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El salmo 51 es un pasaje famoso porque es un salmo muy humano. Lo usamos mucho en nuestras liturgias y oraciones de confesión. Nos unimos con David en la declaración de nuestros pecados ante el trono de nuestro creador.

La introducción del salmo nos deja ver que David lo escribió después de su relación adúltera con Bestabé (2 Sam. 11). Un par de capítulos antes, en 2 Samuel 7, David recibió las promesas divinas que dieron esperanza y expectativa al pueblo de Dios. Por la línea de David, Dios establecería a su rey eterno. Sin embargo, solo 2 o 3 páginas después de estas promesas increíbles, David inicia esta relación con la esposa de su siervo fiel, Urías, y organiza la muerte de este. Es una conspiración, un pecado terriblemente fuerte y profundo.

En 2 Samuel 12, Dios confronta al rey a través del profeta Natán. Leemos la respuesta de David en 2 Samuel 12:13 y en el salmo 51.

¿Qué hace David? ¿Va a rechazar o disminuir la gravedad del pecado? ¿Culpará a Betsabé? ¿Dira, “sí, pero la amó y eso es lo más importante”? No, la respuesta de David es clara.

“Porque yo reconozco mis transgresiones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti, contra Ti sólo he pecado, Y he hecho lo malo delante de Tus ojos, De manera que eres justo cuando hablas, Y sin reproche cuando juzgas”, Salmos 51:3-4.

Una confesión real

La confesión de David es real, profunda, y genuina; la dice con confianza. ¿Por qué? Porque su Dios es un Dios de misericordia (Sal. 51:1), un Dios que durante generaciones ha demostrado su generosidad y misericordia con Israel. Desde el Éxodo y la provisión en el desierto, la conquista de la tierra prometida, y hasta la elección del rey de Israel. David conoce que el Señor es un Dios de misericordia y gracia.

Por esta razón, David no solo confieza sus pecados con confianza, sino que también presenta sus peticiones. “Lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado” (v. 2), “purifícame con hisopo” (v. 7), “crea en mí un corazón limpio” (v. 10), etcétera. La lista es larga.

¿Cuál es la respuesta de Dios a sus peticiones? En 2 Samuel 12, después de la confesión de David, la respuesta es clara.

Natán dijo a David: “El Señor ha quitado tu pecado; no morirás. Sin embargo, por cuanto con este hecho has dado ocasión de blasfemar a los enemigos del Señor, ciertamente morirá el niño que te ha nacido”, 2 Samuel 12:13-14.

Dios acepta la confesión de David, pero el pecado va a producir consecuencias: la muerte de su hijo.

Sabemos que David siguió siendo rey de Israel después de este pecado, cuarenta años en total (1 Rey. 2:11). Pero, ¿cuál fue el resultado de las peticiones de David? En sus últimos años, ¿tuvo un corazón limpio? ¿Tuvo un espíritu renovado? ¿Estaba en la presencia de Dios todo el tiempo?

Creo que no. Hizo muchas peticiones, pero no ve su cumplimiento durante su vida terrenal.

Cristo, la esperanza de David

¿Cómo podemos entonces hacer una confesión con confianza con las palabras del salmo 51? Podemos hacerlo porque en Cristo vemos el cumplimiento de las peticiones y esperanzas de David.

En Hechos 3, Pedro está predicando el evangelio en la sombra del templo, en el pórtico de Salomón. Él presenta a su audiencia judía un resumen muy breve de la muerte de Jesús, con una conclusión muy fuerte.

“Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor”, Hechos 3:19.

¿Cuál fue la esperanza de David? Que Dios borraría sus pecados, y que él pudiera estar en su presencia. Pedro dice que por la muerte y la resurrección de Jesús, estas peticiones son cumplidas.

“Pero si andamos en la Luz, como El está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado. […] Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”, 1 Juan 1:7, 9.

¿Cómo podemos exhortar a la confesión con confianza? Por la predicación del evangelio de Jesucristo. ¿Cómo podemos garantizar el perdón de pecados? Por la predicación de la sangre de Jesucristo.

Sigamos usando el salmo 51 en nuestros tiempos de oración y confesión, pero en el contexto de la declaración del evangelio. Solo por el evangelio de Jesús podemos confesar nuestros pecados con confianza.

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