1 Crónicas 23 – 27 y Mateo 3 – 4
Cuando David ya era muy anciano y colmado de días, puso a su hijo Salomón como rey sobre Israel. Y reunió a todos los principales de Israel con los sacerdotes y los Levitas. Los Levitas fueron contados de treinta años para arriba, y su número, según el censo de los hombres, fue de 38,000.
(1 Crónicas 23:1-3)
Los capítulos de Crónicas que nos tocan ver hoy están llenos de nombres y ocupaciones. David había consolidado su reinado y ahora podía contar con miles de personas que ocupaban distintos puestos en la burocracia gubernamental y en el servicio del culto a Dios. Pero los que conocemos su historia sabemos que no siempre tuvo una multitud que lo acompañaba. Sus más terribles momentos los tuvo que vivir en la soledad del exilio forzado y solo con la compañía de su Señor. Ahora, cuarenta años después, su semilla había fructificado y miles se habían adherido en su visión de consolidación del reino hebreo.
En la Biblia encontramos que una gran mayoría de hombres y mujeres que tomaron la causa de Dios fueron personas solitarias, pero con gran visión y corazón. Abraham salió de sus comodidades familiares a una nueva tierra en donde viviría como peregrino por el resto de sus días; Moisés fue convocado por Dios en la soledad del desierto y la frustración; Josué y Caleb fueron los únicos que quedaron de una generación que no le creyó al Señor y murió en el desierto; cada juez apareció en medio de la tribulación de Israel como el único pilar que podía sostener al pueblo en crisis. Y qué decir de Rut y Noemí, Mardoqueo y Ester, Daniel y sus amigos, cada rey noble que se levantó en medio de la apostasía y cada profeta que descubrió en la soledad la dignidad de su ministerio.
Mucha gente se queja de no tener “condiciones” adecuadas para fructificar su fe o que no encuentran pares que los ayuden y sostengan. Estas dos necesidades no son reprochables, pero las Escrituras nos demuestran que el Señor es la única gran condición necesaria para hacer viable nuestra vida espiritual y que con Él ya somos multitud. La soledad no es considerada como un mal, sino como una necesidad y una prueba de fidelidad en algunos casos.
Uno de los hombres más solitarios y enigmáticos del Nuevo Testamento fue Juan el Bautista. Él aparece como el embajador de Jesucristo que anuncia su venida con estas palabras: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Este mensaje estremecedor llega como un torbellino a los oídos de los apesadumbrados judíos de su tiempo. La opresión romana, la descomposición moral y la religiosidad sin sentido habían causado un profundo desasosiego y también dureza en los corazones de los hebreos. Sin embargo, palabras esperanzadoras y duras llegan por la boca de un hombre solitario que vivía en el desierto y cuya apariencia y estilo de vida eran fuera de lo común: “Y él, Juan, tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era de langostas y miel silvestre” (Mt. 3:4). La zona que Juan escogió para predicar fue “en el desierto de Judea” (Mt. 3:1), que no era exactamente un lugar inhabitable, pero si yermo y pedregoso. pero aun ese lugar no fue obstáculo para que la gente lo buscase: “Entonces Jerusalén, toda Judea y toda la región alrededor del Jordán, acudían a él” (Mt. 3:5).
Su mensaje era tanto ético como profético. Desde el punto de vista moral era un llamado de atención al cambio de vida con la urgencia de quién avizoraba tiempos aun más difíciles. Aunque la mayoría de los judíos no le prestaron atención, sin embargo, los acontecimientos futuros confirmaron las predicciones de Juan.
Por eso es que este hombre sí que llena los estándares de los solitarios victoriosos. No era un asceta como pudiera parecernos, un hombre de otra época. Él sólo era un individuo rústico con costumbres sencillas acordes con su lugar de residencia. Pero lo que si queda claro es que su estilo de vida era una clara protesta contra el estilo de vida displicente de los líderes religiosos y políticos de su tiempo que, gozando de los beneficios del poder y la popularidad, no se daban cuenta que sus privilegios como israelitas no los exoneraban de vivir una vida pura y consagrada a su Dios. ¡Y qué difícil es luchar contra la corriente y el poder imperante!
Juan no tenía cuidado en las circunstancias ni en la soledad de su misión porque había aprendido que el Señor suplía todas sus necesidades. Y por eso no se amilanaba cuando era visitado por los grandes de su tiempo: “Pero cuando vio que muchos de los Fariseos y Saduceos venían para el bautismo, les dijo: “¡Camada de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira que está al venir? Por tanto, den frutos dignos de arrepentimiento; y no piensen que pueden decirse a sí mismos: ‘Tenemos a Abraham por padre,’ porque les digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras” (Mt. 3:7-9).
Hoy en día, se necesitan hombres y mujeres que descubran que la soledad que produce la defensa de sus ideales y principios no es sinónimo de fracaso, devastación y ruina, sino que el Señor anda buscando hombres y mujeres que transformen, personas que pueden quedarse absolutamente solas, pero que bajo la compañía del Señor se convierten en todo un ejército triunfador. Hombres y mujeres que sean capaces de reconocer que sus vidas valdrían muy poco si renunciaran al evangelio, a lo que son en Cristo y a su cosmovisión cristiana sólo por la comodidad de la aceptación vacía.
Dietrich Bonhoeffer fue un solitario de Dios en los tiempos del nazismo. Por su enorme capacidad teológica e intelectual pudo haber emigrado a otro lugar de Europa o quedarse en los Estados Unidos a donde viajó en 1939. Sin embargo, decidió volver. Despidiéndose de Reinhold Niebuhr, Bonhoeffer escribió: “Cometí un error al venir a Norteamérica. Debo vivir este difícil período de nuestra historia nacional con los cristianos de Alemania. No tendré derecho de participar en la reconstrucción de la vida cristiana en Alemania después de la guerra si no soy parte de las pruebas por las que pasa mi pueblo en este momento”.
El regreso de Bonhoeffer se destaca como una acción de profunda valentía moral, de compromiso con el discipulado en el más profundo sentido de la palabra, y de auténtico patriotismo cristiano ligado a su obediencia de amor al prójimo como a sí mismo. Su ejemplo también nos recuerda que los objetivos de Dios van más allá de la preservación de nuestra comodidad, y que a veces Dios nos llama a ser sus testigos durante momentos oscuros, aun si el costo es poner en peligro nuestra propia vida. En 1943 cayó preso y murió luego ejecutado en la horca en 1945 con tan sólo 39 años y a pocos días del fin de la guerra. Sus escritos desde la prisión son el grito solitario de un hombre que entendió con dignidad la soledad de su misión sin siquiera considerar la comodidad, la compañía y el aprecio que le hubiera significado mantenerse lejos de su patria como un atenuante válido.
Un testigo dio testimonio de los últimos momentos de Bonhoeffer: “El Pastor Bonhoeffer, antes de quitarse el uniforme de prisión, se arrodilló en el suelo orando fervientemente a su Dios. Me emocioné por la manera en que este hombre oraba con tanta devoción y tanta certeza de que Dios había oído su oración…. En el lugar de la ejecución nuevamente hizo una breve oración y luego subió los escalones de la horca, valiente y con tranquilidad…. Pocas veces he visto morir a un hombre tan enteramente entregado a la voluntad de Dios”.
Tanto Juan el Bautista como Dietrich Bonhoeffer vivieron vidas solitarias. Juan pagó también con la cárcel y su posterior ejecución su valiente y decidido llamado de atención a Israel. Sin embargo, ambos sabían dos cosas importantes que los mantuvieron fieles en medio de la soledad, la oposición y el miedo. La primera era que el Dios fiel está buscando hombres y mujeres que amen la fidelidad y la lealtad a Dios por encima de sus propias vidas; y segundo, que eran siervos que seguían el ejemplo de Jesucristo, quien con su obra solitaria introdujo la salvación para millones y millones de seres humanos. Juan lo define así: “El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Yo, en verdad, los bautizo a ustedes con agua para arrepentimiento, pero Aquél que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitar las sandalias; El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El bieldo está en Su mano y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que no se apaga” (Mt. 3:10-12).
Atesora esta poesía para ti cuando sientas que la soledad te agobia:
La gente es irracional, ilógica y egocéntrica. De todos modos, ámala
Si haces el bien te acusarán de ulteriores motivos egoístas.
De todos modos, haz el bien
Si triunfas tendrás falsos amigos y verdaderos enemigos.
De todos modos, triunfa
El bien que haces hoy será olvidado mañana.
De todos modos, haz el bien
La honestidad y la franqueza te vuelven vulnerable.
De todos modos, sé honesto y franco
La persona más importante de ideas más grandes puede ser echada abajo por la persona más insignificante de mente más pequeña.
De todos modos, piensa en grande
Las personas favorecen a los subalternos, pero siguen solamente a los jefes.
De todos modos, pelea por el subalterno
Lo que edificas en años puede ser destruido de la noche a la mañana.
De todos modos, edifica
Las personas necesitan ayuda en realidad, pero pueden atacarte si les ayudas.
De todos modos, ayúdales
Da al mundo lo mejor que tengas y te golpeará en la cara.
De todos modos, da al mundo lo mejor que tengas.
– Autor desconocido.
Si la soledad es la respuesta del mundo a mi fidelidad para con un Dios fiel… ¿Será ésta un castigo o un premio? Nuestras conciencias deben encontrar la respuesta.