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Definición

En el corazón del Antiguo Testamento está la expectativa de que Dios enviará un rey singular, asociado a la dinastía davídica, que traerá la bendición de Dios a las naciones del mundo. De modo significativo, este rey sacrificará Su vida para expiar los pecados de otros.

Sumario

Iniciando en el libro de Génesis, Dios da a entender que Su plan para redimir al mundo de las consecuencias de la desobediencia de Adán y Eva se centrará en uno de los descendientes de Eva, el cual derrotará al enemigo de Dios, la serpiente, identificada en otras partes de la Biblia como el diablo o Satanás. Esta esperanza se vincula más adelante a Abraham, con la expectativa de que uno de sus descendientes será un rey por medio del cual serán bendecidas todas las naciones de la tierra. El camino hacia el cumplimiento de estas promesas conduce eventualmente a la dinastía davídica. Por medio de David y su hijo Salomón, Dios establece a Jerusalén como Su ciudad santa, donde habitaría en medio de Su pueblo. Cuando los siguientes reyes davídicos dejan de confiar de manera plena en Dios, varios profetas predicen que Dios levantará un rey davídico justo, cuyo reinado se caracterizará por la justicia, la paz y la prosperidad. Como vicerregente de Dios, el Rey davídico prometido será quien redima a otros al sacrificar Su vida para expiar sus pecados. Aunque la destrucción de Jerusalén por parte de Babilonia en el año 586 a. C. pone fin al gobierno de los reyes davídicos en Jerusalén, Dios anuncia por medio de Sus profetas que enviará a un nuevo Rey davídico. Las expectativas judías respecto a este rey prometido por Dios prevalecían en el siglo I d. C. En ese entonces, la designación «Mesías», que significa «el Ungido», se utiliza junto a otros títulos para referirse a este Rey prometido.

En el relato «investigado con diligencia» que fue dirigido a Teófilo, Lucas describe cómo el recién nacido Jesús fue llevado por Sus padres al templo de Jerusalén. Allí se encontraron con un hombre «justo y piadoso» llamado Simeón, a quien el Espíritu Santo «le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor» (2:26). Luego Lucas presenta a Ana, una profetisa de ochenta y cuatro años que, al ver a Jesús, «daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (2:38).

Lucas incorpora estos detalles para destacar un tema que se repite a lo largo de su evangelio: Jesús cumple con las expectativas de que Dios enviaría un rey para ser el Salvador del mundo. Esta esperanza se centra en un rey singular llamado el Cristo del Señor o Mesías. El término griego christos y el término hebreo māšîaḥ, de los que derivan las palabras Cristo y Mesías, ambos significan «el Ungido» (miran a Jesús como Mesías). En el Antiguo Testamento, la unción suele estar vinculada a la designación divina de un individuo para que gobierne como rey (p. ej., 1 S 10:1; 16:13). Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento y en los textos judíos de la misma época.1

Aunque los evangelios dejan claro que algunos de los contemporáneos de Jesús creían que Dios enviaría a un Ungido/Cristo/Mesías, las opiniones diferían en cuanto a lo que esto implicaría. La mayoría esperaba que el rey venidero restableciera a Israel como una nación independiente, al expulsar a los romanos de Palestina. Sin embargo, Jesús no cumplió con sus expectativas, en especial cuando fue ejecutado por los romanos en una cruz.

La muerte del Ungido/Cristo/Mesías se presenta en el Nuevo Testamento como algo que tiene importantes consecuencias redentoras y que cumple con las expectativas del Antiguo Testamento. Lucas registra cómo Jesús subrayó esto cuando habló con un par de personas en el camino a Emaús. Cuando le manifestaron que tenían la esperanza de que Jesús fuera el que «iba a redimir a Israel» (24:21), les respondió:

¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras (24:25-27).

Después de esto, Lucas relata cómo Jesús vino a los once apóstoles en Jerusalén.

Después Jesús les dijo: «Esto es lo que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre Mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito, que el Cristo padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día; y que en Su nombre se predicará el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén…» (24:44-47).

En estos encuentros posteriores a la resurrección, Jesús señaló lo que estaba escrito en el Antiguo Testamento respecto al Cristo o Mesías.

Las expectativas asociadas con la línea de David

En el corazón de la esperanza mesiánica reflejada en el Nuevo Testamento está la expectativa de un rey vinculado a la dinastía davídica. El Ungido/Cristo/Mesías sería un «hijo de David». Los fundamentos de esta expectativa están firmemente arraigados en el Antiguo Testamento, donde la dinastía davídica ocupa un lugar central en la historia de los tratos entre Dios y la nación de Israel. David es el primer individuo que estableció una dinastía real en Israel por medio de su descendencia. Escogido por Dios, David es ungido por el profeta Samuel (1 S 16:1-13). Luego une a las tribus de Israel, toma Jerusalén y la convierte en su capital (2 S 5:1-12). Además, traslada a Jerusalén el arca del pacto, el estrado del trono celestial de Dios, estableciéndola como la ciudad de Dios (2 S 6:1-15). Cuando David expresa su deseo de construir una casa/templo para Dios en Jerusalén, Dios hace un pacto que consiste en establecer la casa/dinastía de David para siempre (2 S 7:1-29).2 Posteriormente, el hijo de David, Salomón, construye un templo para Dios en Jerusalén, lo cual confirmó el vínculo especial que existe entre Dios, Jerusalén/Sión y la dinastía davídica (1 R 6:1 – 8:66). Cuando el reino se divide tras el reinado de Salomón, la dinastía davídica sigue reinando sobre Judá durante varios siglos. Por otro lado, existe un contraste marcado con el reino del Norte, Israel, donde una variedad de dinastías se levantan y caen.

El compromiso de Dios con David desempeña un papel importante para asegurar el futuro de la dinastía davídica. Sin embargo, ni siquiera esto puede impedir que el castigo de Dios caiga sobre los reyes davídicos que abandonan a Dios y desatienden el pacto del Sinaí. Finalmente, Dios envía a los babilonios para castigar a los habitantes de Jerusalén, lo que resulta en el fin de la dinastía davídica, la devastación del templo de Jerusalén y la destrucción de las murallas de la ciudad.

Aunque estos acontecimientos trágicos dieron pie a que el pueblo de Judá creyera que Dios había abandonado Su compromiso con David, los profetas anunciaron, tanto antes como después de la caída de Jerusalén, que Dios cumpliría Su promesa a David por medio de un futuro rey que gobernaría con justicia y rectitud.

La expresión más completa de esta esperanza davídica en el período preexílico aparece en el libro de Isaías. Al abordar la corrupción de la monarquía davídica durante los reinados de Acaz y Ezequías en las últimas décadas del siglo VIII a. C., Isaías anuncia:

Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado,
y la soberanía reposará sobre Sus hombros.
Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso,
Padre Eterno, Príncipe de Paz.
El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrán fin
sobre el trono de David y sobre su reino,
para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia
desde entonces y para siempre.
El celo del Señor de los ejércitos hará esto (9:6-7).

La promesa de este futuro rey justo hace un fuerte contraste con los reyes davídicos corruptos que reinaban en la época del profeta. En otro oráculo, Isaías declara:

Entonces un retoño brotará del tronco de Isaí,
y un vástago dará fruto de sus raíces.
Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor,
Espíritu de sabiduría y de inteligencia,
Espíritu de consejo y de poder,
Espíritu de conocimiento y de temor del Señor.
Él se deleitará en el temor del Señor,
y no juzgará por lo que vean Sus ojos,
ni sentenciará por lo que oigan Sus oídos;
sino que juzgará al pobre con justicia,
y fallará con equidad por los afligidos de la tierra.
Herirá la tierra con la vara de Su boca,
y con el soplo de Sus labios matará al impío.
La justicia será ceñidor de Sus lomos,
y la fidelidad ceñidor de Su cintura (11:1-5).

La referencia de Isaías a un retoño que «brotará del tronco de Isaí» señala un nuevo comienzo para una dinastía davídica que ha sido cortada (cp. Am 9:11-13). Más allá del castigo, Isaías anticipa un rey davídico radicalmente diferente y mejor. Estos oráculos proféticos proveen la base para creer que en el futuro Dios levantará un rey davídico único.3

En el libro de Isaías, el fracaso de los reyes davídicos de finales del siglo VIII a. C. a la hora de confiar plenamente en Dios se contrasta con la obediencia de un personaje designado como «el siervo del Señor». Este personaje es presentado en una serie de cantos que alcanzan su clímax en el capítulo 53, con el Siervo que no tiene culpa y que ofrece Su vida para expiar los pecados de otras personas.4 Aunque nunca se hace referencia al siervo como un rey de forma explícita, varios factores apuntan en esta dirección.5 Dios afirma que hará del siervo una «luz de las naciones» para que Su «salvación alcance hasta los confines de la tierra» (Is 49:6; cp. 42:6-7). Es importante destacar que la obediencia del siervo de Yahvé es crucial para establecer con éxito una nueva Jerusalén que es apreciada por Dios. Mientras que los reyes davídicos del siglo VIII a. C. son considerados responsables del rechazo de Dios a Jerusalén y su posterior destrucción por los babilonios, el siervo sufriente del Señor desempeña un papel vital en los propósitos redentores de Dios para Jerusalén y las naciones.6

En el período postexílico, cuando no gobernaba ningún rey davídico en Jerusalén, la esperanza de la restauración de la dinastía se refleja sutilmente de diferentes maneras en los libros de Salmos y Crónicas.

El libro de los Salmos, que es una compilación postexílica de colecciones más cortas preexistentes de cantos poéticos utilizados en el culto público, da importancia a la dinastía davídica. Esto es destacable dada la ausencia de un gobernante davídico en el Judá postexílico. Al principio del Salterio, el Salmo 2 enfatiza la relación especial que existe entre Dios y Su Ungido. Como hijo de Dios, el Rey tomará posesión de las naciones por herencia. El Salmo 2 concluye exhortando a los reyes y gobernantes de otras naciones a someterse al Hijo de Dios, el Rey. El Salmo 72, que es una oración escrita por David sobre un futuro monarca, tiene expectativas que complementan esto. Haciendo eco del Salmo 2, habla del sometimiento de «todos los reyes» y «todas las naciones» a un futuro rey. El salmo anticipa un tiempo en el que el Rey ejercerá un dominio universal, trayendo paz y prosperidad a los necesitados y oprimidos.

El compromiso de Dios con el pacto que hizo con David se pone de relieve en el Salmo 89, que comienza destacando cómo Dios prometió establecer la descendencia y el trono de David para siempre. Este tema se desarrolla a medida que el salmo continúa, pero luego se produce un giro significativo. Los versículos 38-45 se centran en el rechazo de Dios al rey davídico, reflejando la realidad de lo ocurrido cuando los babilonios atacaron y conquistaron Jerusalén. A la luz de este rechazo, el salmo concluye preguntando: «¿Hasta cuándo, SEÑOR? / ¿Te esconderás para siempre? / ¿Hasta cuándo arderá tu ira como el fuego?» (89:46). En una última súplica, recordando la promesa de Dios a David, el salmo concluye:

¿Dónde están, Señor, tus misericordias de antes,
Que en tu fidelidad juraste a David?
Recuerda, Señor, el oprobio de tus siervos;
Cómo llevo dentro de mí el oprobio de muchos pueblos,
Con el cual tus enemigos, oh SEÑOR, han injuriado,
Con el cual han injuriado los pasos de tu ungido (89:49-51).

Aparte del Salmo 89, el resto del Salterio contiene suficientes referencias a la dinastía davídica como para sugerir que el compilador esperaba la restauración de un rey davídico. El tono positivo del Salmo 110 donde Dios promete al rey davídico la victoria sobre sus enemigos, haciendo eco del sentir del Salmo 2 parece fuera de lugar en el Salterio, si el compilador final no creía que Dios restablecería la dinastía davídica después del exilio. Asimismo, en la época postexílica, el Salmo 132 da motivos para creer que Dios hará «retoñar el poder de David» (v. 17, RV60).7

El libro de Crónicas fue compuesto en el período posterior al exilio. Crónicas, que en algunos aspectos es un relato paralelo al libro de Reyes, destaca por prestar especial atención a la monarquía davídica. Los reyes del reino del Norte son ignorados en Crónicas. Todo lo que dice el cronista es con base en la expectativa de que la monarquía davídica sería restablecida. Crónicas destaca la íntima conexión entre el templo de Jerusalén y el monarca davídico, quien es responsable de la construcción del templo. El autor de Crónicas da a entender que si el pueblo se arrepiente y ora en el templo, que ha sido reconstruido, Dios sanará su tierra mediante la restauración del rey davídico. Este tema se resume en la versión del cronista sobre el reinado del rey Manasés. En 2 Reyes 21, los pecados de Manasés se presentan como los principales responsables de la destrucción de Jerusalén por parte de Babilonia. Incluso las reformas de Josías son insuficientes para contrarrestar la decisión de Dios de castigar a Jerusalén (2 R 23:24-27). Aunque el relato de Crónicas sobre la vida de Manasés no borra sus malas acciones, describe su arrepentimiento y restauración en el trono tras un tiempo de exilio en Babilonia (2 Cr 33:1-20).8 El autor de Crónicas señala de manera enérgica que incluso el peor de los reyes davídicos no está excluido de la restauración cuando hay un arrepentimiento sincero. A la luz de esto, el pueblo de Judá no debe descartar la posibilidad de que Dios sea fiel a Su compromiso con David respecto a un «hijo de David» que gobierne en Jerusalén.

Las expectativas antes de la dinastía davídica

Parece obvio trazar los orígenes de la esperanza mesiánica hasta el compromiso de Dios con David respecto a una dinastía eterna, pero también hay importantes expectativas predavídicas que mejoran de manera considerable nuestra comprensión de la esperanza mesiánica. Incluso antes de que se fundara la dinastía davídica, existía la esperanza de que Dios enviaría un rey, descendiente de Abraham, para bendecir a las naciones del mundo.

Sin embargo, incluso esta esperanza tiene raíces que se remontan al jardín del Edén y al juicio de Dios sobre la serpiente que engañó a Adán y Eva. Dios dijo a la serpiente: «Por cuanto has hecho esto, maldita serás más que todos los animales, y más que todas las bestias del campo. Sobre tu vientre andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón» (Gn 3:14-15). El pronunciamiento de Dios de que una simiente de la mujer vencerá a la serpiente marca el inicio de lo que sería la esperanza mesiánica.9

Las palabras de Dios a la serpiente son susceptibles de diferentes interpretaciones, pero cuando se sitúan en el contexto de Génesis en su conjunto, resulta evidente que quien vencerá a la serpiente será un rey.10 El fracaso de Adán y Eva en obedecer a Dios implica el fracaso a la expectativa de que debían ejercer autoridad sobre otras criaturas (Gn 1:26, 28). Al hacer caso a la serpiente, traicionaron a Dios y pusieron a una criatura por encima del Creador.11 A la luz de su acción, perdieron su estatus real como vicerregentes de Dios. Considerando esto, podría esperarse que el que derrote a la serpiente tenga éxito donde Adán y Eva fracasaron.12 Sin embargo, aunque la promesa de un gobernante está implícita en el castigo a la serpiente, esta victoria no se logrará sin sufrimiento.

Partiendo de esta importante afirmación, el resto de Génesis está interesado de manera especial en identificar al «destructor de la serpiente». Después de que Caín matara a su hermano más justo, Abel, la descendencia de la mujer se vincula a Set (Gn 4:25). Su descendencia se traza mediante una genealogía hasta Noé (Gn 5:3-32), quien se distingue de los demás seres humanos por su carácter justo (Gn 6:9). Desde Noé la descendencia de la mujer pasa por Sem hasta Abraham (Gn 11:10-26). De modo significativo, la historia de la vida de Abraham se centra en la promesa de Dios de bendecir a todas las naciones de la tierra por medio de uno de los descendientes de Abraham (Gn 22:16-18). Cuando hace un pacto eterno con Abraham, Dios promete que de Abraham y Sara descenderán reyes (Gn 17:6, 16).13

Después de Abraham, Génesis traza la línea familiar hasta Isaac y luego Jacob. En ambos casos, el hermano mayor es pasado por alto. Curiosamente, Esaú desecha su primogenitura y la vende a su gemelo menor Jacob por un plato de guisado de lentejas (Gn 25:29-34). Aunque las acciones de Jacob no son del todo honorables, aprecia la importancia de la primogenitura y las promesas divinas asociadas a ella. Más tarde, cuando Isaac concede la bendición del primogénito a Jacob, creyendo que es Esaú, afirma:

Sírvante pueblos,
y póstrense ante ti naciones;
sé señor de tus hermanos,
e inclínense ante ti los hijos de tu madre.
Malditos los que te maldigan,
y benditos los que te bendigan (27:29).

Al hacer eco de la promesa de Dios a Abraham (Gn 12:3), Isaac indica que la autoridad para gobernar a otros le pertenecerá a Jacob. Aunque luego Esaú amenaza con matar a Jacob, la bendición de Dios llega a Jacob, quien prospera y trae prosperidad a otros a pesar de estar exiliado en Padán Aram. Cuando Jacob regresa a Canaán, Dios promete: «Una nación y multitud de naciones vendrán de ti, y reyes saldrán de tus entrañas» (Gn 35:11).

La siguiente etapa en la línea familiar se centra principalmente en José, pero también incluye a Judá. Favorito entre sus hermanos, José es tratado por su padre como el que tuviera por derecho de nacimiento la primogenitura (cp. 1 Cr 5:1-2). En el contexto del pacto con Abraham, los sueños «reales» de José son significativos (Gn 37:5-11). Cuando sus hermanos venden a José como esclavo en Egipto, José es bendecido por Dios y, por medio de él, Dios bendice a otros (Gn 39:5). A pesar de su encarcelamiento, José es exaltado de manera providencial por Dios para rescatar a Egipto y a otras naciones del hambre (cp. Gn 50:20). Su historia refleja en parte las expectativas mesiánicas posteriores en las que el rey davídico media la bendición de Dios a las naciones.

La singular línea de descendencia trazada en Génesis pasa de José a Efraín, otro caso en el que la primogenitura es invertida (Gn 48:13-20). Después de esto, la esperanza de un futuro rey se asocia con la tribu de Efraín, como lo demuestra el papel que Josué, un efraimita, desempeña en la conducción de los israelitas hacia la tierra prometida. Sin embargo, como revela el libro de Jueces, los efraimitas no proporcionan el liderazgo moral que Dios desea.14

El relato de Génesis sobre la vida de José se ve interrumpido de forma inesperada por una historia que se centra en la continuación del linaje de Judá (Gn 38:1-30). Al enfatizar la condición de primogénito de Er y la falta de descendencia, el narrador señala que la familia de Judá puede ser significativa en cuanto al cumplimiento de la promesa divina asociada a la descendencia de Eva. La historia que sigue sobre la relación poco convencional de Tamar con Judá, que da lugar al nacimiento de gemelos, concluye con otro caso en el que se invierte la primogenitura (Gn 38:27-30). El carácter extraño del anticipo de Fares sobre Zara, el aparente primogénito, es significativo de manera simbólica. Aunque la realeza se asocia inicialmente a la tribu de Efraín, Dios rechaza más tarde la línea de José-Efraín en favor de la de David, de la tribu de Judá (Sal 78:67-72). Como revela el libro de Rut, David era descendiente directo de Fares (Rut 4:18-22).

La idea de que la realeza puede estar asociada a los descendientes de Judá y de José se refleja en las bendiciones pronunciadas por Jacob en Génesis 49. Dada la importancia de la dinastía davídica para la esperanza mesiánica, no es de extrañar que la declaración de Jacob en Génesis 49:10 sobre un futuro descendiente de Judá, al que los pueblos obedecerán, se haya entendido tradicionalmente como una predicción mesiánica.

Al observar cómo la singular genealogía del libro de Génesis está vinculada a la dinastía davídica, se hace evidente que la esperanza mesiánica asociada a la dinastía de David se remonta a las primeras etapas de la actividad redentora de Dios.15 Las diversas promesas divinas introducidas en Génesis son muy significativas para entender las afirmaciones posteriores de la esperanza mesiánica. Las promesas de Dios relativas a la derrota de la serpiente (Gn 3:15) y a la bendición de la humanidad enajenada (Gn 12:3; 18:18; 22:18) están vinculadas a una línea familiar única de donde saldrá un rey que someterá a Sus enemigos y gobernará favorablemente sobre las naciones en nombre de Dios.

Vistos como una historia continua, los libros de Génesis a Reyes pasan de las expectativas de una futura monarquía en Génesis al establecimiento de esa monarquía en los libros de Samuel y Reyes. Aunque Reyes describe el declive de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia de Joaquín, el último rey davídico, sus versículos finales ofrecen un destello de esperanza de que este no es el final de la historia. Liberado de la prisión, a Joaquín se le da un «trono por encima de los tronos de los reyes que estaban con él en Babilonia» (2 R 25:28). Las esperanzas asociadas a la dinastía de David esperan su cumplimiento.

Conclusión

El consenso de los estudiosos en la actualidad se opone fuertemente al esfuerzo de trazar la ideología mesiánica hasta el Antiguo Testamento. Sin embargo, la creencia en un rey futuro y singular se encuentra en el corazón de la historia del Antiguo Testamento. Existe la expectativa de que un futuro rey davídico desempeñará un papel importante en el cumplimiento de los planes redentores de Dios para la tierra. Estas expectativas constituyen la base de las afirmaciones de los escritores del Nuevo Testamento que señalan que la esperanza mesiánica encuentra su cumplimiento en Cristo Jesús.

Las expectativas mesiánicas vinculadas a la dinastía davídica no agotan lo que el Antiguo Testamento tiene que decir sobre Cristo Jesús. Son solo un hilo —aunque uno central y muy significativo— de un tejido que entrelaza el Antiguo Testamento con Jesús.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diego Lazo.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1La creencia de que Jesús era el heredero del trono de David predomina el Evangelio de Mateo. Mateo desarrolla este tema desde la genealogía inicial (Mt 1:2-17) y el relato de los «sabios de oriente» que buscan al «Rey de los judíos» (Mt 2:1-12), hasta la crucifixión de Jesús como «Rey de los judíos» (Mt 27:37), terminando con la afirmación de Jesús de que se le ha dado «toda autoridad… en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18). El texto judío de mediados del siglo I a. C., los Salmos de Salomón, expresa el deseo de que Dios les levante «un rey, un hijo de David», para gobernar sobre Israel (Sal de S 17:21). A este rey se le llama más adelante «el Ungido del Señor» (Sal de S 17:32; cp. 18:1, 5, 7).
2El texto hebreo de 2 Samuel 7 incluye un juego de palabras con el término «casa». En respuesta al deseo de David de construir una «casa» (es decir, un palacio/templo) para Dios, Dios promete construir una casa (es decir, una dinastía) para David.
3Las expectativas sobre un futuro rey davídico también aparecen en otros libros proféticos: Mi 5:2-6; Jr 23:5-6; 33:14-26; Ez 34:23-31; 37:24-28; Zac 9:9-10.
4Los pasajes normalmente designados como «los cantos del siervo» son Isaías 42:1-4; 49:1-6; 50:4-9; 52:13-53:12. A estos cantos podría añadirse Isaías 61:1-3, pero el orador de estos versículos no es llamado específicamente siervo. Según Lucas 4:16-21, después de leer de Isaías 61, Jesús se identificó como el Ungido «para anunciar el evangelio a los pobres».
5Ver M. Zehnder, «The Enigmatic Figure of the “Servant of the Lord”: Observations on the Relationship Between the "Servant of the Lord" in Isaiah and Other Salvific Figures in the Hebrew Bible» [«La enigmática figura del “Siervo del Señor”: Observaciones sobre la relación entre el “Siervo del Señor” en Isaías y otras figuras salvíficas de la Biblia hebrea»], en New Studies in the Book of Isaiah [Nuevos estudios en el libro de Isaías], ed. M. Zehnder (Perspectives on Hebrew Scriptures and Its Contexts [Perspectivas sobre las Escrituras hebreas y sus contextos], 21; Piscataway: Gorgias Press, 2014), pp. 231-282.
6P. J. Gentry, «Rethinking the "Sure Mercies of David" in Isaiah 55:3» [«Repensando las “fieles misericordias de David” en Isaías 55:3»], WTJ, 69 (2007): pp. 279-304.
7Para un análisis más completo, ver D. C. Mitchell, The Message of the Psalter: An Eschatological Programme in the Book of Psalms [El Mensaje del Salterio: Un programa escatológico en el libro de los Salmos], (JSOTSup 252; Sheffield: Sheffield Academic Press, 1997); M. K. Snearly, The Return of the King: Messianic Expectation in Book V of the Psalter [El retorno del rey: Expectación mesiánica en el libro V del Salterio] (The Library of Hebrew Bible/Old Testament Studies 624; London: Bloomsbury T&T Clark, 2016).
8El exilio de Manasés a Babilonia es significativo, ya que los responsables son los asirios, y no los babilonios. Su experiencia de ser llevado a Babilonia se asemeja a la del pueblo de Jerusalén y Judá en el siglo VI a. C.
9Génesis 3:14-15 se ha conocido tradicionalmente como el protoevangelio, es decir, el primer anuncio del evangelio.
10Ver T. D. Alexander, «Messianic Ideology in the Book of Genesis» [«La ideología mesiánica en el libro del Génesis»], en The Lord's Anointed: Interpretation of Old Testament Messianic Texts [El Ungido del Señor: Interpretación de los textos mesiánicos del Antiguo Testamento], ed. P. E. Satterthwaite, R. S. Hess y G. J. Wenham (Grand Rapids/Carlisle: Baker/Paternoster, 1995), pp. 19-39; J. M. Hamilton, «The Skull Crushing Seed of the Woman: Inner-Biblical Interpretation of Genesis 3:15» [«La semilla de la mujer que aplasta el cráneo: Interpretación intrabíblica de Génesis 3:15»], Southern Baptist Journal of Theology, 10 (2006): pp. 30-55; J. M. August, «The Messianic Hope of Genesis: The Protoevangelium and Patriarchal Promises» [«La esperanza mesiánica de Génesis: El protoevangelio y las promesas a los patriarcas»], Themelios, 42 (2017): pp. 46-62.
11La serpiente asume la autoridad sobre la tierra. Satanás se convierte en el gobernante de este mundo (Jn 12:31; 14:30; 16:11), una realidad que se ve en cómo tienta a Jesús con «todos los reinos del mundo y la gloria de ellos» (Mt 4:8-10; cp. Lc 4:5-8).
12El apóstol Pablo hace este punto explícitamente en 1 Corintios 15:1. La importancia de que Jesús sea un rey humano se discute de manera útil en D. G. McCartney, «Ecce Homo: The Coming of the Kingdom as the Restoration of Human Vicegerency» [«Ecce Homo: La venida del Reino como restauración de la vicegerencia humana»], WTJ, 56 (1994): pp. 1-21.
13El pacto de Dios implica que Abraham se convierta en el padre de muchas naciones. El concepto de «padre» puede tener connotaciones reales.
14En la tradición judía posterior, el concepto de Mesías a veces se asocia con un «hijo de José» o «hijo de Efraín». Vea D. C. Mitchell, Messiah ben Joseph [Mesías hijo de José] (Newton Mearns: Campbell Publications, 2016); M. V. Novenson, «Whose Son is the Messiah?» [«¿De quién es Hijo el Mesías?»], en Son of God: Divine Sonship in Jewish and Christian Antiquity [Hijo de Dios: Filiación divina en la antigüedad judía y cristiana] ed. G. V. Allen, et al. (University Park, Pennsylvania: Eisenbrauns, 2019), pp. 79-81.
15La inclusión de instrucciones en Deuteronomio 17:14-20 sobre los deberes de un rey indica que, incluso antes de que los israelitas entraran en la tierra de Canaán, esperaban establecer una monarquía.

Lecturas adicionales

Para una visión general bastante accesible de cómo el AT anticipa la llegada de un futuro rey, ver:

  •  Alexander, T. Desmond. The Servant King: The Bible’s Portrait of the Messiah [El Rey Siervo: El Retrato bíblico del Mesías] (Vancouver: Regent College Publishing, 2003).

Se pueden encontrar estudios más detallados de la esperanza mesiánica en:

  • Bateman, Herbert W., Darrell L. Bock y Gordon H. Johnston. Jesus the Measiah: Tracing the Promises, Expectations, and Coming of Israel’s King [Jesús el Mesías: Rastreando las promesas, las expectativas y la venida del Rey de Israel] (Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 2010).
  • Hess, Richard S., y M. Daniel Carroll R. Israel’s Messiah in the Bible and the Dead Sea Scrolls [El Mesías de Israel en la Biblia y los rollos del Mar Muerto] (Grand Rapids: Baker, 2003).
  • Porter, Stanley E., ed. The Messiah in the Old and New Testaments [El Mesías en el Antiguo y Nuevo Testamento] (McMaster New Testament Studies. Grand Rapids, Mich.: William B Eerdmans, 2007).
  • Satterthwaite, P. E., R. S. Hess y G. J. Wenham, editores. The Lord’s Anointed: Interpretation of Old Testament Messianic Texts [El Ungido del Señor: Interpretación de los Textos Mesiánicos del Antiguo Testamento] (Grand Rapids/Carlisle: Baker/Paternoster, 1995).
  • Kaiser, Walter C., Jr. The Messiah in the Old Testament. Studies in Old Testament Biblical Theology [El Mesías en el Antiguo Testamento. Estudios de Teología Bíblica del Antiguo Testamento] (Carlisle: Paternoster Press, 1997).
  • Rydelnik, Michael A. The Messianic Hope: Is the Hebrew Bible Really Messianic? [La esperanza mesiánica: ¿Es la Biblia hebrea realmente mesiánica?] NAC Studios en Biblia and teología. Editado por E. Ray Clendenen. Nashville: B&H Publishing, 2010.
  • Rydelnik, Michael, y Edwin Blum. The Moody Handbook of Messianic Prophecy: Studies and Expositions of the Messiah in the Hebrew Bible [El manual Moody de profecía mesiánica: Estudios y exposiciones del Mesías en la Biblia hebrea] Chicago: Moody Publishers, 2019.