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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.

¿Cómo vencer esa pereza espiritual apática? Esa es la pregunta de hoy. Y, hablando de celo por Dios, debo mencionar de nuevo que en el mes de octubre celebramos la Reforma: la gran lucha de Martín Lutero contra el Papa y contra los abusos espirituales y los errores teológicos de Roma. Pero Lutero no estuvo solo. Otros hombres defendieron la misma causa antes y después que él: personas como John Wycliffe, William Tyndale, Thomas Cranmer, John Knox y Juan Calvino. Muchos otros nombres menos conocidos pagaron el precio más alto de la Reforma: hombres y mujeres, incluso adolescentes, que se opusieron a Roma y por cuya causa sangraron, fueron quemados y ahogados.

Hablando de la historia de la iglesia, el 5 de octubre se celebró el cumpleaños de Jonathan Edwards, el 321 para ser exactos. No es un año memorable, pero sí un hombre memorable en tu vida y en tu teología, pastor John. Edwards fue un pastor y teólogo en Nueva Inglaterra durante el Primer Gran Despertar. Su teología y predicación, centradas en Dios, se convirtieron en una poderosa influencia en tu vida hace más de cincuenta años. Y es evidente que sigue siendo así, porque la primavera pasada pronunciaste un discurso de graduación en el Bethlehem College and Seminary y volviste a citar a Edwards como ejemplo clave de lo que intentabas transmitir a los estudiantes en un mensaje sobre el celo. Volvamos a ese mensaje y cuéntanos qué nos enseña Edwards sobre cómo vencer la pereza espiritual.


J. I. Packer escribió una recomendación para la portada de la primera edición del libro Desiring God [Deseando a Dios] en 1986, y decía lo siguiente: «Jonathan Edwards, cuyo fantasma camina por la mayoría de las páginas de Piper, estaría encantado con su discípulo». Bueno, esa recomendación me gustó mucho, pero para mí sigue siendo una incógnita si Jonathan Edwards realmente estaría encantado conmigo como su discípulo. Lo que no está en duda es que él camina como un fantasma por todas mis páginas. Eso es cierto; sin embargo, el origen del mensaje que di en el Bethlehem College and Seminary no provino originalmente de Edwards.

Cuando realmente quieres obedecer

Hablaré de Edwards en un momento, pero aquí está el origen. Ese mensaje sobre el celo surgió de una meditación matutina, quizá quince minutos de meditación, sobre Romanos 12:6-8, donde Pablo dice: «Teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos», y luego hace una lista de dones. Los tres últimos son estos: «el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia [es decir, con celo]; el que muestra misericordia, con alegría».

Lo leí y me dirigí a mi esposa, que estaba sentada conmigo en la sala de estar, y le dije: «Noël, ¿cuál es el denominador común entre contribuir generosamente, dirigir con celo y mostrar misericordia alegremente? ¿Cuál es el punto básico en decir: “Haz lo que haces generosamente, haz lo que haces con celo y haz lo que haces alegremente”»? Ella respondió: «Bueno, realmente quieres hacerlo. No te obligan. No eres poco entusiasta. Estás totalmente entregado». Pensé: «Sí, eso es. Eso es».

La mente transformada de Romanos 12:2 no solo discierne «cuál es la voluntad de Dios, que es buena, aceptable y perfecta»; realmente desea hacer la voluntad de Dios. Está totalmente comprometida con la voluntad de Dios. No se trata de hacer la voluntad de Dios a medias. Si la voluntad de Dios para ti es contribuir, hazlo generosamente. Si la voluntad de Dios para ti es liderar, lidera con celo. Si la voluntad de Dios para ti es mostrar misericordia, hazlo alegremente, no a regañadientes.

Por tanto, Pablo está diciendo que el cristiano, con la mente de Cristo, no solo puede reconocer la voluntad de Dios, sino que también está impulsado a conocer cómo llevarla a cabo. La voluntad de Dios no consiste simplemente en que hagamos lo correcto, sino en que lo hagamos con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y todas nuestras fuerzas. Ese es el sentido de esos versículos. Eso es lo que me hizo pensar en ese celo.

Por tanto, no es de extrañar que el versículo siguiente, Romanos 12:9, diga: «El amor sea sin hipocresía; aborreciendo lo malo». En otras palabras, ama de verdad y odia de verdad. No permitas que tu amor sea tibio e irreal, y que tu rechazo del mal se limite a una leve desaprobación. «Aborrecer» es una palabra muy fuerte. Este es el único lugar donde se usa en el Nuevo Testamento. Es la forma en que el celo responde al mal: con aborrecimiento. Luego, para dejar bien claro lo que tanto le preocupa, unos versículos después, en Romanos 12:11, dice: «No sean perezosos en lo que requiere diligencia [celo]» (énfasis añadido), la misma palabra que usa en Romanos 12:8: «Sean fervientes en espíritu, sirviendo al Señor». Por tanto, el gran objeto de la vida de los creyentes es el Señor. Busquen magnificar el valor, la grandeza y la belleza del Señor en todo lo que hacen.

Ora para que tu espíritu hierva de celo por la voluntad de Dios y la gloria de Dios

Pero lo que arde en el corazón de Pablo, por lo que puedo ver, es que sirvamos al Señor de cierta manera; a saber, que no seamos letárgicos, holgazanes, perezosos, de poco corazón, flojos o tibios en la forma en que servimos al Señor, o en la forma en que hacemos todo, en realidad. Entonces, la frase «sed fervientes en espíritu» significa literalmente «hervir»: «hervir en el espíritu». De hecho, la palabra «ferviente» es la palabra latina para «hervir», y Pablo está diciendo: «No tienes un pase si tu personalidad es flemática». Es una palabra antigua. Si naciste pasivo, como una persona de sofá, no tienes excusa. Esto no es un comentario sobre tu personalidad. Es un mandamiento para todos los cristianos. Cualquiera que sea tu personalidad, haz que trabaje para ti. Cuando conoces la voluntad de Dios y te propones cumplirla —que es lo que hacen los cristianos—, hazlo totalmente. Hazlo completamente. Hazlo con todas tus fuerzas y con toda tu alma. Hazlo con celo, ardor, fervor y entusiasmo. Ora para que tu espíritu hierva de celo por la voluntad de Dios y la gloria de Dios.

El celo de Jonathan Edwards

Ahora, aquí vamos: Edwards. Llevaba unos quince minutos meditando sobre Romanos 12, tomando notas en mi pequeño diario que guardo junto a mi silla, y me di cuenta de que había una idea en mi mente. Recordé a Jonathan Edwards, quien escribió setenta resoluciones cuando tenía diecinueve años. Leí esas resoluciones hace décadas y solo puedo citar textualmente una de ellas hoy en día, y solo una, porque es corta pero también muy importante.

Resolución número seis: «Resuelvo vivir con todas mis fuerzas, mientras viva». Permítanme decirlo de nuevo: «Resuelvo vivir con todas mis fuerzas, mientras viva». Cada vez que leo esa frase, mi corazón se levanta con celo y dice: «Sí, sí. Oh Dios, no permitas que malgaste mi vida con esfuerzos tibios y poco entusiastas por hacer algo». «Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas» (Ec 9:10). O Colosenses 3:23: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón» —desde el alma— «como para el Señor y no para los hombres».

Cristo no murió simplemente para hacernos capaces de hacer buenas obras. Murió para que nos apasionáramos por hacer buenas obras

Para que no pensemos que esta resolución de «vivir con todas mis fuerzas mientras viva» era simplemente una exageración propia del entusiasmo juvenil de un chico de diecinueve años, diecisiete años más tarde, como pastor en North Hampton, Edwards predicó un sermón titulado «El celo, una virtud esencial del cristiano». Acabo de releerlo hace unos días para reavivar mi motivación al respecto. El texto era Tito 2:14: «Él se dio por nosotros… para purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras». No murió simplemente para hacernos capaces de hacer buenas obras. Murió para que nos apasionáramos por hacer buenas obras. Eso es lo que dice: no a medias.

Así que, en conclusión, el cohete propulsor que pone en órbita el celo por las buenas obras —de hecho, el celo por todo lo que hacemos— es este cohete propulsor: Cristo murió por ello. Él murió por eso. Cristo se entregó en la cruz para crear un pueblo con celo: celo por las buenas obras, celo por la gloria del Señor. Esto es lo que agrada al Señor. Murió por ello. Así que oro para que todos nosotros nos unamos a Jonathan Edwards y digamos: «Resuelvo vivir con todas mis fuerzas, mientras viva».


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido y adaptado por Eduardo Fergusson.
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