El otro día conversaba en casa con mi familia y hablábamos de lo fácil que es para nosotros, los seres humanos, quejarnos. Quejarse es algo tan natural y sucede de una manera tan espontánea, que olvidamos que la queja también es un pecado. Un serio, reprensible, pero a veces ignorado pecado.
Quejarnos es una de las prácticas que Jerry Bridges llamaría “pecados respetables”. Es uno de los pecados por los que no nos arrepentimos ni lloramos con frecuencia. Somos propensos a este pecado no solo por la inclinación malvada de nuestro corazón, sino también porque somos parte de una sociedad que siente que merece todo lo bueno. Somos parte de una cultura con un caprichoso espíritu de protesta.
La Real Academia de España define la palabra quejarse como “expresar con la voz el dolor o pena que se siente”. Otra manera de describirla es decir que la queja es “expresar nuestro descontento por medio de palabras”. Ahora bien, para el cristiano la definición es un poco más seria y toma otra dimensión: quejarse es una demostración de descontento hacia Dios.
¿Todo descontento es queja?
No todas las veces que expresamos nuestro descontento significa una queja. Creo que en ocasiones, presentar una queja de una manera sensible y responsable puede ser algo bueno. En ese sentido, decir que algo no nos gusta no es necesariamente quejarse (por ejemplo, cuando lo decimos a veces respecto a una comida o una prenda de vestir). Por otro lado, reclamar o protestar por algo que consideramos justo no siempre constituye una queja. No todos los reclamos son necesariamente quejas. Aunque si creo que debemos guardarnos de una constante insatisfacción y de una actitud crítica frente a todo.
¿Por qué nos quejamos tanto y tan fácilmente?
De forma general, podemos responder esto en dos sentidos: primero, nos quejamos porque pensamos que merecemos más. Y en segundo lugar, nos quejamos porque las cosas no salen como esperamos.
En el Nuevo Testamento, tenemos un vivo ejemplo de lo que es quejarse, en el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo (Lc. 15:11-32). La queja del hijo mayor fue una demostración de su orgullo, de pensar que merecía más que el hijo menor, y una expresión de incredulidad o menosprecio de todo lo que ya tenía. Por eso creo que podemos concluir que quejarse es una expresión de orgullo e incredulidad y menosprecio por lo que tenemos.
Pero en el Antiguo Testamento tenemos un ejemplo más claro. Se trata de los israelitas, quienes justo después de haber visto la liberación de Dios de los egipcios y de ver el milagro del maná del cielo, se quejaron por falta de agua (Éx. 17:1-17). Lo instructivo del pasaje es que nos muestra que la queja, aunque fue dirigida a Moisés, era en realidad una expresión de descontento con Dios y cuestionamiento hacia Él: “Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?” (Éx. 17:2 RV60).
El Salmo 95 recoge el mismo evento cuando los Israelitas se quejaron y nos da más luz al respecto:
“No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, Y dije: Pueblo es que divaga de corazón, Y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor Que no entrarían en mi reposo” (Salmo 95:8-11 RV60).
Las fuertes palabras de Dios pronunciadas por el salmista nos recuerdan que la queja de los israelitas fue una demostración de ingratitud hacia Él, y un cuestionamiento de sus caminos y sabiduría. Por eso creo que también podemos decir que, en la raíz de las constantes quejas, hay un olvido de lo que Dios nos ha dado, una falta de gratitud. La queja es un problema del corazón, un pecado contra Dios.
¿Cuándo nos quejamos?
- Nos quejamos cuando no somos agradecidos. La queja y la murmuración son una señal de un corazón que no está agradecido por las cosas que el Señor trae a nuestras vidas. Esto en referencia a su cuidado, protección, su provisión, y guía diaria.
- Nos quejamos cuando tenemos en poco el evangelio. Tenemos en poco de dónde nos salva Dios y menospreciamos la gran salvación que tenemos (al menos en el momento de quejarnos).
- Nos quejamos cuando no confiamos en el cuidado de Dios. No descansamos y desconfiamos en su cuidado paternal.
- Nos quejamos cuando no confiamos en su sabia providencia. Dios es soberano y dirige todos los eventos que nos suceden. Él está detrás de cada circunstancia que experimentamos.
¿Cómo morir a la queja?
Es necesario…
- Tener presente primero que la queja es un pecado directo contra Dios.
- Tomar en serio cuando nos quejamos. Es decir, no justificarlo. Necesitamos confesar nuestra queja y arrepentirnos cada vez que lo hacemos.
- Tener presente el evangelio de nuestra salvación.
- Ser más intencionales y diligentes a la hora de agradecer.
- Pedir a Dios que nos ayude a confiar en Su soberanía (sabia y buena providencia)
Que el Señor nos ayude a tener siempre presente lo compasivo que ha sido con nosotros al salvarnos. Que tengamos presente de dónde nos rescató, lo abundante de Su misericordia, y así confiemos en Su sabia y buena providencia para nosotros, para que nuestros corazones y labios estén siempre llenos de gratitud y alabanza a Él.