Los cristianos deseamos ayudar. Que alguien de la iglesia se acerque a pedirnos ayuda es un halago, pues nos hace sentir útiles dentro de nuestras comunidades. Después de todo, ayudar a los hermanos no solo es bueno, ¡es bíblico (He 13:16)! Pero, al mismo tiempo, existe otro fenómeno frecuente entre pastores y miembros por igual, especialmente en Latinoamérica: sin darnos cuenta, terminamos enredados en más compromisos de los que podemos cumplir. ¿Te suena familiar?1
Cuando esto sucede, un compromiso que inició como una buena intención puede terminar en un desempeño mediocre con más efectos negativos de los que pensamos.
¿Qué verdades bíblicas pueden ayudarnos para hacer frente a esta situación? En este artículo deseo presentar por lo menos tres doctrinas a tener en cuenta antes de tomar nuevos compromisos en tu iglesia local.
1. Considera la infinitud de Dios
Dios es infinito, nosotros no. Cada vez que se nos presenta un nuevo compromiso, una invitación o un proyecto, empecemos reconociendo que solo Dios es infinito y que debemos adorarle por ello.
La infinidad de Dios es una de mis doctrinas favoritas. En pocas palabras, esta enseña que Dios no tiene límites de ningún tipo (Is 40:28; Hch 17:24-25). El Señor no está limitado por el tiempo, ni el espacio, ¡ni por nada! Su fuerza es ilimitada, Su poder es absoluto. ¡El Señor hace lo que le place (Sal 135:5-6)!
Este atributo es incomunicable, lo que quiere decir que ningún ser humano posee esta cualidad. Contrario a Dios, todos los seres humanos estamos limitados. Nuestro tiempo y recursos son limitados (Sal 39:4-5), nuestros dones son limitados (1 Co 12:29-30) y nuestro llamado es específico aquí en la tierra (cp. Hch 6:2-4). El atributo de la infinidad divina nos recuerda que nosotros necesitamos de Dios y no Él de nosotros (Is 40:13-14).
Ante un nuevo compromiso, debemos moderar nuestra respuesta con una teología sana y precisa de quién es Dios y quiénes somos nosotros
Es precisamente debido a nuestros límites que el Señor ha resuelto el problema de la salvación por nosotros, pues somos incapaces de hacerlo por nuestra propia fuerza. La cuestión es que esta verdad no se acaba con la justificación del creyente, sino que se aplica también a través de la santificación, es decir, por toda la vida cristiana.
Entonces, cuando tenemos un nuevo compromiso por delante, debemos moderar nuestra respuesta con una teología sana y precisa de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Dios no tiene límites, nosotros sí. Por eso, si un nuevo compromiso va más allá de los límites que el Señor te ha dado, es sabio reconocerlo y dejar esta oportunidad para otro momento u otra persona.
2. Considera la diversidad de la iglesia
No estamos solos. Dios salvó un pueblo y ha dotado a cada creyente con dones. Por tanto, debemos reconocer que es muy probable que existan otros hermanos que puedan ayudar donde nosotros no podemos (Ef 4:11-12). Una sola persona no puede hacerlo todo (2 Co 12:9). Por eso Dios, en Su gracia, pensó en la iglesia como un cuerpo conformado por muchos miembros y debemos adorarle por ello.
Dios ha llamado a personas específicas y las ha dotado con dones específicos para cumplir tareas específicas. Cada miembro sirve para la edificación de la iglesia y debe realizar su tarea con excelencia para la gloria de Dios (Ro 12:4-8). Pero esto no significa que cada miembro debe volverse ansioso por «hacer más». Más bien, a medida de que cada uno cumple su llamado y alienta a otros a cumplir con el suyo, Cristo —quien es la Cabeza de la iglesia— nutre el cuerpo y lo hace crecer (Ef 4:15-16; Col 2:19).
Antes de comprometernos a cada actividad que se nos propone, es mejor meditar en esta verdad: Dios no nos ha llamado a resolver todos los problemas a nuestro alrededor, ni nos ha dotado de todos los dones para servir a todas las personas. En cambio, Dios nos ha dado a Cristo como cabeza de Su iglesia, y Él alcanzará todos los propósitos del Padre a través de toda la iglesia como cuerpo y del funcionamiento adecuado de cada miembro.
3. Considera la gracia del evangelio
El evangelio nos recuerda que no tenemos que «hacer más» para sentirnos útiles o para ser reconocidos por el Señor (Ef 2:8-9). Toda buena obra para nuestra redención ha sido completada en Cristo y debemos adorarle por ello.
Afirmar que somos salvos solo por gracia es común entre los creyentes. Todos parecen reconocer que «no tengo que hacer nada (ni puedo hacer nada) para salvarme». Sin embargo, cuando consideramos nuevos compromisos, parece existir cierto peso de culpa por negarnos, en especial si está relacionado con la iglesia. En otras palabras, aunque afirmamos no necesitar obras para nuestra salvación, muchas veces actuamos como si dependiera de nosotros.
Una obra no es buena si me lleva a la falta de dominio propio o de piedad en otra área de mi vida
Al vivir con la idea de que «hacer más es mejor», terminamos con más ministerios y más compromisos de los que podemos manejar. No quiero decir que estas cosas sean malas por sí mismas, ¡no lo son! Pero cuando enfatizamos cualquier actividad —por buena que sea— a expensas de aquellas a las cuales el Señor nos ha llamado, estamos viviendo de forma indisciplinada.
Por ejemplo, ¿alguna vez has escuchado a hijos sentirse abandonados por su padre, el pastor? ¿O matrimonios que se han roto porque un líder descuidó el tiempo con su cónyuge? ¿Conoces alguna iglesia saturada con tantas actividades diarias que sus miembros quedan sin oportunidad de ser luz y sal en sus comunidades inmediatas? ¿O, por el contrario, iglesias que invierten tanto tiempo y esfuerzo en su vecindario o ciudad, que se olvidan del descanso, de animarse unos a otros en amor y de adentrarse en el estudio de la Palabra?
El balance se encuentra en comprender lo que Jesús ha hecho por nosotros en el evangelio. Él vivió perfectamente para pagar nuestra deuda y para llevarnos a vivir vidas sobrias, justas y piadosas mediante la redención y purificación de un pueblo celoso de buenas obras (Tit 2:11-14). Nuestras buenas obras deben ser caracterizadas por este balance. En otras palabras, una obra no es buena si me lleva a la falta de dominio propio o de piedad en otra área de mi vida.
Cuando un nuevo compromiso se presenta, no debemos sentirnos culpables de no poder aceptar, ni debemos estar presionados a aceptar. Si nuestra decisión está siendo moldeada por el evangelio, entonces podremos condenar la mentalidad esclavizante de que «más es mejor» y descansar en Aquel cuyo yugo es fácil y cuya carga es ligera (Mt 11:28-30). De esta manera, el evangelio nos ayuda a tener paz a la hora de aceptar o rechazar nuevos compromisos.
Mis días son cortos, Su misericordia es eterna.
Una de las mejores estrategias para aprender a decir «no» de la manera correcta es tomar esto como un acto de adoración. ¿A qué me refiero? El Salmo 103 ofrece un ejemplo de esta actitud.
Cuando enfatizamos cualquier actividad —por buena que sea— a expensas de aquellas a las cuales el Señor nos ha llamado, vivimos de forma indisciplinada
Después de iniciar adorando a Dios (Sal 103:1-2), el salmista recuerda la gracia que el Señor ha mostrado para con él (vv. 3-13). Luego hace una comparación entre la finitud del ser humano y la inmensidad de Dios. Por un lado, nuestros días son efímeros como la hierba (vv. 14-16), por lo que debemos aprender a aprovechar bien nuestro tiempo (Ef 5:15-16). Por otro lado, Dios es eternamente misericordioso y todo está bajo Su poder (Sal 103:17-19). Al meditar en esta realidad, el salmista termina nuevamente en adoración al Señor (vv. 20-22).
Al igual que el salmista, nosotros debemos llenar nuestras mentes y corazones con las verdades bíblicas sobre Dios para que nuestras decisiones sean un acto de adoración a Él. Entonces, en lugar de considerar una respuesta negativa a un compromiso como una derrota personal, ¿por qué no abordar la situación con la victoria de Cristo en la cruz en mente?
Porque Jesús ha vencido, soy libre para balancear mi agenda. Porque Cristo ha resucitado, Su iglesia triunfará en su misión y esto no depende de mí. Porque Dios es infinito, entiendo que mi respuesta a los nuevos compromisos no limita Sus propósitos. Tener estas verdades en mente puede ser un remedio bíblico liberador en medio de una cultura de agendas ocupadas.