×
Nota del editor: 

Uno de los puntos de este artículo aborda el sensible tema del divorcio según la Biblia. Para leer más artículos y perspectivas al respecto, te invitamos a explorar nuestros recursos sobre este tema.

Si nuestro deber como cristianos que aman las Escrituras es aplicar lo que Dios nos ha revelado, entonces en la teología bíblica del matrimonio encontramos una fuente inagotable de principios prácticos que nos traen grandes bendiciones.

La teología del matrimonio comienza a desarrollarse desde las primeras páginas de la Biblia, cuando Dios estableció: «El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:24). Esta frase, una sola carne, es citada en otros pasajes de la Escritura que aportan luz a esta teología del matrimonio (Mt 19:5; Mr 10:7-8; 1 Co 6:16; Ef 5:31).

Los autores bíblicos, por inspiración del Espíritu Santo, desarrollaron de manera progresiva una teología del matrimonio a medida que también avanzaba la relación pactual de Dios con Su pueblo. Ahora nosotros, con el canon de la Escritura completo, podemos ver con mayor claridad y aprender con un mejor entendimiento sobre el misterio del matrimonio.

En este artículo, me gustaría repasar cuatro principios básicos de esta teología, los cuales deben estar presentes en los matrimonios que quieren vivir de acuerdo con la Palabra de Dios.

1. El matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer

Hace unos cincuenta años, esta declaración hubiera sido obvia. Sin embargo, en el contexto en el que vivimos hoy, se hace necesaria.

Cuando Dios creó el mundo, solo había una cosa que no era buena: que el hombre estuviera solo (Gn 2:18). Por eso Dios proveyó para Adán una ayuda idónea (Gn 2:20-24).

El relato bíblico es intencional en dejarnos entender que el hombre y la mujer fueron creados para complementarse mutuamente. Dios no creó a otro varón para Adán ni le dio varias mujeres, sino que le proveyó una sola mujer que sea su complemento.

Debido a que la raza humana fue creada a imagen y semejanza de Dios, y que el hombre no fue diseñado para estar solo, podemos decir que, aunque cada individuo refleja la imagen de Dios, la unión matrimonial de ambos sexos refleja la semejanza divina de una manera especial y particular. Esto es algo que la unión de dos hombres o dos mujeres no puede lograr ni jamás podrá hacerlo.

El relato de Génesis también nos muestra que Dios hizo pasar por delante de Adán toda bestia del campo para que las nombrase (Gn 2:19-20). Este acto tiene dos implicaciones importantes en el contexto de la creación y el matrimonio. En primer lugar, denota la autoridad y el señorío del ser humano sobre la creación terrenal. La segunda implicación es que nos recuerda que la unión entre un hombre y cualquier animal no es una opción que Dios permite, sino que más bien es un pecado aberrante como Dios señala (Lv 18:23).

Por lo tanto, el matrimonio consiste en la unión de un hombre y una mujer. La Palabra de Dios deja en claro que ni la unión homosexual, ni la poligamia, ni la zoofilia son aprobados por Él como uniones matrimoniales, sino que son pecado.

2. Los cónyuges son diferentes en sus roles e iguales ante Dios

La mujer fue tomada del cuerpo de Adán, quien a su vez había sido formado del polvo de la tierra. La intención del relato, por un lado, es demostrar que no hay diferencia entre la esencia del hombre y de la mujer. Debido a que comparten la misma esencia, ambos están al mismo nivel delante de Dios. Por otro lado, el resto del pasaje deja ver que la diferencia entre los sexos está relacionada, en gran medida, con los roles y las funciones que cada uno desempeña dentro del matrimonio, la familia y la sociedad.

El hombre fue diseñado para ser la cabeza del hogar (cp. 1 Co 11:3); por lo tanto, tiene la responsabilidad de ser el guía espiritual y el proveedor principal del cuidado, tanto físico como espiritual, como lo ilustra el ejemplo de Job (Job 1:5). Aquí puedes leer más sobre qué significa ser cabeza del hogar. Pablo también dice a Timoteo que considere que aquellos hombres que aspiren al ministerio pastoral cumplan con su rol en el hogar (1 Ti 3:4-5). Esto no es un requisito solo para los pastores, sino también para cada hombre en la iglesia, aunque debe verse con mayor claridad en los que aspiran al ministerio (cp. 1 Ti 3:12).

En el caso de la mujer, su rol está vinculado principalmente a ser el apoyo emocional y espiritual en el hogar; a eso apunta ser «ayuda idónea» (Gn 2:18). La mujer debe trabajar a la par del hombre como su ayuda, de manera que juntos formen un equipo perfecto. Cuando ella ejerce su rol de ayuda idónea, el corazón del esposo está confiado en ella (Pr 31:11) y eleva el prestigio de la familia hacia los de afuera (v. 23) y dentro del hogar (v. 28).

Aunque este es el patrón original de Dios, Él también extiende Su gracia para fortalecernos cuando las cosas marchan de una manera diferente, como es el caso de aquellos que tienen que criar solos a sus hijos en casos de viudez o abandono de un cónyuge. También cuando las necesidades familiares obligan a ambos cónyuges a salir a trabajar.

Además, debido a la entrada del pecado en el mundo, para muchas culturas de la antigüedad (y para muchas de la actualidad también) el valor de la mujer estaba por debajo del que establece el patrón bíblico. Sin embargo, en el Nuevo Testamento vemos que Cristo devuelve el valor a la mujer. De hecho, el ministerio terrenal de Jesús estuvo fuertemente apoyado por mujeres, como Su madre y María Magdalena, entre otras.

El Evangelio de Juan dedica un capítulo completo para narrar la conversación de Cristo con una mujer samaritana, la cual termina en una transformación radical de su vida y la de otros (Jn 4). También es significativo que en una sociedad como la del primer siglo, donde la mujer no era valorada, Jesús haya decidido que los primeros testigos de Su resurrección fueran mujeres (Mt 28:5-7).

Por lo tanto, no es de extrañar que el apóstol Pedro haya exhortado —de manera contracultural para su época— a los esposos a convivir «de manera comprensiva con sus mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida» (1 P 3:7).

Como hemos visto, por diseño divino, hay algunas funciones que son específicas para los hombres y otras para las mujeres. Pero ante los ojos de Dios, hombres y mujeres son igual de pecadores y, cuando ponen su fe en Cristo, son igualmente herederos de la vida eterna (Gá 3:28; 1 P 3:7).

3. La unión matrimonial es el contexto apropiado para la intimidad sexual

La Biblia enseña que el sexo fue creado por Dios y ocupa un lugar clave para la familia y con implicaciones para toda la creación (cp. Gn 1:28). En el sexo matrimonial hay un nivel de intimidad tan profundo, que la expresión de «una sola carne» cobra un significado incomparable a cualquier otro tipo de relación entre los cónyuges (cp. 1 Co 6:16).

El acto sexual fue creado por Dios para ser practicado única y exclusivamente entre un hombre y una mujer unidos en un pacto matrimonial. Cuando la intimidad sexual se practica fuera del diseño de Dios, se convierte en pecado y por eso Pablo exhorta: «Huyan de la fornicación» (v. 18). Este último término es una traducción del vocablo griego porneia (de donde proviene la palabra pornografía). Porneia es mejor entendido como inmoralidad sexual, que abarca una gama más amplia de conductas pecaminosas, siendo la fornicación una de ellas. La razón para huir de la inmoralidad sexual es porque atenta contra el propósito original de Dios para la sexualidad y, por lo tanto, atenta contra Dios mismo.

En este sentido, el acto sexual, cuando se practica bajo los parámetros bíblicos, tiene el propósito mayor de glorificar a Dios y no solo satisfacer lo que muchos llaman una «necesidad fisiológica» o buscar el placer personal.

4. La unión matrimonial tiene la intención de ser inseparable

En la frase «dejará el hombre a su padre y su madre y se unirá a su mujer», Moisés está diciendo que la relación matrimonial es un vínculo más fuerte que la relación filial. Esto significa que al contraer matrimonio, un hombre y una mujer están formando una unión más fuerte entre ellos que la que ambos tenían con sus padres cuando eran solteros. También está señalando que ellos se convierten ahora en una nueva unidad familiar diferente a la de sus padres.

Jesucristo mismo enfatiza este argumento cuando añade a la fórmula: «Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Mt 19:6). Estas palabras surgen porque los fariseos le estaban cuestionando con relación al divorcio que Moisés había permitido mediante una carta (Dt 24:1). Sin embargo, Cristo aclara que esto había sido parte de la voluntad permisiva de Dios para el pueblo, a causa de la dureza del corazón de los seres humanos. Al mismo tiempo, también deja claro que esa no es la intención original de Dios para el matrimonio (Mt 19:8).

Es decir, pareciera que el divorcio había sido una solución temporal debido a que, por la dureza de sus corazones, las personas bajo el antiguo pacto no tenían la capacidad de entender todo el misterio del matrimonio, pues Cristo no había sido revelado y, por ende, no tenían el don del Espíritu en sus corazones.

El apóstol Pablo se refiere a este misterio (Ef 5:29-32). Es por este misterio revelado que, ahora, una pareja de creyentes que une sus vidas en el altar está haciendo un compromiso delante de Dios de modelar el evangelio con su matrimonio. Durante el tiempo de la ley antes de Cristo, esto era algo totalmente desconocido, pues Cristo no había venido al mundo aún. Por lo tanto, ningún hombre podía representar de manera consciente a Cristo en su matrimonio. A la vez, ninguna mujer podía representar fielmente y de manera consciente el papel de la iglesia en su matrimonio, porque aún no había sido entregado el Espíritu Santo.

Por esta razón considero que el divorcio fue una opción temporal. Ahora que estamos en Cristo y podemos experimentar Su redención, ahora que somos parte de la iglesia y tenemos al Espíritu y Su revelación completa (la cual nos enseña todo el misterio y la teología del matrimonio), pienso que no hay razón para que dos creyentes maduros consideren que el divorcio sea una opción, como lo vieron muchos israelitas bajo la ley de Moisés.

Si el matrimonio debe ser un reflejo del amor de Cristo, entonces el divorcio solo puede ser una alternativa legítima para los cristianos cuando Cristo se divorcie de Su iglesia, o cuando la iglesia deje de estar unida a Cristo. Y sabemos que nada de esto ocurrirá jamás. Por eso entiendo que, cuando dos creyentes se unen en matrimonio, no deben tener la posibilidad del divorcio en su horizonte (excepto en los casos en que la Biblia lo permite), sino la entrega total y sacrificial del uno por el otro.

Matrimonios sanos

Vivimos una sociedad que cada vez se aleja más de las verdades bíblicas que Dios dejó en Su Palabra. Ante esta realidad, el matrimonio cristiano es un medio potente por el cual la iglesia puede reflejar ante el mundo el amor de Cristo y las verdades del evangelio. Por eso es imperante que enseñemos tanto con palabras como con hechos una teología sana del matrimonio, empezando por la iglesia.

Los matrimonios sanos y fieles a la Escritura no solo promueven la buena salud de la iglesia local, sino que también ofrecen un patrón para el mundo de lo que Dios desea y una buena ilustración del evangelio.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando