La situación de fondo de 3 Juan parece ser algo así: se presume que su escritor, “el anciano” (1:1), fue el apóstol Juan, quien escribe a una iglesia particular en su ámbito. Por lo visto, le pide a esa iglesia que haga lo que pueda por ayudar a unos “hermanos” (1:5) que fueron enviados con un ministerio evangelístico. Desafortunadamente, esa iglesia había sido secuestrada por un tal Diótrefes, quien, según el apóstol, estaba mucho más interesado en ser el “primero”, es decir, en promoverse a sí mismo y en el control autocrático, que en el progreso del Evangelio (1:9). Con tales valores que le controlaban, Diótrefes estaba totalmente dispuesto a menospreciar el acercamiento del apóstol.
A distancia, el apóstol no podía hacer mucho. No obstante, cuando sí llegue allí, llamará la atención a lo que Diótrefes estaba haciendo y lo expondrá a la iglesia (1:10). Aparentemente, Juan confía en que tiene la autoridad y credibilidad para llevarlo a cabo. Mientras tanto, el apóstol obvia los canales normales de autoridad y le escribe a su querido amigo Gayo (1:1), quien parece que pertenece a la misma iglesia, pero es de un espíritu muy diferente al de Diótrefes.
Tras algunas palabras preliminares (1:2-4), Juan alaba con entusiasmo a Gayo por la manera en que ha abierto su casa a estos “hermanos” viajeros (1:5). De hecho, algunos seguramente volvieron con informes sobre la excelente hospitalidad que recibieron (1:6). A Gayo debe poder continuar este excelente ministerio, enviándolos “como es digno de Dios” (1:6): un modelo asombroso que deberíamos emular hoy día al encomendar y apoyar misioneros que son verdaderamente fieles. En resumen, la generosidad incondicional entre los cristianos, ejemplificada por Gayo, nos lleva a tener una mente misionera; la sed obstinada de poder, representada por Diótrefes, es probable que conduzca a la miopía y a una visión estrecha.
Observemos la claridad penetrante de las declaraciones iniciales (1:2- 3). Primero, Juan ora por la salud de Gayo, para que prospere así como lo hace su alma. ¡Notemos cuál de las dos es el modelo de la otra! Segundo, el apóstol menciona algo que le ha dado gran gozo; a saber, las noticias de la fidelidad de Gayo a la verdad, su caminar en la verdad. Tercero, Juan generaliza un aspecto final: “Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad” (1:4). En un mundo en el que muchos cristianos obtienen su gozo más profundo en la comodidad, los ascensos, la seguridad financiera, la buena salud, la popularidad, el progreso y muchas otras cosas, es maravilloso y desafiante oír testificar a un apóstol que nada le da más gozo que escuchar que sus “hijos” están caminando a la luz del evangelio. Eso nos revela perfectamente su corazón y nos habla sobre en qué debemos encontrar nuestros placeres.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
La oración final de Habacuc (Habacuc 3) es, en gran medida, una respuesta a la perspectiva del Señor en el capítulo 2. Es un maravilloso modelo de cómo responder a la revelación de Dios cuando dice cosas que pueden no gustarnos. Los asuntos dominantes incluyen los siguientes.
(1) Habacuc sigue orando por un avivamiento. Quién sabe si no será este uno de los casos en los que Dios responde a la intercesión ferviente. En el capítulo anterior, Dios no descarta por completo la posibilidad de tal acontecimiento. De modo que Habacuc ora: “Señor, he sabido de tu fama; tus obras, Señor, me dejan pasmado. Realízalas de nuevo en nuestros días, dalas a conocer en nuestro tiempo; en tu ira, ten presente tu misericordia” (3:2).
(2) En elevado lenguaje poético, Habacuc recuerda después un cierto número de ejemplos del pasado en los que Dios sí salvó a su pueblo del pacto apaleando a sus adversarios. “Indignado marchas sobre la tierra; lleno de ira trillas a las naciones” (3:12), claramente intimidante. “Entonces, ¿por qué no hacerlo de nuevo?”. Después de todo, añade, en aquellas ocasiones, “saliste a liberar a tu pueblo, saliste a salvar a tu ungido” (3:13; nótese cómo “ungido” se refiere aquí, al parecer, a todo el pueblo de Dios, y no sólo al rey davídico).
(3) Con todo, Habacuc ha oído lo que Dios ha dicho en esta ocasión. Por mucho que se estremezca su corazón y le tiemblen las piernas (3:16), decide buscar el único rumbo sabio: “Espero con paciencia el día en que la calamidad vendrá sobre la nación que nos invade” (3:16). En otras palabras, esperará lo que Dios ha prometido: el justo juicio divino sobre los opresores, aunque el pueblo de Dios tenga que sufrirlo primero.
(4) A pesar de todo, la parte más hermosa y llena de conocimiento profundo de la oración de Habacuc se reserva para el final. Su total confianza no descansa en la perspectiva del juicio sobre Babilonia. En cierto grado, su absoluta seguridad está totalmente despegada de las circunstancias políticas y del bienestar material de su propio pueblo. “Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides —escribe— aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!” (3:17-18).
Este tipo de fe puede vivir sin saber; puede triunfar cuando no hay avivamiento; puede regocijarse en Dios aunque la cultura esté en declive. “El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas” (3:19).
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
8 Después de los veinte años, en los cuales Salomón había edificado la casa del SEÑOR y su propia casa, 2 reedificó las ciudades que Hiram le había dado, y estableció allí a los israelitas. 3 Después Salomón fue a Hamat de Soba y la tomó. 4 Y reedificó Tadmor en el desierto y todas las ciudades de almacenaje que había edificado en Hamat. 5 También reedificó Bet Horón de arriba y Bet Horón de abajo, ciudades fortificadas, con muros, puertas y barras; 6 y Baalat y todas las ciudades de almacenaje que Salomón tenía, y todas las ciudades para sus carros, y las ciudades para sus hombres de a caballo, y todo lo que Salomón quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en toda la tierra de su dominio.
7 A todo el pueblo que había quedado de los hititas, amorreos, ferezeos, heveos y de los jebuseos, que no eran de Israel, 8 es decir, a sus descendientes que habían quedado en la tierra después de ellos, a quienes los israelitas no habían destruido, Salomón les impuso leva de servidumbre hasta el día de hoy. 9 Pero de los israelitas Salomón no hizo esclavos para su obra, sino que ellos eran los hombres de guerra, sus capitanes escogidos, los comandantes de sus carros y sus hombres de a caballo. 10 Estos eran los principales oficiales del rey Salomón: 250 que gobernaban sobre el pueblo.
11 Y Salomón hizo subir a la hija de Faraón de la ciudad de David a la casa que él le había edificado; pues dijo: «Mi mujer no habitará en la casa de David, rey de Israel, porque los lugares donde el arca del SEÑOR ha entrado son sagrados».
12 Entonces Salomón ofreció holocaustos al SEÑOR sobre el altar del SEÑOR que había edificado delante del pórtico; 13 y lo hizo conforme a lo prescrito para cada día, ofreciéndolos conforme al mandamiento de Moisés, para los días de reposo, las lunas nuevas y las tres fiestas anuales: la Fiesta de los Panes sin Levadura, la Fiesta de las Semanas y la Fiesta de los Tabernáculos.
14 Y conforme a las ordenanzas de su padre David, designó las clases sacerdotales en sus servicios, a los levitas en sus deberes de alabar y ministrar delante de los sacerdotes según lo prescrito para cada día y a los porteros por sus clases para cada puerta; porque así lo había ordenado David, hombre de Dios. 15 Y no se apartaron del mandamiento del rey tocante a los sacerdotes y a los levitas en cosa alguna, ni tocante a los almacenes.
16 Así fue llevada a cabo toda la obra de Salomón desde el día en que se echaron los cimientos de la casa del SEÑOR hasta que fue terminada. Así fue acabada la casa del SEÑOR.
17 Entonces Salomón fue a Ezión Geber y a Elot junto a la costa en la tierra de Edom. 18 Y por medio de sus siervos, Hiram le envió naves y marinos conocedores del mar; y estos fueron con los siervos de Salomón a Ofir, y de allí tomaron 15.3 toneladas de oro, que llevaron al rey Salomón.
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1 El anciano al amado Gayo, a quien yo amo en verdad.
2 Amado, ruego que seas prosperado en todo así como prospera tu alma, y que tengas buena salud. 3 Pues me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y dieron testimonio de tu fidelidad a la verdad, esto es, de cómo andas en la verdad. 4 No tengo mayor gozo que este: oír que mis hijos andan en la verdad.
5 Amado, estás obrando fielmente en lo que haces por los hermanos, y sobre todo cuando se trata de extraños. 6 Porque ellos dan testimonio de tu amor ante la iglesia. Harás bien en ayudarlos a proseguir su viaje de una manera digna de Dios. 7 Pues ellos salieron por amor al Nombre, no aceptando nada de los gentiles. 8 Por tanto, nosotros debemos acoger a tales hombres, para que seamos colaboradores en pro de la verdad.
9 Escribí algo a la iglesia, pero Diótrefes, a quien le gusta ser el primero entre ellos, no acepta lo que decimos. 10 Por esta razón, si voy, llamaré la atención a las obras que hace, acusándonos injustamente con palabras maliciosas. No satisfecho con esto, él mismo no recibe a los hermanos, se lo prohíbe a los que quieren hacerlo y los expulsa de la iglesia.
11 Amado, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios. El que hace lo malo no ha visto a Dios. 12 Demetrio tiene buen testimonio de parte de todos y de parte de la verdad misma. También nosotros damos testimonio y tú sabes que nuestro testimonio es verdadero.
13 Tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con pluma y tinta, 14 pues espero verte en breve y hablaremos cara a cara.
15 La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda a los amigos, a cada uno por nombre.
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3 Oración del profeta Habacuc, en tono de Sigionot.
2 Oh SEÑOR, he oído lo que se dice de Ti y temí. Aviva, oh SEÑOR, Tu obra en medio de los años, En medio de los años dala a conocer; En la ira, acuérdate de tener compasión.
3 Dios viene de Temán, Y el Santo, del monte Parán. (Selah) Su esplendor cubre los cielos, Y de Su alabanza está llena la tierra. 4 Su resplandor es como la luz; Tiene rayos que salen de Su mano, Y allí se oculta Su poder. 5 Delante de Él va la pestilencia, Y la plaga sigue Sus pasos. 6 Se detuvo, e hizo temblar la tierra, Miró e hizo estremecerse a las naciones. Sí, se desmoronaron los montes perpetuos, Se hundieron las colinas antiguas. Sus caminos son eternos. 7 Bajo aflicción vi las tiendas de Cusán, Temblaban las tiendas de la tierra de Madián.
8 ¿Te indignaste, SEÑOR, contra los ríos? ¿Contra los ríos fue Tu ira, Contra el mar Tu furor, Cuando montaste en Tus caballos, En Tus carros de victoria? 9 Tu arco fue desnudado por completo, Las varas de castigo fueron juradas. (Selah) Con ríos hendiste la tierra. 10 Te vieron los montes y temblaron, El diluvio de aguas pasó; Dio el abismo su voz, Levantó en alto sus manos. 11 El sol y la luna se detuvieron en su sitio; A la luz de Tus flechas se fueron, Al resplandor de Tu lanza fulgurante. 12 Con indignación marchaste por la tierra; Con ira pisoteaste las naciones. 13 Saliste para salvar a Tu pueblo, Para salvar a Tu ungido. Destrozaste la cabeza de la casa del impío, Descubriéndolo de arriba abajo. (Selah) 14 Traspasaste con sus propios dardos La cabeza de sus guerreros Que irrumpieron para dispersarnos; Su regocijo fue como el de los que devoran en secreto a los oprimidos. 15 Marchaste por el mar con Tus caballos, En el oleaje de las inmensas aguas.
16 Oí, y se estremecieron mis entrañas; A Tu voz temblaron mis labios. Entra podredumbre en mis huesos, Y tiemblo donde estoy. Tranquilo espero el día de la angustia, Al pueblo que se levantará para invadirnos. 17 Aunque la higuera no eche brotes, Ni haya fruto en las viñas; Aunque falte el producto del olivo, Y los campos no produzcan alimento; Aunque falten las ovejas del redil, Y no haya vacas en los establos, 18 Con todo yo me alegraré en el SEÑOR, Me regocijaré en el Dios de mi salvación. 19 El Señor DIOS es mi fortaleza; Él ha hecho mis pies como los de las ciervas, Y por las alturas me hace caminar.
Para el director del coro, con mis instrumentos de cuerda.
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22 Se acercaba la Fiesta de los Panes sin Levadura, llamada la Pascua. 2 Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo dar muerte a Jesús, pero temían al pueblo.
3 Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que pertenecía al número de los doce apóstoles. 4 Y él fue y discutió con los principales sacerdotes y con los oficiales sobre cómo entregarles a Jesús. 5 Ellos se alegraron y convinieron en darle dinero. 6 Él aceptó, y buscaba una oportunidad para entregar a Jesús sin hacer un escándalo.
7 Llegó el día de la Fiesta de los Panes sin Levadura en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua. 8 Entonces Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Vayan y preparen la Pascua para nosotros, para que la comamos». 9 «¿Dónde deseas que la preparemos?», le preguntaron.
10 Y Él les respondió: «Miren, al entrar en la ciudad, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo a la casa donde entre. 11 Y dirán al dueño de la casa: “El Maestro te dice: ‘¿Dónde está la habitación, en la cual pueda comer la Pascua con Mis discípulos?’”. 12 Entonces él les mostrará un gran aposento alto, dispuesto; prepárenla allí». 13 Ellos fueron y encontraron todo tal como Él les había dicho; y prepararon la Pascua.
14 Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles, 15 y les dijo: «Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; 16 porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios».
17 Y tomando una copa, después de haber dado gracias, dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes; 18 porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».
19 Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: «Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí». 20 De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por ustedes.
21 »Pero, vean, la mano del que me entrega está junto a Mí en la mesa. 22 Porque en verdad, el Hijo del Hombre va según se ha determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien Él es entregado!». 23 Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer esto.
24 Surgió también entre ellos una discusión, sobre cuál de ellos debía ser considerado como el mayor.
25 Y Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles se enseñorean de ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores. 26 Pero no es así con ustedes; antes, el mayor entre ustedes hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve. 27 Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre ustedes Yo soy como el que sirve.
28 »Ustedes son los que han permanecido junto a Mí en Mis pruebas; 29 y así como Mi Padre me ha otorgado un reino, Yo les otorgo 30 que coman y beban a Mi mesa en Mi reino; y se sentarán en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.
31 »Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; 32 pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos».
33 Y Pedro le dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir adonde vayas, tanto a la cárcel como a la muerte». 34 Pero Jesús le dijo: «Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces».
35 Y Él les dijo a todos: «Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?». «No, nada», contestaron ellos. 36 Entonces les dijo: «Pero ahora, el que tenga una bolsa, que la lleve consigo, de la misma manera también una alforja, y el que no tenga espada, venda su manto y compre una. 37 Porque les digo que es necesario que en Mí se cumpla esto que está escrito: “Y CON LOS TRANSGRESORES FUE CONTADO”; pues ciertamente, lo que se refiere a Mí, tiene su cumplimiento».
38 Y ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». «Es suficiente», les respondió.
39 Saliendo Jesús, se encaminó, como de costumbre, hacia el monte de los Olivos; y los discípulos también lo siguieron. 40 Cuando llegó al lugar, les dijo: «Oren para que no entren en tentación».
41 Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba, 42 diciendo: «Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya». 43 Entonces se apareció un ángel del cielo, que lo fortalecía. 44 Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra.
45 Cuando se levantó de orar, fue a los discípulos y los halló dormidos a causa de la tristeza, 46 y les dijo: «¿Por qué duermen? Levántense y oren para que no entren en tentación».
47 Mientras todavía estaba Él hablando, llegó una multitud, y el que se llamaba Judas, uno de los doce apóstoles, iba delante de ellos, y se acercó para besar a Jesús. 48 Pero Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». 49 Cuando los que rodeaban a Jesús vieron lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿heriremos a espada?».
50 Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 51 Pero Jesús dijo: «¡Deténganse! Basta de esto». Y tocando la oreja al siervo, lo sanó. 52 Entonces Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Cómo contra un ladrón han salido con espadas y palos? 53 Cuando estaba con ustedes cada día en el templo, no me echaron mano; pero esta hora y el poder de las tinieblas son de ustedes».
54 Después de arrestar a Jesús, se lo llevaron y lo condujeron a la casa del sumo sacerdote; y Pedro los seguía de lejos. 55 Después que encendieron una hoguera en medio del patio, y de sentarse juntos, Pedro se sentó entre ellos. 56 Una sirvienta, al verlo sentado junto a la lumbre, fijándose en él detenidamente, dijo: «También este estaba con Él». 57 Pero él lo negó, diciendo: «Mujer, yo no lo conozco».
58 Un poco después, otro al verlo, dijo: «¡Tú también eres uno de ellos!». «¡Hombre, no es cierto!», le dijo Pedro. 59 Pasada como una hora, otro insistía, diciendo: «Ciertamente este también estaba con Él, pues él también es galileo». 60 Pero Pedro dijo: «Hombre, yo no sé de qué hablas». Al instante, estando él todavía hablando, cantó un gallo.
61 El Señor se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro recordó la palabra del Señor, de cómo le había dicho: «Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces». 62 Y saliendo fuera, lloró amargamente.
63 Los hombres que tenían a Jesús bajo custodia, se burlaban de Él y lo golpeaban; 64 Le vendaron los ojos, y le preguntaban: «Adivina, ¿quién es el que te ha golpeado?». 65 También decían muchas otras cosas contra Él, blasfemando.
66 Cuando se hizo de día, se reunió el Concilio de los ancianos del pueblo, tanto los principales sacerdotes como los escribas, y llevaron a Jesús ante su Concilio, diciendo: 67 «Si Tú eres el Cristo, dínoslo». Pero Él les dijo: «Si se los digo, no creerán; 68 y si les pregunto, no responderán. 69 Pero de ahora en adelante, EL HIJO DEL HOMBRE ESTARÁ SENTADO A LA DIESTRA del poder DE DIOS».
70 Dijeron todos: «Entonces, ¿Tú eres el Hijo de Dios?». «Ustedes dicen que Yo soy», les respondió Jesús. 71 Y ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonio? Pues nosotros mismos lo hemos oído de Su propia boca».
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