No, solo la sangre de Cristo y la renovación del Espíritu Santo pueden limpiarnos del pecado.
No, solo la sangre de Cristo puede limpiarnos del pecado.
“Yo los bautizo a ustedes con agua“, les respondió Juan a todos. “Pero está por llegar uno más poderoso que yo, a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de Sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
El texto clásico que celebra y anuncia el bautismo del creyente en Cristo es 1 Corintios 12:13: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo—ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (NVI). Esto habla de cómo el Espíritu nos injerta en el cuerpo de Cristo, y en mi caso sucedió cuando apenas tenía doce años. Nunca había escuchado del bautismo del Espíritu Santo, pero ciertamente había sido bautizado por el Espíritu Santo. Y ahora, con el pasar de los años, lo que era un hecho objetivo se ha convertido en una realidad subjetiva en mi vida.
Cuando fui bautizado por el Espíritu, fui regenerado, nací de nuevo. Nací del Espíritu, dice Juan 3. Qué hermosa imagen. La metáfora de nacer de nuevo describe la obstetricia divina, porque fui sacado de la oscuridad y traído a la luz, y comencé a ver ciertas cosas. Al mismo tiempo que fui regenerado, el Espíritu Santo empezó a morar en mí. Jesús dice en Juan 14 que el Espíritu “vive con ustedes” y “estará en ustedes”.
Perdí a mi padre cuando aún era muy pequeño, y me sentía solo en el mundo. Cuando el Espíritu Santo empezó a morar en mí, sentí que había sido adoptado. No sabía que había sido sellado por el Espíritu Santo. Como dice en Efesios 1:13-14: “En Él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Este garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de Su gloria” (NVI). Eso me dio un sentido de protección y realidad de que había sido sellado por el Espíritu Santo cuando fui bautizado por Él.
Cuando fui bautizado en el Espíritu, el Espíritu intercedió por mí. Romanos 8:26 dice: “Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (NVI). Y lo hace porque conoce nuestros corazones.
Y al mismo tiempo fui iluminado. Recuerdo una vez en que, siendo niño y estando en un campamento, regresé a mi cabaña y tomé mi Biblia, y mientras la subrayaba, esa Palabra cobraba vida ante mis ojos, y así lo ha hecho desde que me convertí. Cuando Juan el bautista dijo: “Yo los bautizo con agua, pero [Cristo] los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”, se refería a la superioridad del bautismo de Jesús. El agua solo puede lavar el exterior, pero el Espíritu y el fuego regeneran y limpian el interior. Esta es la maravillosa realidad y el increíble gozo de ser bautizado con el Espíritu y el fuego. El Espíritu Santo está renovando todas las cosas y constantemente nos está conformando a la imagen de Cristo.
Cordero de Dios, nuestro bautismo es una señal de que somos salvos no por nuestra propia justicia, sino porque se nos ha dado la justicia de Cristo. Permite que el bautismo no sea el objeto de nuestra confianza, sino que busquemos el lavamiento de la obra de Jesús, hermosamente representada en el bautismo. Amén.