Vale la pena comparar la unción de David (1 Samuel 16) con la de Jehú (2 Reyes 9) o, mejor, comparar lo que sigue a ambas.
La historia de David es la más conocida (1 Samuel). Cuando Samuel le ungió para ser rey, David todavía era joven, un pastorcito. La unción no cambió en nada su situación inmediata. A su debido tiempo, ganó dimensiones heroicas al derrotar a Goliat y luego maduró hasta llegar a ser un oficial eficiente y leal del rey Saúl. Cuando este se llenó de amargura y paranoia, obligando a David a esconderse en los montes de Judea, parecía que David estaba muy lejos del trono. La providencia le ofreció dos asombrosas oportunidades de matar a Saúl, pero David se contuvo; de hecho, incluso se lo prohibió a algunos de sus propios hombres que estaban muy dispuestos a realizar el acto que David rehusaba cometer. Su razonamiento era sencillo. Aunque sabía que sería rey, también sabía que en ese momento, el rey era Saúl. Matarlo, por tanto, sería matar al ungido del Señor. Él no estaba dispuesto a arrebatar la herencia que el Señor le había prometido, si el precio a pagar era un acto inmoral. Dios le había prometido el trono; Dios mismo, entonces, tenía que destituir al rey actual, porque David no se rebajaría a la intriga y el asesinato. Este fue uno de los mejores momentos de David.
¡Qué diferente es Jehú! Cuando lo ungen, se le asigna la tarea de castigar y destruir el malvado hogar de Acab. Pero no espera recibir ninguna señal providencial: en cuanto a él se refiere, haber sido ungido es suficiente incentivo para embarcarse inmediatamente en una insurrección sangrienta. Más aún, a pesar de sus palabras piadosas sobre eliminar la idolatría de la casa malvada de Acab (9:22, por ejemplo), su propio corazón delata dos realidades malvadas. Primero, no sólo asesina a quien actualmente está en el trono de Israel, sino que, al tener la oportunidad, mata también a Ocozías, rey de Judá (9:27-29), pero sin la autorización del profeta. ¿Acaso Jehú soñaba con un reino unido y restaurado mediante el asesinato y el poder militar? Segundo, aunque Jehú redujo el poder de la adoración a Baal, promovió otros tipos de idolatría igualmente repugnantes para Dios (10:28-31). Al revés que David, no era “un hombre conforme al corazón de Dios” (cf. 1 Samuel 13:14). Para nada: “no se apartó de los pecados de Jeroboam, el que había hecho pecar a Israel” (10:31).
La lección es importante. Ni siquiera la profecía divina libra a la persona de la obligación de moralidad, integridad y una fe leal y obediente hacia Dios. El fin no justifica los medios.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
El primer versículo de Oseas 1 establece que esta profecía llegó durante el siglo VIII, que también dio testimonio de los profetas Jonás, Amós (principalmente, como Oseas, en el reino norteño de Israel) y Miqueas e Isaías (en Judá, al sur). A principios de aquel siglo, materialmente hablando, ambos reinos lo estaban haciendo muy bien, pero se hundieron en la decadencia y la indiferencia religiosa y moral. Aunque Oseas aparece en el canon inmediatamente después de Daniel, trata de un periodo correspondiente a varios siglos antes. No obstante, la asociación canónica es muy útil. Si la profecía de Daniel desvela constantemente a un Dios soberano que controla, Oseas manifiesta a un Dios apasionadamente conmovido por su voluble pueblo. Es necesario que alimentemos ambos retratos de Dios —el soberano trascendente y la persona apasionada— si queremos ser fieles a lo que la Biblia dice de él.
Cuando el Señor le habla por primera vez a Oseas, su lenguaje es ardiente. La NVI es demasiado reprimida. La Biblia de Jerusalén es más próxima al hebreo: “Ve, tómate una mujer dada a la prostitución e hijos de prostitución, porque la tierra se está prostituyendo enteramente, apartándose de Yahvé” (1:2, BJ). Y Oseas se casa con Gomer. A primera vista, ella era una prostituta cuando él se casó con ella, y pronto volvió a sus lascivos caminos. De forma alternativa, es posible que el mandamiento del Señor salte a aquello en lo que ella se convirtió y que no fuera ramera cuando Oseas se casó con ella.
Independientemente de sus antecedentes, los siguientes capítulos dejan claro lo que llegó a ser. Sus hijos captan la atención en este capítulo. Jezreel es un nombre que se puede asociar con un significado particular (cf. 2:23), pero, por encima de todo, fue el nombre de una ciudad donde la casa de Jehú masacró en otro tiempo a tanta gente. Sería como ponerle a un niño el nombre de Chernobil, Hiroshima o Soweto: todo el mundo conoce las connotaciones. La masacre de Jehú sucedió aproximadamente un siglo antes, pero la nación seguía siendo responsable por no haber repudiado jamás la violencia. Al final, Gomer le dio este hijo a Oseas (“le dio a luz un hijo”, 1:3, cursivas añadidas). No se dice lo mismo de los otros dos: probablemente, Oseas no fuera el padre. Al primero se le llama “No amado” o “No compadecido”; al segundo, “Pueblo ajeno”. Las lecciones son explícitas: Dios no amará más a Israel ni se compadecerá de él y declarará: “Ni vosotros sois mi pueblo, ni yo soy vuestro Dios” (1:9). Dios quebrará el arco de Israel (es decir, romperá su poder armado” en el Valle de Jezreel (1:5). Históricamente, esto sucedió en el 733, justo una década antes de que Israel fuera finalmente destruido; Asiria lo invadió y eliminó sus defensas (2 Reyes 15:29).
Sorprendentemente, a pesar de estas tres profecías devastadoras, el capítulo acaba con una impresionante esperanza: 1:10-11). Esto nos indica hacia dónde apunta este libro, tanto el de Oseas como la Biblia.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
9 El profeta Eliseo llamó a uno de los hijos de los profetas, y le dijo: «Prepárate, toma este frasco de aceite en tu mano y ve a Ramot de Galaad. 2 Cuando llegues allá, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi. Entra y haz que se levante de entre sus hermanos, y llévalo a un aposento interior. 3 Entonces toma el frasco de aceite, derrámalo sobre su cabeza, y dile: “Así dice el SEÑOR: ‘Yo te he ungido rey sobre Israel’”. Abre luego la puerta y huye, no esperes».
4 El joven, el siervo del profeta, fue a Ramot de Galaad. 5 Cuando llegó allá los capitanes del ejército estaban sentados, y él dijo: «Capitán, tengo un mensaje para ti». Y Jehú dijo: «¿Para cuál de nosotros?». Y él dijo: «Para ti, capitán». 6 Entonces Jehú se levantó y entró en la casa, y el joven derramó el aceite sobre su cabeza y le dijo: «Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: “Yo te he ungido rey sobre el pueblo del SEÑOR, sobre Israel. 7 Tú herirás la casa de Acab tu señor, para que Yo cobre venganza por la sangre de Mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos del SEÑOR derramada por mano de Jezabel. 8 Toda la casa de Acab perecerá, y cortaré de Acab todo varón, tanto siervo como libre en Israel. 9 Yo pondré la casa de Acab como la casa de Jeroboam, hijo de Nabat, y como la casa de Baasa, hijo de Ahías. 10 Los perros se comerán a Jezabel en el campo de Jezreel, y nadie la sepultará”». Entonces abrió la puerta y huyó.
11 Entonces Jehú salió a los siervos de su señor, y uno le dijo: «¿Va todo bien? ¿Por qué vino a ti este loco?». Y él les dijo: «Ustedes conocen bien al hombre y sus palabras». 12 Y ellos dijeron: «Mentira; cuéntanos ahora». Y él dijo: «Así y así me dijo: “Así dice el SEÑOR: ‘Yo te he ungido rey sobre Israel’”».
13 Entonces todos se apresuraron y cada uno tomó su manto y lo puso bajo Jehú sobre los escalones, tocaron la trompeta y dijeron: «Jehú es rey».
14 Y Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, conspiró contra Joram. El rey Joram, con todo Israel, había estado defendiendo a Ramot de Galaad contra Hazael, rey de Aram, 15 pero Joram había regresado a Jezreel para ser curado de las heridas que los arameos le habían hecho cuando peleó contra Hazael, rey de Aram. Y Jehú dijo: «Si es el deseo de ustedes, que nadie se escape ni salga de la ciudad para ir a anunciarlo en Jezreel». 16 Entonces Jehú montó en un carro y fue a Jezreel, porque Joram estaba allí en cama. Y Ocozías, rey de Judá, había descendido para ver a Joram.
17 Y el centinela que estaba en la torre de Jezreel vio la comitiva de Jehú que venía, y dijo: «Veo una comitiva». Y Joram dijo: «Toma un jinete y envíalo a su encuentro, y que diga: “¿Hay paz?”». 18 Fue el jinete a su encuentro, y dijo: «Así dice el rey: “¿Hay paz?”». Y Jehú dijo: «¿Qué tienes tú que ver con la paz? Ponte detrás de mí». Y el centinela le avisó: «El mensajero llegó hasta ellos, pero no regresó». 19 Entonces envió un segundo jinete, que vino a ellos, y dijo: «Así dice el rey: “¿Hay paz?”». Y Jehú respondió: «¿Qué tienes tú que ver con la paz? Ponte detrás de mí». 20 El centinela le aviso de nuevo: «Él llegó hasta ellos, y no regresó; y el modo de guiar es como el guiar de Jehú, hijo de Nimsi, porque guía alocadamente».
21 Entonces Joram dijo: «Preparen el carro». Y prepararon su carro. Y salieron Joram, rey de Israel, y Ocozías, rey de Judá, cada uno en su carro, y fueron al encuentro de Jehú, y lo hallaron en el campo de Nabot de Jezreel. 22 Cuando Joram vio a Jehú, dijo: «¿Hay paz, Jehú?». Y él respondió: «¿Qué paz, mientras sean tantas las prostituciones de tu madre Jezabel y sus hechicerías?».
23 Pero Joram volvió las riendas para huir, y dijo a Ocozías: «¡Traición, Ocozías!». 24 Pero Jehú entesó su arco con toda su fuerza e hirió a Joram en la espalda; y la flecha salió por su corazón y se desplomó en su carro. 25 Entonces Jehú dijo a su oficial Bidcar: «Tómalo y tíralo en la porción del campo de Nabot de Jezreel, pues recuerdo cuando tú y yo íbamos juntos montados detrás de su padre Acab, que el SEÑOR pronunció esta sentencia contra él: 26 “Ayer ciertamente he visto la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos”, declaró el SEÑOR, “y te recompensaré en este campo”, declaró el SEÑOR. Ahora pues, tómalo y tíralo en el campo, conforme a la palabra del SEÑOR».
27 Cuando Ocozías, rey de Judá, vio esto, huyó por el camino de la casa del huerto. Y Jehú lo persiguió y dijo: «Mátenlo a él también en el carro». Y lo hirieron en la subida de Gur, que está en Ibleam. Y huyó a Meguido, y allí murió. 28 Entonces sus siervos lo llevaron en carro a Jerusalén, y lo sepultaron en su sepulcro con sus padres en la ciudad de David.
29 En el año once de Joram, hijo de Acab, Ocozías había comenzado a reinar sobre Judá.
30 Y llegó Jehú a Jezreel, y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos, adornó su cabeza y se asomó por la ventana. 31 Cuando Jehú entraba por la puerta, ella dijo: «¿Le va bien a Zimri, asesino de tu señor?». 32 Entonces Jehú alzó su rostro hacia la ventana y dijo: «¿Quién está conmigo? ¿Quién?». Y dos o tres oficiales se asomaron desde arriba. 33 Y Jehú les dijo: «Échenla abajo». Y la echaron abajo y parte de su sangre salpicó la pared y los caballos, y él la pisoteó. 34 Cuando él entró, comió y bebió; entonces dijo: «Encárguense ahora de esta maldita y entiérrenla, pues es hija de rey».
35 Cuando fueron a enterrarla, no encontraron de ella más que el cráneo, los pies y las palmas de sus manos. 36 Entonces, volvieron y se lo hicieron saber. Entonces Jehú dijo: «Esta es la palabra que el SEÑOR habló por medio de Su siervo Elías el tisbita: “En la parcela de Jezreel los perros comerán la carne de Jezabel; 37 y el cadáver de Jezabel será como estiércol sobre la superficie del campo en la parcela de Jezreel, para que no puedan decir: ‘Esta es Jezabel’”».
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6 Todos los que están bajo yugo como esclavos, consideren a sus propios amos como dignos de todo honor, para que el nombre de Dios y nuestra doctrina no sean blasfemados. 2 Y los que tienen amos que son creyentes, no les falten el respeto, porque son hermanos, sino sírvanles aún mejor, ya que son creyentes y amados los que se benefician de su servicio. Enseña y predica estos principios.
3 Si alguien enseña una doctrina diferente y no se conforma a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, 4 está envanecido y nada entiende, sino que tiene un interés corrompido en discusiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, 5 y constantes rencillas entre hombres de mente depravada, que están privados de la verdad, que suponen que la piedad es un medio de ganancia.
6 Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. 7 Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. 8 Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos. 9 Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. 10 Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores.
11 Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad. 12 Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión en presencia de muchos testigos. 13 Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, 14 que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, 15 la cual manifestará a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores; 16 el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea la honra y el dominio eterno. Amén.
17 A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. 18 Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, 19 acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida.
20 Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, y evita las palabrerías vacías y profanas, y las objeciones de lo que falsamente se llama ciencia, 21 la cual profesándola algunos, se han desviado de la fe.
La gracia sea con ustedes.
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1 Palabra del SEÑOR que vino a Oseas, hijo de Beeri, en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel.
2 Cuando por primera vez el SEÑOR habló por medio de Oseas, el SEÑOR le dijo: «Ve, toma para ti a una mujer ramera y ten con ella hijos de prostitución; porque la tierra se prostituye gravemente, abandonando al SEÑOR». 3 Oseas fue y tomó a Gomer, hija de Diblaim; y ella concibió y dio a luz un hijo. 4 Y el SEÑOR dijo a Oseas: «Ponle por nombre Jezreel, porque dentro de poco castigaré a la casa de Jehú por la sangre derramada en Jezreel, y pondré fin al reino de la casa de Israel. 5 En aquel día quebraré el arco de Israel en el valle de Jezreel».
6 Ella concibió otra vez y dio a luz una hija. Y el SEÑOR le dijo: «Ponle por nombre Lo Ruhamá, porque ya no me compadeceré de la casa de Israel, pues no los perdonaré jamás. 7 Pero me compadeceré de la casa de Judá y los salvaré por el SEÑOR su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes». 8 Después de haber destetado a Lo Ruhamá, ella concibió y dio a luz un hijo. 9 Y el SEÑOR dijo: «Ponle por nombre Lo Ammí, porque ustedes no son Mi pueblo y Yo no soy su Dios».
10 Pero el número de los israelitas Será como la arena del mar, Que no se puede medir ni contar; Y sucederá que en el lugar Donde se les dice: «No son Mi pueblo», Se les dirá: «Son hijos del Dios viviente». 11 Y los hijos de Judá y los israelitas se reunirán, Y nombrarán para sí un solo jefe, Y subirán de la tierra, Porque grande será el día de Jezreel.
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73 Tus manos me hicieron y me formaron; Dame entendimiento para que aprenda Tus mandamientos. 74 Que los que te temen, me vean y se alegren, Porque espero en Tu palabra. 75 Yo sé, SEÑOR, que Tus juicios son justos, Y que en Tu fidelidad me has afligido. 76 Sea ahora Tu misericordia para consuelo mío, Conforme a Tu promesa dada a Tu siervo. 77 Venga a mí Tu compasión, para que viva, Porque Tu ley es mi deleite. 78 Sean avergonzados los soberbios, porque me agravian con mentira; Pero yo en Tus preceptos meditaré. 79 Vuélvanse a mí los que te temen Y conocen Tus testimonios. 80 Sea íntegro mi corazón en Tus estatutos, Para que yo no sea avergonzado.
81 Mi alma desfallece por Tu salvación; En Tu palabra espero. 82 Mis ojos desfallecen esperando Tu palabra, Mientras digo: «¿Cuándo me consolarás?». 83 Aunque he llegado a ser como odre al humo, No me olvido de Tus estatutos. 84 ¿Cuántos son los días de Tu siervo? ¿Cuándo harás juicio contra mis perseguidores? 85 Fosas me han cavado los soberbios, Los que no están de acuerdo con Tu ley. 86 Todos Tus mandamientos son fieles; Con mentira me han perseguido; ¡ayúdame! 87 Casi me destruyen en la tierra, Pero yo no abandoné Tus preceptos. 88 Vivifícame conforme a Tu misericordia, Para que guarde el testimonio de Tu boca.
89 Para siempre, oh SEÑOR, Tu palabra está firme en los cielos. 90 Tu fidelidad permanece por todas las generaciones; Tú estableciste la tierra, y ella permanece. 91 Por Tus ordenanzas permanecen hasta hoy, Pues todas las cosas te sirven. 92 Si Tu ley no hubiera sido mi deleite, Entonces habría perecido en mi aflicción. 93 Jamás me olvidaré de Tus preceptos, Porque por ellos me has vivificado. 94 Tuyo soy, Señor, sálvame, Pues Tus preceptos he buscado. 95 Los impíos me esperan para destruirme; Tus testimonios consideraré. 96 He visto un límite a toda perfección; Tu mandamiento es sumamente amplio.
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