Soy un creyente latino y vivo en EE. UU. desde 1993. Tenía 16 años cuando mis padres decidieron dejar Perú para mudarnos a New York. Doy gracias a Dios por habernos traído acá. En muchos sentidos, no es exagerado decir que este es el país de las oportunidades, de la abundancia, y que ofrece posibilidades para progresar. Pero, vivir en una de las naciones más poderosas del mundo tiene sus cosas buenas y no tan buenas. Es por eso que el migrante latino enfrenta retos muy particulares, y en eso quiero enfocarme. Escribo no solo como un cristiano latino en los Estados Unidos, sino también como pastor de una congregación de hispanos.
Datos sobre los hispanos en los Estados Unidos
De acuerdo con la Oficina del Censo de los Estados Unidos (OCEU), en 2016 los hispanos representaban el 17,8% de la población, aproximadamente 57,5 millones. El incremento constante de la población hispana está impulsado principalmente por nacimientos naturales de hispanos en el país. Esto tiene una gran implicación para la cuestión del idioma (pág. 6, OCEU). Es decir, este número incluye a los hijos de los hispanos que nacen aquí en los EE. UU, y se estima que para el 2050 en este país estará la mayor de cantidad de personas que hablen el español. Asimismo los cálculos anticipan que para el 2050, los hispanos seremos el 25% de la población del país (pág. 10).
Con los datos anteriores vemos que la presencia de hispanos es considerable y requiere nuestra atención. Es necesario comprender que hay un sinnúmero de retos y circunstancias particulares que enfrenta la iglesia hispana en los Estados Unidos. Pero, quiero enfocarme en tres de estos.
1) La limitación del idioma con los hijos
La paternidad es una de las experiencias más enriquecedoras, gratificantes, y –al mismo tiempo– desafiantes. Más aún, cuando se trata de la crianza cristiana. Sin ánimo de minimizar la labor de los padres no cristianos, pienso que el llamado de una familia cristiana a educar a sus hijos es más desafiante y superior a la crianza que una familia no cristiana debe hacer.
Las familias cristianas estamos llamadas a instruir a nuestros hijos en el temor del Señor, enseñarles su necesidad del Salvador, e instruirles en el evangelio. Por eso, esta tarea –aunque es mucho más ardua y demandante que la que hace una familia no cristiana– debería ser la labor y meta de toda familia en el mundo.
Sobre todo, porque mucha de nuestra labor como padres tiene que ver con instruir, enseñar, discipular, y gran parte de esto requiere tiempo, esfuerzo, y compromiso, nuestra tarea de instruir al niño en su camino se hace al involucrarnos emocionalmente con ellos. Debemos conversar y razonar con nuestros hijos, todo esto requiere paciencia, sabiduría, y –sobre todo– buena comunicación (Pr. 6:22).
La crianza requiere diálogo. Los padres cristianos, diría Tedd Tripp, tenemos la responsabilidad de pastorear el corazón de nuestros hijos y, para ello, se hace necesario una clara y fluida comunicación entre padres e hijos. Y es aquí donde la situación se complica. Muchos de los padres hispanos no dominan el inglés como quisieran. El escenario se complica aún más cuando los hijos nacidos aquí no dominan el español, haciendo la comunicación algo sumamente difícil. Esto es un verdadero desafío.
Por ejemplo, ¿Cómo aconsejar a los hijos con eficacia respecto a sus temores si no podemos comunicarnos con claridad? ¿Cómo conocer sus sus luchas, anhelos, desafíos si ellos no se pueden comunicar o si nosotros no podemos entenderles? Es cierto, que mientras son más pequeños la situación es más sencilla y manejable. Pero todo se hace más complejo en la medida que los hijos llegan a la adolescencia y se requiere de una comunicación más reflexiva.
¿Cómo le enseña un padre a sus pequeños hijos la Biblia si no lee inglés? ¿Será la solución hacerlo en español? Y si ese es el caso, ¿entenderán los hijos cuando leen en español? ¿Cómo hacer devociones en casa? ¿En español porque es el idioma que más domina los padres o en inglés para que los hijos entiendan mejor? ¿Cómo dialogar con los hijos de una manera fluida si no se domina el lenguaje?
La barrera cultural muchas veces es tan amplia, que sumada la barrera del idioma, puede provocar una gran distancia entre padres e hijos. Esto es un escenario desafiante. Cuando los padres no pueden comunicarse en inglés o los hijos no comprenden bien el español, será como una gran pared que se levanta entre ellos. De esta manera, la capacidad de influir sobre los hijos se ve reducida. La dificultad con el idioma, puede socavar los esfuerzos de padres cristianos que desean discipular a los hijos.
Ahora bien, este desafío encuentra su dimensión colectiva en la iglesia. Las iglesias hispanas en los Estados Unidos enfrentamos un gran desafío: pastorear la segunda generación de migrantes. Los hijos nacidos aquí de padres hispanos.
2) La situación legal
Se dice que hay aproximadamente unos 12 millones de inmigrantes indocumentados en los EE. UU. De acuerdo al Pew Hispanic Center, casi el 80% de estos son latinoamericanos. Es decir, aquí viven casi 10 millones de hispanos indocumentados. Aunque, opino que la cifra real es mucho mayor.
Sé que este tema despierta sensibilidades. Incluso dentro de la iglesia hay posturas contrarias acerca de la inmigración, sobre todo cuando hablamos de cristianos indocumentados en los Estados Unidos. Pero, antes de dar una opinión debemos tomar en cuenta los distintos escenarios y las razones por las que muchos cristianos permanecen indocumentados en este país. Por eso, prefiero enfocarme en la realidad que enfrenta un hispano cristiano que no goza de una estatus legal en el país. Al margen de las circunstancias.
Algunos dirían que un cristiano no debería vivir ilegal en un país, y que lo correcto es que regrese a su país para no estar en la ilegalidad y de esa manera deshonrar a Dios. Pero no es tan sencillo como parece. Te presento algunos ejemplos de lo que experimentan miles de familias ilegales:
Migración de menores. Hay muchas personas que están aquí ilegalmente porque sus padres los trajeron cuando eran pequeños y regresar supone volver a un país al que no conocen y del que en muchos casos no dominan el idioma.
Familias formadas. Para otros, volver a su país de origen representaría una gran dificultad ya que algunos formaron una familia (en muchos casos sus cónyuges son personas de distintos países), otros tienen hijos que nacieron aquí y pensar en volver es una idea que descartan porque para ellos también sería un país extraño. Podría provocar una situación extrema para la familia.
Sentido de pertenencia al país. Los hijos de una familia hispana están tan habituados aquí, que en muchos casos volver con sus padres al país de origen puede crear más problemas que soluciones.
El peligro que implica volver. Otros no puede regresar a sus países por la persecución a la que están sometidos, por ejemplo: de las pandillas. También, por la crisis social, política, y económica en la que se encuentra su país de origen.
Como pastor, reconozco que nos carga saber que hay hermanos que viven en una constante zozobra; porque no saben si los detendrá la policía o un agente de inmigración. El arresto por parte de autoridades, el traslado a un centro de detención de inmigración, y un proceso de deportación es una experiencia bastante desagradable y lenta (en ocasiones puede tomar meses). Me ha tocado acompañar a familias y ser testigo de la separación familiar.
Además, debo decir que las posibilidades laborales para muchos de ellos se ven reducidas por su estatus legal. No pretendo defender la inmigración ilegal, pero tampoco puedo ser insensible ante las distintas circunstancias que muchos creyentes enfrentan por su situación legal. A esto debo añadir el gran desafio que supone vivir en ciudades donde la transportación pública es bastante lenta y la tentación por conducir un vehículo sin licencia es mucha. Un gran sector de la iglesia en los EE.UU., vive en esta realidad. Debemos recordar que este es un escenario muy difícil para muchos de nuestros hermanos en Cristo.
3) La soledad
Un gran número de los hispanos en los EE. UU., viven solos. Muchos de ellos tuvieron que dejar a sus familias en su país de origen y viajar, para así poder darle a los suyos la oportunidad de un mejor futuro o más estabilidad financiera. Entiendo que esto también es debatible, pero en lo que quiero enfocarme es en la soledad que esos hermanos experimentan.
Son muchos los creyentes que viven solos y que no tienen padres, hermanos, abuelos, tíos, o primos con quienes compartir o en quien apoyarse. Una familia es una bendición y un apoyo en tiempos difíciles. En ese sentido, la iglesia debe ser intencional y considerar a esos queridos hermanos para ser apoyo y ayuda en tiempos de necesidad. Incluso si solo es proveyendo compañía.
Los pastores y cristianos que tenemos la dicha de contar con una familia aquí, debemos ser conscientes de eso y ser los hermanos, tíos, o primos que esos creyentes no tienen. La iglesia debe constituirse en la familia para el que no la tiene. En nuestras celebraciones como la Navidad, Año Nuevo, Cena de Acción de Gracias y otras, debemos pensar en ellos e integrarlos para que no se sientan abandonados. Debemos invitarlos, hacerlos sentir que son apreciados y amados, pues para muchos de ellos la distancia y la separación familiar es una situación difícil de sobrellevar.
¿Cómo puedes orar por la iglesia hispanohablante?
1) Ora para que el Señor conceda a su iglesia la capacidad de pastorear a la segunda generación y que los padres puedan discipular a sus hijos a pesar de las barreras del idioma. Además que Dios pueda levantar líderes en esas congregaciones para así caminar junto con las familias en esta tarea.
2) Pide al Señor que provea y guíe a los creyentes que enfrentan el desafío de su estatus migratorio. Que Dios pueda estar con ellos mientras procuran proveer para los suyos y que se abra alguna manera de legalizar su estatus.
3) Ora para que la iglesia pueda ser la familia de aquellos que están solos y sin parientes. Que podamos integrarlos y hacerlos sentir que somos verdaderas familias para ellos.