2:1).

Si ponemos a un buitre a escoger entre comer carroña o semillas de girasol, el buitre siempre escogerá la carroña. Si hacemos lo mismo con una paloma, siempre escogerá las semillas de girasol. Cada uno actuará conforme a su naturaleza. Para que un buitre pueda escoger las semillas de girasol, su naturaleza “buitrezca” debe ser “palomizada” primero. Lo mismo ocurre con el pecador; al tener que elegir entre Dios y el pecado, siempre escogerá el pecado porque esa  es la inclinación natural de su corazón. Sin la regeneración, ningún pecador vendrá a Cristo en arrepentimiento y fe.

Exponiendo lo dicho por el Señor en Juan 5:40 RVC: “Pero ustedes no quieren venir a mí para que tengan vida”, Charles Spurgeon dice: “La sustancia del texto radica en esto, que ningún hombre por naturaleza jamás vendrá a Cristo, porque el texto dice: ‘Y no quieren venir a Mí para que tengan vida’. Lejos de a rmar que los hombres por su propia naturaleza harán alguna vez eso, lo niega de manera abierta y categórica”.

El pecador no viene a Cristo porque no quiere hacerlo; y porque no quiere, tampoco puede. Esa es la clara enseñanza del Señor Jesucristo en Juan 6:44: “Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que Me envió”. Es imposible que vengan, a menos que Dios los traiga, porque todo lo que surge de nuestra naturaleza no regenerada es “enemistad contra Dios”, dice Pablo en Romanos 8:7, de tal manera que no quieren ni pueden sujetarse a la ley de Dios. Desde el primer pecado cometido en el huerto del Edén, el hombre quiere ser su propio Dios, por lo cual es imposible para ese hombre humillarse y someterse al Dios vivo y verdadero.

La Biblia presenta al hombre, no solo como un ser pecador que se rebela constantemente contra la ley de Dios, sino también como alguien que no puede ni quiere cambiar la condición en la que se encuentra.

Es a eso a lo que llamamos “depravación total” o “corrupción radical”. Lo que esta expresión significa no es que todos los hombres sean todo lo malo que pueden llegar a ser, o que todos los seres humanos sean completamente incapaces de hacer alguna cosa relativamente buena. El hombre está totalmente depravado en el sentido de que todas sus facultades han sido profundamente afectadas por el pecado: su intelecto, su voluntad, sus emociones. Ese es el diagnóstico que Dios nos da de la condición humana.

“Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen (se examinan) espiritualmente” (1 Co. 2:14). El hombre ha demostrado mucha capacidad intelectual en el campo de la ciencia y de las artes, pero en lo que respecta a la salvación de su alma y su relación con Dios, su entendimiento está completamente entenebrecido (Ef. 4:17-18) y es tan impotente como un cadáver.

Ahora bien, es importante aclarar a qué tipo de impotencia nos estamos refiriendo aquí, porque algunos pueden llegar a la conclusión equivocada de que el pecador es una especie de víctima en las manos de un Dios cruel que le está pidiendo hacer algo que Él sabe de antemano que no puede hacer. Pero ese no es el caso.

Spurgeon nos ayuda de nuevo a entender este concepto con el siguiente ejemplo. “Vemos a una madre con su bebé en sus brazos. Ustedes le dan un cuchillo y le dicen que le dé al bebé una puñalada en el corazón. Ella responde en verdad […]: ‘No puedo’. Ahora, en lo que se refiere a su poder físico, ella podría si quisiera. Tiene un cuchillo y tiene al niño. El pequeño está indefenso y la madre tiene la suficiente fuerza en su mano para darle una puñalada. Pero tiene mucha razón cuando dice que no puede hacerlo […] porque su naturaleza de madre no le permite hacer algo frente a lo cual su alma se rebela”.

Ese es el tipo de impotencia que impide al pecador venir a Cristo. Su naturaleza se rebela a esa idea, porque nada detesta más que la gloria y el señorío divinos. Así que no estábamos en una condición de neutralidad o enfermedad espiritual cuando fuimos traídos eficazmente a salvación, sino en una condición de mortandad y enemistad. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en (a causa de) nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a  n de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de Su gracia por Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2:4-7).


Imagen: Lightstock.
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