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Uno de mis mejores amigos es un tipo bien interesante. Él tiene un genuino deseo de entrometerse en tu vida, pero no porque es un metiche, sino porque hay algo en él que le lleva a preocuparse por los demás y preguntarles constantemente, “¿Cómo estás?”, “¿Háblame de tu vida?”, “¿Dime de tu familia?”. Para alguien introvertido como yo, resulta bien incómodo. Se me hace mucho más fácil que me pregunten, “¿Qué crees del supralapsarianismo?”, o “¿Cuál es tu posición escatológica?”, que tener que hablar profundamente de mis emociones, dónde estoy, y cómo está mi vida.

Hace un par de semanas tuve una experiencia que, lamentablemente, es más común de lo que quisiera. Luego de haber predicado, se me acercó una persona y pasó de inmediato a hacerme todo tipo de preguntas en cuanto a la teología y la fe. Luego de responder la cuarta de estas, y al anticipar la quinta, yo le interrumpí y le dije, “Espera, mi hermano querido: ¡Cuéntame un poquito de ti! Háblame de ti, y luego seguimos hablando de teología. ¿Quién eres? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué te está enseñando el Señor en tu vida en estos días?”. Sin darme cuenta, ahí me estaba pareciendo a mi amigo aquel, y no a lo que se me hace más fácil.

Escondidos detrás de la Roca, no sobre ella.

Nuestro Señor Jesús tiene una capacidad inigualable de pintar imágenes con sus palabras. Eso es justamente lo que hace al final del Sermón del Monte:

“Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca. Todo el que oye estas palabras Mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción”, Mateo 7:24-27.

Aquí tenemos dos individuos en circunstancias similares, pero con resultados muy diferentes. El primero es aquel que escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica. Debido a ello, su vida está edificada sobre roca sólida, roca que soporta su caminar a la hora de la tormenta. El segundo también escucha las palabras de Jesús, y también va a atravesar las tormentas. Pero al no poner en práctica lo que estaba escuchando, sufrió destrucción y ruina.

Verás, a ambos hombres le ocurrió lo mismo que le sucede a todos los hombres bajo el sol: tuvieron que atravesar tormentas. Bien dijo D.A. Carson que lo único que tenemos que hacer para sufrir es vivir lo suficiente. Ahora, estos dos hombres tenían algo que la mayoría de los hombres no tienen: pudieron escuchar las palabras de Jesús. Si me permites la analogía: los dos sabían teología. Los dos escucharon la doctrina correcta.

Lo que separó a estos dos no fue la doctrina que escucharon, sino cómo la practicaron. Específicamente, uno de ellos estuvo dispuesto a poner en práctica las palabras de Jesús (en contexto, las enseñanzas del Sermón del Monte, con la humildad de carácter en el mismo centro), mientras el otro se limitó a escuchar y continuar su camino. Ambos pudieron estar sentados juntos y escuchando, pero el tiempo de tormentas reveló quién estaba genuinamente prestando atención al Maestro.

Si me permites la ilustración, creo que algo similar pasa en nuestros días. Probablemente ha sido así a lo largo de la historia de la iglesia. Algunos sabiamente escuchan las palabras de Jesús y construyen su vida encima de esta teología. Por su parte, otros usan las palabras de Jesús y construyen su vida en otro lugar, usando esa buena roca sólida para esconder lo que están haciendo detrás de ella. No resulta evidente la casa sin fundamento por la roca gigantesca que tienen delante. Hasta que llega la tormenta.

La teología real cambia vidas

No es suficiente con escuchar teología, o hablar teología. Necesitamos vivir vidas que respalden eso que profesamos, que genuinamente muestre que estamos plantados en la viña del Señor por los frutos de nuestras ramas. En lo personal, me encanta discutir sobre teología. Paso una buena parte de mi día leyendo y meditando sobre verdades de la Palabra. Difícilmente pase una semana sin que alguien se me acerque y me pregunte sobre algún pasaje de la Escritura o algún punto teológico. Probablemente no pase un día sin que tenga una conversación de este tipo. Pero nada de esto es suficiente, porque la teología correcta no es suficiente. Si no me crees, pregúntale a Santiago y su diagnóstico de los demonios en Santiago 2.

Entonces, este es mi reto: hablemos de teología, pero primero hablemos de dónde estamos en nuestras vidas. Hablemos de la soberanía del Dios al crear y al redimir, pero hablemos de cómo eso nos ha llevado a no temer porque sabemos que estamos en sus brazos y Él nos cubre bajo sus alas. O tal vez de cómo estamos sintiendo temor y ayudarnos a que no sea así más. Hablemos de la efectividad de la redención garantizada en la cruz, pero hablemos de cómo la garantía de nuestra salvación nos lleva a ocuparnos en ella con temor y temblor. Y tal vez de en qué áreas no nos estamos ocupando. Hablemos de los rayos de luz que hubo en la iglesia durante la edad media, pero hablemos de cómo nuestras vidas y nuestras iglesias necesitan ser iluminadas con la luz del evangelio en algunas áreas específicas.

Sí, hablemos de teología. Pero hablemos de nosotros, y de cómo esa teología nos está cambiando y llevando a vivir vidas más santas y conforme al evangelio, para la gloria de Dios y el bien de nuestro entorno.

«Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca», Hebreos 10:24-25

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